Joe Ligon fue condenado a prisión cuando tenía 15 años, luego de estar involucrado en un episodio de violencia que causó dos muertes
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El “delincuente juvenil más viejo de Estados Unidos” salió recientemente de prisión y es un hombre libre. Joe Ligon habló con el Servicio Mundial de la BBC sobre cómo fue pasar casi siete décadas en la cárcel, por qué esperó tanto tiempo por la libertad y cómo piensa pasar el resto de sus días.
“Nunca estuve solo, pero soy un solitario. Prefiero estar solo el mayor tiempo que sea posible. En prisión estuve en una celda solo todo este tiempo, desde el momento de mi arresto hasta mi liberación”.
“Eso ayuda a las personas como yo, que quieren estar solas. Yo era el tipo de persona que, una vez que entré en la celda y cerré la puerta, no vi ni escuché nada de lo que sea que estaba sucediendo. Cuando nos permitieron tener radio y televisión, esa era mi compañía”.
Quizás sea justo decir que la vida en prisión le resultaba adecuada a Joe Ligon, hasta cierto punto. Le permitió pasar inadvertido, mantenerse callado y alejado de los problemas. Fueron lecciones, dice, que aprendió en sus 68 años tras las rejas. Y cuando llegaba el momento de retirarse a su celda al final del día, no le molestaba que no hubiera nadie más allí. De hecho, mantenerse apartado fue una elección bien pensada.
“No tenía amigos adentro. No tenía amigos afuera. Pero la mayoría de las personas con las que me relacionaba... los trataba como si fueran amigos. Y estábamos bien así, estábamos bien el uno con el otro”, dice.
“Pero no usé la palabra amigo, aprendí que usar esa palabra significa mucho para una persona como yo. Y mucha gente dice que [si eres un] amigo... puedes estar cometiendo un gran error”.
Ligon acepta que siempre fue una persona solitaria. Creció en el campo con sus abuelos maternos en Birmingham, Alabama, y no tenía muchos amigos. Pero recuerda momentos agradables con su familia, como los domingos que pasaban juntos viendo a su otro abuelo predicar en una iglesia local. Tenía 13 años cuando se mudó al sur, a Filadelfia, para vivir en un vecindario de obreros con su madre enfermera, su padre mecánico y su hermano y hermana menores.
Tuvo problemas en la escuela y no podía leer ni escribir. No practicaba deportes y los amigos no figuraban mucho en su vida. “Era el tipo de persona que tenía uno o dos amigos, eso era suficiente para mí, no buscaba multitudes”.
Cuando Ligon “se metió en problemas” un viernes por la noche en 1953, tampoco conocía realmente a la gente con la que estaba. Se había encontrado con un par de personas que encontró casualmente y mientras caminaban por el vecindario, se reunieron con otras personas que estaban bebiendo.
“Empezamos a pedirle a la gente algo de dinero para poder conseguir más vino y una cosa llevó a la otra...”. No cuenta más. Pero es un hecho aceptado que la noche terminó en una ola de apuñalamientos en la que él estuvo involucrado, un destello de violencia que dejó dos muertos y seis heridos.
Ligon fue el primero que fue arrestado. Dice que, sinceramente, en la estación de policía no pudo decirles a los agentes con quién había estado esa noche. “Incluso los dos que sí conocía, no sabía sus nombres, los conocía por sus apodos”. Ligon cuenta que lo llevaron a una estación de policía lejos de su casa en Rodman Street y lo retuvieron durante cinco días, sin acceso a ayuda legal.
Señala que estuvo indignado durante mucho tiempo porque no permitieron que sus padres lo visitaran. Esa semana, el entonces joven de 15 años fue acusado de asesinato, una acusación que siempre negó, aunque desde entonces aceptó en una entrevista con la emisora estadounidense PBS que apuñaló a dos personas que sobrevivieron y expresó remordimiento. “Ellos [la policía] nos dieron declaraciones para firmar que me implicaban en el asesinato. Yo no asesiné a nadie”, indica.
Pensilvania es uno de los seis estados de EE.UU. donde la cadena perpetua no incluye ninguna posibilidad de libertad condicional. Ligon enfrentó lo que se llamaba audiencia de grado de culpabilidad, en la que admitió los hechos del caso y el juez lo declaró culpable de dos cargos de asesinato en primer grado.
El adolescente no estuvo en el tribunal para escuchar que lo habían sentenciado a cadena perpetua obligatoria sin libertad condicional, lo que no es inusual dado que la sentencia en ese momento fue una conclusión predeterminada.
Pero significó que fue a la cárcel sin conocer los términos completos de su sentencia, y no se le ocurrió preguntarle a nadie. “Ni siquiera sabía qué preguntar. Sé que es difícil de creer, pero era la verdad”, dice Ligon.
“Sabía que tenía que cumplir una pena en prisión pero no tenía idea de que estaría allí por el resto de mi vida. Nunca había escuchado las palabras ‘cadena perpetua con libertad condicional’”. “Tenía tantos problemas cuando era niño: no podía leer ni escribir, ni siquiera podía deletrear mi nombre. Sabía que mi nombre era Joe, porque así era como me llamaban desde hacía mucho tiempo”.
Ligon cuenta que ingresó en el sistema penitenciario confundido, más que asustado. En lo que pensaba era su familia, “sobre estar alejado de ellos, sobre estar encerrado”. “Eso era en lo que pensaba”, agrega. Como prisionero AE 4126, Ligon aparentemente nunca cuestionó cuánto tiempo le quedaba en prisión.
Vivió en seis cárceles a lo largo de 68 años, adaptándose cada vez a la rutina de la vida carcelaria. “Te despiertan a las 6 en punto con el megáfono, con una voz que dice ‘ponte de pie para el conteo, todos, es la hora del conteo’... a las 7 en punto es la hora de comer, a las 8 en punto es la hora de trabajar”.
A veces Ligon trabajaba en la cocina y en la lavandería, pero la mayor parte del tiempo era limpiador. Después de la comida del mediodía, regresaba a sus funciones. Pasar lista nuevamente por la noche y la cena marcaban el resto de su día: la vida en prisión permaneció prácticamente igual, mientras que el mundo exterior cambiaba irrevocablemente a lo largo de las décadas.
“No me metí con drogas ni bebí alcohol en la cárcel, no hice ninguna de esas locuras que hacen que la gente muera, no traté de escapar, no le hice pasar a nadie un mal momento”, recuerda. “Me mantuve tan humilde como pude. Lo que la prisión me enseñó, junto con muchas otras cosas, fue a ocuparme de mis asuntos, tratar siempre de hacer lo correcto, mantenerme alejado de los problemas cuando fuera humanamente posible”.
Unos 53 años después de su sentencia, le dijeron a Ligon que un abogado quería verlo. Animado por el fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos en 2005 que dictaminó que los menores no podían ser ejecutados, Bradley S Bridge había comenzado a investigar lo que él creía que sería el próximo gran problema legal que surgiría: los menores a quienes se les había dado cadena perpetua sin libertad condicional.
En ese momento, Pensilvania tenía 525 prisioneros en esas circunstancias, que era el número más alto en el país, según Bridge. Filadelfia tenía 325, y Ligon era el que más tiempo había cumplido. El asistente del defensor acordó reunirse con él. “Realmente no estaba al tanto de su sentencia”, cuenta Bridge, de la Asociación de Defensores de Filadelfia.
“No sabía nada al respecto hasta que me reuní con él. Es interesante que nunca haya perdido la esperanza; fue totalmente optimista desde el principio, siempre esperó que se hiciera algo”. “No tengo muy claro cómo pensó que eso iba a suceder. No creo que fuera realmente parte de su proceso de pensamiento, ya sabés, cuál sería el mecanismo que eventualmente lo reivindicaría, pero nunca perdió la fe en que se solucionaría y fue muy paciente para sentarse y esperar”.
Para Ligon, la reunión fue reveladora. Cuando Bridge le mostró una copia de la apelación que impugnaba el estatus legal de su sentencia, fue la primera vez que Ligon se enteró de los términos de su encarcelamiento. “Me di cuenta de que me habían tratado mal desde el momento de mi arresto. Me enseñaron y aprendí que era inconstitucional ser sentenciado (como menor) sin posibilidad de libertad condicional”.
Aunque para Ligon fue sin duda el primer rayo de esperanza real de que algún día saldría de la prisión, durante los siguientes 15 años tomó decisiones que a algunos les resultaron difíciles de entender: rechazó las oportunidades de liberación porque venían con lo que él llama “una sombra de por vida”. “La Junta de Libertad Condicional me visitó dos veces. Aceptar la libertad condicional habría sido una forma rápida de salir hace años”, dice.
“[Pero si lo hubiera hecho] estaría en libertad condicional por el resto de mi existencia y mi caso no exigía la libertad condicional de por vida. Si mi caso lo hubiera requerido, no habría sido un problema. Pero por eso me resistí”. En 2016 la Corte Suprema de EE.UU. dictaminó que todos los menores sentenciados de por vida debían recibir nuevas sentencias.
Al año siguiente Ligon fue condenado nuevamente a 35 años, lo que significaba que podía solicitar la libertad condicional debido al tiempo cumplido. Bridge lo instó a hacerlo, pero se encontró con una negativa rotunda.
“Todos, los asociados, trabajadores de la administración, presos… [decían] ‘¿por qué no acepta la libertad condicional?’” recuerda Ligon. “Y yo decía: ‘No voy a aceptar algo a cambio de algo que puedo mejorar’. [No lo hice] por mezquino o por malvado, nada de eso. Si aceptaba la libertad condicional seguirían tratándome mal”. “Las únicas palabras que usé fueron: ‘Quiero ser libre’”.
Así Bridge tuvo que impugnar la sentencia de 2017 y finalmente llevó el caso a un tribunal federal, donde en noviembre de 2020 el juez falló a su favor. Cuando Bridge fue al condado de Montgomery a recoger a Ligon el 11 de febrero, encontró al exrecluso notablemente tranquilo.
“Hubiera esperado una reacción de ‘oh Dios mío’ más fuerte. Pero él no mostró nada de eso. No hubo drama, nada”. Tal vez Ligon simplemente estaba haciendo lo que había hecho durante décadas: guardarse sus pensamientos para sí mismo. Un mes después de su liberación reflexiona con cierto grado de asombro sobre el día en que dejó la Institución Correccional Estatal de Phoenix.
“Fue como nacer de nuevo. Porque todo era nuevo para mí, casi todo [había cambiado], las cosas siguen siendo nuevas para mí”. “Miro algunos de estos autos nuevos, estos autos no tienen el mismo diseño que los autos que conocí cuando estaba en las calles hace tantos años. Miro todos estos edificios altos... no había edificios así altos como los que me rodean ahora”.
“Todo esto es nuevo”, expresa, agitando sus brazos alrededor de la habitación. “Y me estoy acostumbrando. Me encanta, esto es emocionante para mí, esto es verdaderamente genuino”.
Los últimos 68 años tuvieron un costo para Ligon. Sabe que perdió tiempo esperando su liberación sin libertad condicional, tiempo que podría haber pasado con miembros de su familia, muchos de los cuales ya murieron.
“Mi sobrina Valerie nació cuando yo estaba en prisión, su hermana mayor nació cuando yo estaba en prisión, su hermana pequeña nació mientras yo estaba en prisión”, reflexiona. “Toda la familia inmediata falleció, los que quedamos vivos somos [Valerie], la madre de Valerie y yo”.
Y, sin embargo, aunque este hombre de 83 años se adapta a lo que esperó tanto tiempo, tiene pocos planes. Parece que se apegará a lo que conoce mejor. “Voy a hacer lo mismo que estuve haciendo toda mi vida. Que me den un trabajo de limpieza, como conserje”.
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