Rechazo a la Constitución chilena: el papel determinante de los nuevos votantes
Las mayorías silenciosas que habían quedado al margen del clima refundacional y voluntarista tuvieron un rol crucial en este plebiscito de carácter obligatorio
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Una mayoría importante de chilenos rechazó la propuesta constitucional en la que durante un año trabajó la Convención Constituyente del país. Sin dudas es un cimbronazo amargo para un proceso que nació al calor del estallido popular en 2019, que se caracterizó por un intenso fluir de ideas y discusiones en un marco muy espontáneo y que incluso llegó a colocar en la Presidencia a un candidato joven y ajeno a los partidos tradicionales como Gabriel Boric. Ese proceso que resaltó cuestiones identitarias inéditas y protagonizado por sectores populares que hasta entonces estaban en segundo plano parece haber chocado contra la dura pared del realismo político. ¿El sueño de la imaginación al poder se terminó?
Es cierto que con el diario del lunes es más sencillo hacer un análisis, pero aún así es importante intentar entender cómo se llegó a este resultado luego de un estallido y de un plebiscito por una nueva constitución que obtuvo un 78% de las voluntades.
Un elemento a destacar es que la Convención no fue representativa de la mayoría de los votantes. En un contexto particularmente crítico con los partidos políticos, la elección de constituyentes tuvo lugar notoriamente al margen de los mismos. Esto resultó en una serie de candidaturas independientes con agendas particulares que luego fueron muy difíciles de coordinar en la Convención. Asimismo, muchos de estos convencionales traían consigo agendas identitarias que la mayoría de los chilenos no compartía. Algunos sectores de izquierda llegaron a la Convención con un aire de “a todo o nada”. Aunque entendible si se tiene en mente que lo que estaba enfrente era uno de los últimos legados de la dictadura pinochetista (si bien había sido intensamente reformada durante el gobierno de Ricardo Lagos) fue también notoria la incapacidad de intentar pactar con la derecha moderada algunos puntos comunes y acercarse al votante medio. Así, por ejemplo, se llevó a la mesa la cuestión de la identidad de los pueblos originarios y la “plurinacionalidad” del Estado. Para una mayoría de los chilenos incómoda con la cuestión mapuche, hablar de plurinacionalidad era sensible. Tampoco ayudó la imagen que la mayor parte de la ciudadanía tenía sobre la convención, de la que predominaban noticias sobre las discusiones caóticas, los excesos (como autos de lujo con chofer) y cierto aire de estudiantina.
En esta línea, señalo un error de diagnóstico. Para los sectores que dominaron el proceso constituyente, el pasado chileno era un trauma a enterrar lo más rápido posible. Pero me atrevo a sugerir que para la gran mayoría de los chilenos, el tan denostado modelo económico liberal no era un camino a desandar sino un piso desde donde mejorar. Se trataba de reformas sociales y acceso a servicios; no tanto de plurinacionalidad y paridad, por más encomiables que sean esos objetivos.
En este punto es donde algunas reglas electorales jugaron un rol clave. La participación electoral en Chile es optativa. Eso llevó a que en elecciones pasadas votara un núcleo duro intenso. Así, el resultado del 78% a favor de una nueva constitución de octubre del 2020 esconde que solamente votó el 51% de la población. A las elecciones para convencionales votó un 42%, y en las elecciones que llevaron a Boric a la Presidencia hizo lo propio un 56% en el ballotage pero un 47% en la primera vuelta. En el referéndum del domingo pasado, la elección fue obligatoria. Eso hizo que las mayorías silenciosas que habían quedado al margen del clima refundacional, voluntarista y muchas veces violento que caracterizó al Chile del 2019 para acá manifestaran su opinión negativa.
A la hora de mirar hacia adelante, quizás sea el momento de desenterrar la experiencia de la Concertación que gobernó inmediatamente después de la transición. Aunque denostada por tibia y acomodaticia con la derecha lideró un período de democracia y prosperidad singular en la región con herramientas que hoy deberían rescatarse: negociaciones, acuerdos y consensos mayoritarios.
El autor es director de las carreras de Ciencia Política y Estudios Internacionales de la Universidad Torcuato Di Tella
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