Recuperar la credibilidad y el prestigio de Brasil ante el mundo, una prioridad que no será fácil para Lula
Las múltiples crisis desde 2013 y la gestión de Bolsonaro dañaron la imagen del país en el exterior
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SAN PABLO.— Recomponer relaciones con gobiernos extranjeros — vecinos y de otros continentes— y, sobre todo, recuperar credibilidad y confianza de la comunidad internacional es un desafío imperioso para el futuro gobierno de Brasil. Desde la ola de manifestaciones del 2013, en contra del gobierno de la expresidenta Dilma Rousseff, su posterior impeachment, los escándalos de corrupción de los gobiernos del PT, el giro a la derecha con el breve gobierno de Michel Temer y, finalmente, los casi cuatro años de gestión de Jair Bolsonaro, dañaron profundamente la imagen de Brasil en el exterior. No será fácil, en un mundo en guerra, con el riesgo de un conflicto nuclear, una región latinoamericana muy fragmentada y una pospandemia que dejó a todos ante escenarios de mayor desigualdad y pobreza.
En palabras del excanciller Celso Amorim, principal asesor internacional de Luiz Inacio Lula da Silva, el mundo cambió, es mucho más complejo y, al contrario de lo que pasó en 2003, cuando Lula asumió su primer mandato, hoy se sabe lo que hay que hacer, pero no exactamente como.
El expresidente ya adelantó que pretende realizar un viaje antes de su asunción, el 1° de enero, a países de la región —la Argentina debe ser el primero, en breve —, a los Estados Unidos, Europa y China. En la recta final de la campaña, Lula afirmó que hoy Brasil está más aislado que Cuba, por culpa de Bolsonaro. Suena a una comparación exagerada, ya que Brasil mantiene relaciones con diversos países, firma acuerdos, amplia su comercio internacional y sigue siendo invitado a los grandes foros globales. El problema es la pérdida de prestigio, la desconfianza y la poca relevancia que tiene el país hoy entre las grandes naciones del mundo, y también entre sus vecinos.
El tema medio ambiente es y será clave para recomponer vínculos. Brasil es visto como el gran villano ambiental global y eso le está costando muy caro. Hay proyectos de cooperación, por ejemplo, con la Unión Europea (UE) que están parados por presión de gobiernos del bloque, movimientos ecologistas y de izquierda. A pesar de los compromisos asumidos el año pasado en la cumbre de las Naciones Unidas sobre clima, los incendios en la Amazonia no disminuyeron y las presiones siguen siendo enormes. En Itamaraty se teme que en no mucho tiempo Brasil pueda sufrir sanciones comerciales por su política ambiental errática y que no entrega resultados positivos al mundo, reveló una fuente del gobierno. Con Lula, afirma el embajador José Alfredo Graça Lima, miembro del Consejo Brasileño de Relaciones Internacionales (Cebri), “Brasil va a intentar dar vuelta la página, recuperar protagonismo, como lo hizo en 1992. Va a intentar salir de la defensiva y proponer”.
Se especula, incluso, con la posibilidad de que Lula, en caso de recibir una invitación oficial, viaje a la 27 Conferencia de la ONU sobre Clima, la COP 27, que será realizada entre los días 6 y 18 de noviembre en Egipto. Y aunque no fuera, será representado por la ex—ministra de Medio Ambiente Izabella Teixeira, copresidenta del Panel Internacional de Recursos Naturales de la ONU.
El desgaste de las relaciones internacionales de Brasil no tiene que ver, solamente, con los incendios en el Amazonas. El primer canciller de Bolsonaro, el embajador Ernesto Araújo, implementó una política exterior ideológica como nunca antes se había visto en Brasil, promoviendo alianzas con gobiernos de extrema derecha, principalmente con el gran aliado de Bolsonaro de todos los tiempos, el norteamericano Donald Trump. Esta alianza sigue viva, y prueba de eso es que el ex-asesor de Trump, el polémico Steve Bannon, sigue siendo muy cercano a la familia Bolsonaro — rumores sostienen que estuvo en Brasil durante la campaña electoral.
Durante los dos años de gestión de Araújo, el país, entre otras iniciativas hoy muy criticadas por especialistas y también por miembros del gobierno, retiró todas sus representaciones diplomáticas de la vecina Venezuela y se especuló — aunque oficialmente eso jamás será reconocido — con algún tipo de intervención militar en el país. La relación con la Argentina nunca fue tan difícil, y muchos dudaron de que sería posible algún tipo de contacto entre Bolsonaro y Alberto Fernández. Las gestiones del embajador Daniel Scioli lograron una apuesta por el pragmatismo, pero está claro que Brasil y la Argentina están lejos de ser socios estratégicos, como lo fueron antes de la llegada de Bolsonaro al poder.
Con el resto de la región, hubo distanciamiento y tensión. Hoy, Colombia, gobernada por Gustavo Petro, y Chile por Gabriel Boric no tienen embajadores en Brasil. México está representado por la escritora Laura Esquivel, que desde que llegó a Brasilia, en mayo de este año, evita dar entrevistas y hacer comentarios en público, a la espera, está claro, de un cambio.
Bolsonaro generó tensiones con los Estados Unidos de Joe Biden (a quien tardó meses en reconocer como presidente legítimo de su país), la UE (especialmente con la Francia de Emannuel Macron) y con China. Los Brics, formados por Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica perdieron impulso con el actual gobierno brasileño. Con Rusia, Bolsonaro mantiene una relación basada en intereses económicos, principalmente la necesidad de Brasil de importar fertilizantes rusos — clave para el poderoso sector del agronegócio brasileno. Eso explica, en gran medida, la resistencia brasileña en condenar más duramente al gobierno de Vladimir Putin en el contexto de la guerra con Ucrania. También pesa la tradición diplomática del país, y está claro que con Lula Brasil no va a unirse a Estados Unidos y la UE en su cruzada en contra de Rusia en todos los foros internacionales. Para Brasil, esta es una guerra de la cual no participa, lejana, y en la cual sólo debe intervenir cuando son violados tratados y normas internacionales, y así actuó en todos sus votos en Naciones Unidas. La diferencia es que Lula va a intentar tener un papel más relevante en las discusiones sobre la guerra, ser un país confiable para los dos lados, con el deseo de ocupar una silla en los grandes debates, como lo hizo en sus dos anteriores gobiernos.
Para Mathias Alencastro, politólogo e investigador del Centro Brasileño de Análisis y Planificación (Cebrap), “Brasil debe abrazar el multilateralismo orientado por tres elementos centrales: democracia, medio ambiente y clima, y, en la era de las grandes potencias, asumiendo un papel de peso en el escenario internacional y reactivando la integración en América Latina”.
Brasil volverá sin duda a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), buscará la manera de reactivar la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y de unir los países amazónicos, con quienes ya se está pensando una cumbre para el primer semestre de 2023. Con las grandes potencias, Brasil quiere volver a ser escuchado y tenido en consideración como un país que merece tener voz y voto en las grandes decisiones. El gran desafío es cómo lograr todo esto con un escenario interno muy complejo, un país dividido como nunca antes se vio, una economía que se está desacelerando, pobreza en aumento y demandas sociales diversas. El Brasil de 2023 es casi la antítesis del Brasil del 2003. Pasaron 20 años, la derecha y extrema derecha se instalaron con fuerza —así como en muchos otros países— y existe consenso sobre lo difícil que será conciliar las relaciones externas con un contexto interno en muchos casos explosivo.
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