Recibió nueve tiros durante “la masacre de Medellín” donde murieron más de 20 personas y vivió para contarlo
Relato de un sobreviviente de la matanza de Oporto en Medellín, en la que murieron 23 personas
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No ha pasado un solo día durante los últimos 32 años en el que Camilo Jaramillo no recuerde el momento cuando le pegaron nueve tiros de fusil. “Es una película de la que todos los días me acuerdo”, dice. Estaba tirado en el suelo, boca abajo, junto con sus amigos, cuando escuchó la orden de “maten a esos hijueputas”.
Comenzaron los disparos en el bar Oporto. Unos 20 hombres, de botas negras y pasamontañas, con fusil en mano, apretaban los gatillos constantemente. Para Camilo todo sucedió en cámara lenta y aunque sabía que le estaban disparando, no sentía el impacto de las balas en su cuerpo. Tras cada ráfaga pensaba que en la siguiente iba a morir, pero no se explicaba por qué seguía vivo.
Dejaron de sonar los disparos y llegó el momento de rematarlo. Él, como por inercia, se hizo el muerto. Sintió que le pegaron una patada y unos segundos después fue el tiro de gracia. Le dispararon en el pecho, era el noveno tiro que recibía. Ese día, el sábado 23 de junio de 1990, el mismo día en que Colombia quedó eliminado del mundial de Italia, al menos 23 personas fueron asesinadas en ese bar ubicado en la loma de los Benedictinos, en los límites entre Envigado y Medellín, y Camilo, junto con otras cuatro personas, sobrevivió, simplemente, porque no era su día.
Vivir en Medellín, la ciudad más violenta del mundo
Medellín era por aquellos días la ciudad más violenta del mundo. Era el epicentro de una guerra entre el cartel de Medellín, liderado por Pablo Escobar, y el Estado colombiano. Sin embargo, para Camilo y sus amigos esa era una guerra ajena y ellos no ponían los muertos.
“Yo nunca pensé que eso me fuera a tocar. Uno piensa que la muerte es de los viejos y la muerte es de otros. En Medellín pensaba uno que las muertes violentas eran atribuibles a ajustes de cuentas entre la mafia. O si los matan en barrios marginales, que eso deben de ser matones o sicarios que se están matando entre ellos. Pero uno no piensa que lo van a matar, que van a llegar a un sitio donde vos estás sentado con tus amigos y que te disparen porque sí”, rememora Jaramillo, quien tenía 21 años en ese momento.
Ese día todo era alegría. La Selección Colombia estaba ilusionada con ganarle a Camerún, tras el agónico gol de Freddy Rincón frente a Alemania, que le dio la clasificación a octavos de final. Todo estaba listo para continuar de fiesta, a pesar de la guerra y de las constantes bombas que estallaban en Medellín cada día. Sin embargo, un error de René Higuita que terminó en un gol del rival los regresó a la realidad. Al mediodía ya se había dañado la fiesta.
Uno de los amigos de Camilo, quien estudiaba Administración de Empresas en la Universidad Eafit y vivía en El Poblado, uno de los sectores más exclusivos de la ciudad, propuso que se fueran para las afueras de Medellín.
Pero en el camino alguien propuso ir a Oporto, un sitio muy reconocido entre las clases altas de la capital de Antioquia, que era una casa adaptada como un bar. Iban por un rato y luego continuarían su camino. Serían unos cuantos tragos. Con Camilo iban otras cinco personas, todos amigos.
Él no recuerda de qué hablaban, pero sí tiene claro el momento exacto cuando comenzaron a escucharse los primeros disparos. Se había parado a pedir que cambiaran la música “porque ese día no estaba tan buena”. En ese momento advirtieron que un grupo de hombres armados, quienes se desplazaban en camionetas 4x4 y estaban encapuchados, había llegado al lugar. Todo fue confusión. Lo primero que pensó Camilo es que se trataba de un atraco, pero se dio cuenta que los iban a matar cuando los encapuchados separaron a hombres de mujeres y a ellos los llevaron al estacionamiento y los tiraron al piso, boca abajo.
”Ahí sí dije: aquí fue, no hay de otra”, rememora Camilo y agrega que conservó la esperanza del atraco y, cuando incluso pensó que se trataba de un secuestro, prefirió la muerte. A pesar de que esa, podría decirse, era una escena casi cotidiana en Medellín, nadie en Oporto se lo esperaba.
”Eso fue muy ordenado, nos cercaron completamente, era mucha gente armada, no nos dieron oportunidad de absolutamente nada”, narra Camilo. Sus amigos murieron, junto con al menos 23 personas, pero hoy, casi 32 años después, aún no se sabe cuál fue el número de víctimas.
Terminado el trabajo, los hombres armados se fueron. El joven estaba lleno de sangre y rodeado de cadáveres, los cadáveres de sus amigos. Las mujeres aparecieron unos minutos después y vieron esa escena. Camilo, sin saber bien de dónde sacó fuerzas, se puso de pie. Estaba bañado en sangre. ”En Oporto no había criminales, no había mafiosos, había gente normal. Eso fue un campanazo bravísimo, uno dice: bueno, la violencia también es conmigo”, recuerda el hombre.
La vida de Camilo Jaramillo tras la masacre de Oporto
Cuando Camilo Jaramillo les preguntó a los médicos por qué estaba vivo tras recibir nueve disparos le dijeron que no era su día. Ni él, ni su familia, ni los médicos se explican de su suerte, pues ninguno de los tiros comprometió órganos vitales. ”Afortunadamente muchos de los disparos no fueron tan complicados, fueron más lesiones musculares, de rompimiento de huesos, no hubo compromiso de órganos vitales”, rememora. Y para seguir con las cosas milagrosas, a las pocas semanas salió del hospital.
Jaramillo recuerda que la recuperación fue “más o menos fácil”. De la parte física, la mayor dificultad la tuvo en un brazo, que había quedado destrozado por los impactos de bala, pero con fisioterapia y cirugías pudo recuperarlo. En cuanto a la parte mental, cuenta que la clave fue hablar. “Nunca haber evadido el tema de Oporto ni decirle a la gente que no me hable de eso. Lo asumí como parte de una experiencia más de vida. Y cada que se tocaba el tema, yo siempre lo he hablado, esa fue la catarsis de la parte mental”.
Tras la masacre, su vida cambió. Se pasó para otra carrera y se fue del país. Vivió en Estados Unidos y en Chile, pero terminó regresando a la ciudad. Cuando volvió, fue lo mismo: “Uno piensa: ya me pasó una vez, no me vuelve a pasar dos veces”. Entre las cosas que le dejó la masacre es que aún hoy tiene como costumbre nunca darle la espalda a la puerta del lugar donde está. Siempre tiene presente quién entra y quién sale. “Se me volvió una costumbre, una precaución”, afirma.
En su familia no es común que se toque el tema. Sus papás lo evaden, pero Jaramillo dice que eso está ahí y es algo que no puede borrar con su vida. Lo que sí se cuestiona es que nunca supo qué pasó. No sabe, y cree que jamás sabrá, quiénes fueron los autores de la masacre.
¿Fue Pablo Escobar? Autores de la masacre, una incertidumbre
La de Oporto es considerada, por lo menos de manera oficial, la masacre más grande en la zona urbana de Medellín. Y por eso a Jaramillo “no le cabe en la cabeza que no haya pasado nada”. En un principio fue atribuida a Pablo Escobar y al cartel de Medellín, pero esto nunca se comprobó y las víctimas nunca supieron quién la ordenó. Camilo escuchó unas seis teorías sobre los hechos, como que fue ordenada por Escobar, que fue perpetrada por la Policía, así como que fue una acción de los narcos de Cali.
Sin embargo, comprar una sola versión le parece complejo. Lo que sí le causa extrañeza es que solamente una vez fue llamado por las autoridades para contar lo que sucedió, pero explica que ese caso lo dejaron morir. Incluso, agrega, una vez habló con Jhon Jairo Velásquez, alias Popeye, sicario de Pablo Escobar, y le dijo que ellos no fueron.
”Yo pienso que, si hubiera sido la mafia, la mafia nunca se tapa. En esa época un sicario llegaba y mataba delante de todo el mundo y no le importaba que lo vieran. No iba con máscara”, asegura el sobreviviente. Así que, si tuviera que comprar alguna versión, se iría por la de miembros de la Fuerza Pública, quienes de manera independiente querían hacer terrorismo o limpiezas sociales, pero descarta que haya sido una orden institucional. Incluso, cree que podría tratarse de acciones pagadas por el cartel de Cali. No obstante, no hay ninguna certeza y solo son teorías.
”¿Cómo demonios pasa una matanza de ese tamaño, de esa magnitud, y no pasa nada, absolutamente nada? Hubo múltiples informes, se abordó muchísimas veces, pero desde la ley, nada”, se pregunta.
Así se vive en la Medellín de hoy, según Jaramillo
Para Camilo, las realidades de la Medellín de hoy no son muy distintas a las que él vivió cuando tenía 20 años. ”Como crecimos con esa violencia, desafortunadamente o afortunadamente, nos acostumbramos a andar en esa burbuja, porque yo creo que si uno viviera muerto del miedo a toda hora sería una cosa espantosa. Pero por los menos había una cabeza visible del mal, había un enemigo claro que era el narcotráfico en ese momento y punto. En este momento no sabes de dónde viene”, explica.
Ahora, dice, la ciudad es insegura. Si bien reconoce que los homicidios bajaron de una manera considerable y ya no van explotando bombas en cualquier lugar, a cualquier hora del día, cree que es una ciudad llena de pequeños poderes, pues todas las zonas tienen jefes.
”En vez de tener un jefe mafioso que había, una cabeza visible como un cartel, ahora son un montón. Estamos acostumbrados, nos movemos en ciertos mundos, pero qué tristeza que uno no pueda ir a ningún otro sitio de la ciudad tranquilo”, explica y agrega que cada vez que sale vive con la misma incertidumbre de su juventud.
Como si fuera una paradoja de la vida, Jaramillo trabaja con muertos. Su área de trabajo es el servicio funerario, pero esto es algo que le llamaba la atención incluso desde antes de lo que sucedió esa noche de junio del 90. En eso trabajó más de 30 años.
”La verdad es que el oficio funerario, más que ataúdes, más que los muertos, me gusta es la parte de acompañar y servirle a la gente en ese momento tan difícil”, asevera. Hoy, al recordar esa noche de Oporto, dice que, aunque el recuerdo es recurrente, ya no hay dolor ni angustia.
”Hay veces en los que tengo días en los que yo digo: mierda, jueputa, es que sí estuve a un segundo, a un milímetro de que me hubieran matado. Y pienso en los detalles de eso y me da mucho susto, porque que lo tiren al piso a uno, que le empiecen a disparar y ver lo cerquita que estuve de la muerte. Pienso en eso, pero de manera muy esporádica, no es muy seguido”, narra.
Camilo, quien hoy es padre, no dejó que la vida se le detenga. “La vida tiene que seguir, pero qué tristeza que se superan y olvidan ese tipo de cosas. Una noticia de hoy tapa la de ayer y la de ayer la de antier. Por ahí dicen que no hay nada más viejo que un periódico de ayer”.
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