“Rebelión de baristas”: el conflicto sindical inesperado que complica a Starbucks en Estados Unidos
Howard Schultz, el CEO de la empresa, entendió la gremialización de los baristas como una amenaza
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SEATTLE.– Antes de empezar a hablar frente a los 200 máximos ejecutivos de su empresa, Howard Schultz, el megamillonario fundador de Starbucks, prefirió hacerles escuchar las palabras que había escuchado de boca de los empleados de los locales distribuidos a lo largo de Estados Unidos. Las luces del auditorio se apagaron y las voces grabadas llenaron el salón.
“En mis últimos tres turnos me largué a llorar”, se escuchó decir a uno de los baristas. “Estamos estresados en el trabajo, y estamos estresados en casa”, dijo otro. “No llego a pagar las cuentas, mi sueldo es una miseria”, señaló un tercero.
El CEO, de 69 años, siempre se había considerado a sí mismo como el chico bueno del capitalismo norteamericano, convencido de que su riqueza personal y el ascenso de Starbucks a la categoría de marca planetaria eran consecuencia directa de la preocupación de la empresa por el bienestar de sus empleados.
Y de pronto, todo eso estaba en duda. En todo Estados Unidos, los empleados de todos los rubros que trabajaron durante la pandemia habían llegado a la conclusión de que se merecían algo mejor y empezaron a renunciar en masa, a exigir más de sus jefes, o se sindicalizaron, como en el caso de algunos empleados de Starbucks.
El movimiento de sindicalización de los baristas de Starbucks se había iniciado en agosto de 2021 en algunos locales de Buffalo, y a principios de julio pasado, cuando Schultz subió al escenario, ya se había extendido a más de 225 de los 9000 locales de la empresa en Estados Unidos, desatando la esperanza de una resurrección del movimiento sindical.
En sus piquetes frente a los locales, los empleados a favor de la sindicalización describían a Schultz como un codicioso multimillonario que vive fuera de la realidad y tiene un yate de 130 millones de dólares. La Junta Nacional de Relaciones Laborales acusó judicialmente a Starbucks en documentos judiciales de llevar a cabo “una campaña antisindical virulenta, generalizada y bien orquestada”, con despidos, acoso y amenazas. Los senadores demócratas que antes elogiaban a Schultz como un líder “humano e innovador” ahora lo criticaban por socavar los derechos de sus trabajadores.
Algo personal
“¿Por qué lo siento como algo tan personal?”, les preguntó a los ejecutivos. “Porque yo sé lo que costó construir esta empresa, sé lo que está en juego, y tenemos que demostrar que somos diferentes”, se respondió a sí mismo, con la voz entrecortada. El auditorio estaba mudo. “Y quiero ser honesto con ustedes: el tiempo nos juega en contra”.
En septiembre de 2021, poco después de que los trabajadores de Buffalo empezaron a organizarse, Schultz visitó la ciudad, donde escuchó quejas de sus empleados sobre máquinas y equipos que se descomponían y nunca eran arregladas, y del desborde de trabajo que estaban sufriendo, “cosas de las que nunca me había enterado”.
Un mes después, frente a un salón lleno de baristas de Starbucks, Schultz volvió a rogarles que le dieran la oportunidad de solucionar los problemas sin armar un sindicato. Su ruego fracasó, y en diciembre de 2021 varios locales de Buffalo votaron para ser representados por Starbucks Workers United (Trabajadores Unidos de Starbucks).
A principios de abril de 2022, Schultz les aseguro a decenas de miles de empleados que lo escuchaban online y en persona en la sede de Starbucks que comprendía sus problemas. El tema no era que Starbucks estuviera perdiendo dinero o que la demanda de sus productos estuviera disminuyendo, sino que los ejecutivos corporativos no habían escuchado las preocupaciones de sus empleados. No habían entendido el estrés que la pandemia estaba generando en sus vidas.
De inmediato, Schultz salió a la ruta para reunirse con baristas, supervisores y gerentes de locales de todo el país. Los encuentros solían empezar con un reconocimiento de que la empresa les había fallado y el pedido de que hablaran sin tapujos. “Quiero escuchar todo lo que tengan para decir”, les dijo Schultz a los empleados de los locales de la ciudad de San José, California.
Pagar las cuentas
Los baristas le contaron que no ganaban ni para pagar las cuentas. Se quejaron de equipos rotos durante semanas, tiendas con poco personal, capacitación insuficiente y disrupciones en la cadena de suministros.
Algunos de los problemas parecían exceder a Starbucks y derivarse de un país que durante la pandemia había dado un giro oscuro, relató más tarde Schultz. Visitó Nashville, Phoenix y Long Beach. Los empleados repetían que los clientes se habían vuelto más agresivos y exigentes. Viajó a Nueva York, Chicago, St. Louis y Denver. Siguió escuchando historias de encuentros aterradores de los baristas con personas sin hogar y drogadictos en los baños de los locales. “No sabía que pasaban esas cosas”, dijo luego. “No sabía que nuestra gente se sentía insegura en su lugar de trabajo.”
Pero el sindicato seguía creciendo. Los dirigentes sindicales tenían la esperanza de que Schultz, aunque fuese a regañadientes, hiciera las paces con su movimiento, pero se estaban desconcertados por el tono cada vez más hostil del CEO de la empresa. “Nunca conocí a un hombre de negocios como él”, dijo Richard Bensinger, un dirigente sindical que trabajaba con los baristas de Starbucks. “Su odio hacia los sindicatos es mayor que su amor por el dinero”.
A Schultz le costaba ver a sus empleados sindicalizados como trabajadores reales con quejas reales. Cuando el local Starbucks Reserve Roastery de Seattle –una expansión de la empresa que sirve comida recién preparada y bebidas alcohólicas– votó 38-27 a favor de la sindicalización, Schultz dijo en una entrevista que 20 de esos empleados habían ido a trabajar solo para votar por el sindicato.
En la visión de Schultz, los sindicatos existían para proteger a los trabajadores de las malas empresas. “Por eso se crearon los sindicatos”, dijo. Pero en una empresa como Starbucks, que se preocupaba por sus trabajadores, un sindicato no tenía cabida, creía Schultz, porque enfrentaría a los empleados contra sus jefes, transformando a los socios en adversarios.
En la misma entrevista, dijo que la sindicalización era un “anatema” para esa cultura del éxito compartido que había tratado de construir a lo largo de décadas, y estaba decidido a detenerla.
Ambición
En septiembre, Schultz subió al escenario de la sede de Starbucks para exponer lo que él y su equipo habían escuchado en más de 200 encuentros con trabajadores de la empresa en todo el país. Esta vez, la reunión de todo el día fue para los mayores inversores de Starbucks.
“¡Tengo el honor y el gran privilegio de presentar a nuestro icónico fundador!” anunció el director de relaciones con los inversionistas. Schultz saltó al escenario, mientras una pantalla gigante mostraba fotos de locales Starbucks alrededor del mundo. “Si tuviera que elegir una palabra para describir lo que vamos a compartir con ustedes, sería ambición”, arrancó.
Afuera, en el estacionamiento, varios cientos de empleados de Starbucks y de otros sindicatos marchaban, gritaban y acusaban a Schultz de intentar aplastar sus esfuerzos por organizarse. “¡Acá el único escándalo son los salarios de miseria que nos pagan!”, rugían algunos.
En el interior, Schultz prometió cambios que no solo serían buenos para los trabajadores, sino también para las ganancias de Starbucks. Mejores salarios y beneficios laborales frenarían las renuncias y el permanente recambio de personal. La introducción de mejor tecnología haría que el trabajo de los baristas fuera menos agotador. Eso le daría a los baristas más tiempo para conocer a sus clientes, que según revelaban los sondeos de marketing, tienden a gastar más cuando el barista los reconoce, sabe la bebida que habitualmente llevan, y conoce un poco de sus vidas.
Schultz agregó que por momentos le cuesta entender por qué sus empleados sindicalizados están tan furiosos. “Están enojados con el mundo, enojados por su situación, y yo lo entiendo”, dijo Schultz. “Nuestra responsabilidad es hacer todo lo que podamos para que superen eso, pero lamentablemente tenemos nuestras limitaciones”.
Greg Jaffe
Traducción de Jaime Arrambide
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