Repatriación a la neocelandesa: miles de varados y 14 días de aislamiento en hoteles custodiados por militares
Como parte de sus medidas para reducir al mínimo la propagación del coronavirus, el gobierno impone fuertes exigencias a todos los ciudadanos y residentes que regresan al país, estén vacunados o no
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WELLINGTON.- Cuando su hija la llamó desesperada desde Canadá en agosto, Silvia Dancose se tomó el primer avión para ir a ayudarla. Pero ahora, después de semanas de infructuosos intentos, no tiene idea de cuándo le permitirán volver a su hogar en Nueva Zelanda.
Esta semana, Dancose se encontró esperando en vano detrás de otras 17.000 personas en una fila online. Cada semana, los neocelandeses desesperados por volver a su país se ven obligados a participar de una especie de lotería que sortea las codiciadas plazas en los hoteles de cuarentena.
Como parte de sus medidas para reducir al mínimo la propagación del coronavirus, Nueva Zelanda exige que todos los ciudadanos y residentes que regresan al país, estén vacunados o no, pasen 14 días de aislamiento en un hotel controlado por los militares.
Y como la demanda supera abrumadoramente la oferta, los neocelandeses quedan varados indefinidamente afuera del país, a pesar del derecho a regresar consagrado en la Constitución local y en la legislación internacional.
La cuarentena en Nueva Zelanda sigue en pie, a pesar de que esta semana el gobierno reconoció que ya no tiene esperanzas de erradicar el virus. Con un cierre casi total de las fronteras, aislamiento estricto de los casos confirmados y un implacable rastreo de contactos, el país logró sofocar todos los brotes de contagios durante los primeros 18 meses de la pandemia.
Durante la mayor parte de ese tiempo, los neocelandeses pudieron vivir prácticamente sin restricciones, yendo a trabajar y concurriendo a los estadios deportivos. De hecho, sobre una población de 5 millones, Nueva Zelanda solo tuvo que lamentar 28 muertes por Covid-19.
Pero en agosto se desató un brote de la supercontagiosa variante delta que demostró ser imposible de frenar, especialmente cuando empezó a extenderse entre los grupos marginados, como los sin techo y las pandillas. Sin embargo, las restricciones fronterizas siguen en pie.
Demanda
Para los muchos que intentan volver a su hogar, lo más indignante ha sido ver que las estrellas del deporte, los políticos y otros elegidos logran sobrevolar el sistema de cupos y se aseguran un lugar en los hoteles de cuarentena para su regreso.
Bergen Graham, por ejemplo, tuvo que iniciar una demanda judicial para poder volver a su casa. En marzo, cuando se encontraba viviendo en El Salvador, Graham quedó embarazada sin haberlo planeado.
Los médicos le dijeron que su embarazo era considerado de alto riesgo, debido a su tipo sanguíneo. Presentó seis solicitudes de emergencia para conseguir una vacante en los hoteles de cuarentena, y una tras otra le fueron denegadas.
En su intento por volver, Graham y su esposo volaron hasta Los Ángeles, donde para obtener atención médica tuvieron que hacer fila junto a los inmigrantes indocumentados en los hospitales comunitarios.
Temían que Estados Unidos los terminara deportando cuando su exención de visa se venciera definitivamente, o que la demora los descalificara definitivamente de la posibilidad de volar a Nueva Zelanda debido al avance del embarazo. Y si el bebé nacía en estados Unidos, los aterraba la perspectiva de quedar abrochados con una factura médica de seis cifras.
“Fue inhumano. La situación de la gente cambia, y todo el mundo tiene derecho a volver a su casa”, dice Graham. “Fue muy raro, porque sentí que me despojaban de ese derecho”.
Un grupo con sede en Londres llamado Grounded Kiwis los ayudó a presentar una demanda en Nueva Zelanda, para que un juez revisara su caso. En menos de 48 horas, el gobierno giró sobre sus pasos y en septiembre les ofreció una vacante de emergencia en los hoteles de cuarentena.
Graham espera el nacimiento de su bebé para mediados de noviembre y está sumamente aliviada de estar de regreso en su casa de Auckland, pero sigue enojada por lo que le hicieron pasar.
Uno de los fundadores de Grounded Kiwis es Alexandra Birt, de 39 años, una abogada neozelandesa radicada en Londres, que empezó a preocuparse por la violación de los derechos de las personas durante la pandemia.
Birt tuvo tiempo para ponerse a investigar cuando contrajo Covid-19, en julio, y tuvo que tomarse licencia de su trabajo. Y descubrió que el sistema de cuarentena de Nueva Zelanda no sirve y necesita cambios.
Poca empatía
Son muchos los neocelandeses varados en el extranjero que están descorazonados por la actitud de sus coterráneos allá en la isla, que según Birt demuestran poca empatía por las penurias de los que están afuera sin poder volver y aprueban el mantenimiento del estricto cierre fronterizo.
“Esa gente se siente totalmente abandonada, tanto por el gobierno como por la opinión pública neocelandesa en general”, dice Birt.
El gobierno de Nueva Zelanda, por su parte, sostiene que el sistema de cuarentena seguirá siendo crucial en la respuesta futura ante la pandemia.
Chris Hipkins, ministro de Respuesta al Covid-19, anunció planes para agregar más vacantes en hoteles y empezar un pequeño ensayo que permitiría que algunas personas doblemente vacunadas puedan pasar el periodo de aislamiento en sus casas.
“Queremos asegurarles a todos los neocelandeses que están en el extranjero que estamos haciendo todo lo posible para facilitarles un regreso seguro”, dijo el funcionario.
Pero es posible que el sistema de cuarentena neozelandés ya haya causado una pérdida de fuerte peso simbólico. Amazon Studios filmó una temporada de la serie televisiva inspirada en El Señor de los Anillos en Nueva Zelanda, país donde se filmó la trilogía de películas basada en los libros de J.R.R. Tolkien.
Pero Amazon ya anunció su decisión de filmar la segunda temporada en Gran Bretaña, supuestamente, para ampliar producción en ese país. Muchos neozelandeses, sin embargo, dicen que la verdadera razón serían los problemas que Amazon estaba teniendo para hacer entrar y salir a los actores y equipos técnicos de Nueva Zelanda.
Para Silvia Dancose, la odisea para regresar a casa no ha terminado. En agosto, justo cuando acababa de aceptar un nuevo trabajo, la llamó su hija de 23 años, que estudia en Montreal y tiene antecedentes de depresión, y Silvia supo que tenía que estar a su lado.
“En Nueva Zelanda todos te dicen que no vayas, que no salgas del país, sin importar las razones que puedas tener”, dice Dancose. “Pero yo no me arrepiento”.
Dancose ingresa todas las semanas a una sala de espera virtual, donde cada 10 o 15 días se sortean unos pocos miles de vacantes para los repatriados. Esas vacantes, además, suelen ser para dentro de varios meses.
Al ingresar a la espera virtual, a cada persona se le asigna un lugar al azar. Dancose ya ocupó el puesto 15.000 en la fila, otra vez el puesto 24.000 y otra vez el 17.000. Nunca ha estado ni remotamente cerca de acceder a una vacante.
Dice que, por ahora, su nuevo empleador de Nueva Zelanda le permite trabajar de forma remota, aunque se supone que parte de su nuevo trabajo es interactuar con la gente.
A Dancose le aplicaron las dos dosis de la vacuna en Nueva Zelanda, y no puede creer que a pesar de haber hecho todo como corresponde, todavía no le permiten volver a su casa.
Agencia AP
Traducción de Jaime Arrambide
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