Recep Tayyip Erdogan hace pie en Libia y consolida el expansionismo de Turquía en la región
Enfrentada a Europa, Ankara empuja su influencia con el aumento de su presencia militar
TÚNEZ.- La decisión del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, de enviar tropas a Libia, ratificada por el Parlamento turco la semana pasada, reafirmó su voluntad de convertir a su país en una auténtica potencia regional, con una proyección militar más allá de sus fronteras cercanas.
Hasta ahora, Ankara tan solo había apoyado al gobierno de Trípoli, en conflicto con el general rebelde Khalifa Hafter, con el envío de armas. Así pues, Libia se convierte en el doceavo país en albergar soldados turcos, bien sea por su participación en una misión de paz internacional -como Kosovo, el Líbano o Afganistán-, o por el establecimiento de bases en países colindantes o aliados -Irak, Chipre, Qatar, Somalia, etc.-.
Aunque el expansionismo turco se disparó desde la llegada al poder de Erdogan, este se halla inscripto en el ADN del país. Durante más de cuatro siglos, Estambul, la antigua Constantinopla, dominó el Oriente Próximo y el Mediterráneo Oriental. No fue hasta el final de la Primera Guerra Mundial que los vencedores desmembraron el Imperio Otomano y nació la Turquía moderna, circunscripta a Anatolia.
El vocablo "neootomanismo", que reapareció los últimos años, ya inspiró la política exterior turca a finales de los ochenta, durante la presidencia de Torgut Ozal. Sin embargo, su visión estaba más bien en el llamado soft power -la influencia económica y cultural-, y era perfectamente compatible con una orientación atlantista y proocidental. Erdogan, en cambio, le dio un sentido militar e independiente respecto de Occidente, a veces incluso hostil.
Más allá de la voraz ambición de Erdogan, apodado el "sultán", dos hechos precedieron el giro "otomanista" del presidente turco: el portazo de la Unión Europea (UE) a las aspiraciones de membresía turcas y el estallido de las llamadas "primaveras árabes" en 2011. No hay que olvidar que durante su primera década al frente del país, entre 2002 y 2011, Erdogan mantuvo la tradicional política atlantista del país con el objetivo de entrar en la UE.
Repudiado por Europa, Erdogan vio una oportunidad para recuperar la antigua área de influencia otomana gracias las revueltas árabes. El viejo orden árabe se resquebrajaba y los partidos islamistas, opositores históricos, se alzaban con victoria tras victoria en las urnas (Túnez, Egipto, Libia, Marruecos). Turquía, que había visto como su PBI se triplicaba entre 2002 y 2013, había recobrado su antigua fuerza y confianza, y quiso jugar sus cartas para convertirse en gran potencia regional.
En aquel momento, la diplomacia desplegaba su soft power, gracias a su poderosa economía e industria cultural, con los culebrones turcos arrasando los índices de audiencia de los países árabes. Sin embargo, las esperanzas de democracia y prosperidad que suscitó aquel 2011 revolucionario se trocaron en polarización, golpes de Estado y conflictos violentos. La contrarrevolución, a menudo liderada por Arabia Saudita, consiguió frenar aquella reacción de cambios en cadena.
Turquía, junto a Qatar, permaneció fiel a los movimientos islamistas que navegaron sobre la ola de protestas del 2011, y con los que compartía unas mismas referencias ideológicas. Esta decisión situó a ambos países en el eje opuesto, formado por Arabia Saudita, Emiratos Árabes y Egipto. Es dentro de esta lógica de bloques que se explica el envío de tropas a Libia ante el riesgo que Haftar, protegido de El Cairo y Riad, se haga con el control de Libia. Y lo mismo sucede con las nuevas bases navales turcas en Qatar y Somalia.
Para entender la política exterior turca, cabe mencionar un último factor: la política interna. Algunos movimientos expansionistas turcos recientes se deben interpretar como una simple reacción ante los acontecimientos en los países vecinos. El resurgimiento kurdo en Siria activó las alarmas en Ankara, que considera una auténtica pesadilla la creación de una entidad kurda autónoma al otro lado de su frontera, pues podría servir de base y refugio permanente de los guerrilleros kurdos del PKK en su conflicto con el Estado kurdo.
La compleja interrelación de estos factores ante una realidad muy fluida explica los volantazos que dio la política exterior turca durante el último lustro, y que los detractores de Erdogan califican de "errática". Habida cuenta de la fuerte impronta personal del incombustible presidente en la diplomacia, cabe preguntarse por su configuración el día que termine la era Erdogan. ¿Se consolidará el expansionismo turco, o habrá un repliegue? Aunque el fin de Erdogan no parece cercano, si empieza a divisarse en el horizonte.
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