Reacia a las intrigas, de perfil bajo y dueña de una coraza de acero
LONDRES-. En 2013, Theresa May reveló que le habían diagnosticado diabetes tipo 1, que requiere inyecciones diarias de insulina. Tiempo después, cuando le preguntaron cómo se había tomado el diagnóstico, dijo que había encarado ese tema de la misma manera que el resto de las cosas de su vida: "Enfrentarlo y seguir adelante".
Esa dureza la ha catapultado al centro de la escena política tras la aprobación del Brexit y la terminó consagrando como sucesora de David Cameron, que mañana presentará su renuncia.
May tiene 59 años y es la ministra del Interior que más ha durado en el cargo en el último medio siglo. Tiene fama de ser seria, trabajadora y reacia a las intrigas y traiciones en las que está sumido su partido. Integra ese creciente número de mujeres de la política británica, tradicionalmente dominada por varones, que están avanzando hasta los escalones más altos del liderazgo político.
"Sé que no soy de esos políticos que llaman la atención -dijo May días atrás-. No voy de gira por los canales de televisión, no chusmeo sobre la vida de los demás a la hora del almuerzo y no voy de copas a los bares preferidos de los parlamentarios."
Uno de sus ex colegas del Parlamento, Tim Yeo, recuerda que May solía asistir a las reuniones que organizaba en su casa, pero que "no era el alma de la fiesta". Yeo agrega que ese rasgo tal vez sea lo que exigen estos tiempos, ya que "su cautela le permitirá no perder pie en medio del caos".
Sin advertir que había una cámara prendida, Ken Clarke, otro colega de May, dijo la semana pasada que "Theresa es una mujer endiabladamente difícil", y eso que Clarke trabajó con otra política con fama de mujer de acero que también se hizo fuerte en un mundo de hombres: Margaret Thatcher .
La tenacidad de May ha suscitado comparaciones no sólo con Thatcher, sino también con otra metódica mujer de la política, la canciller alemana Angela Merkel, hija de un pastor protestante, igual que May.
Hija única y nacida en 1956, May creció en Oxfordshire y a los 12 años ya manifestaba interés por el Partido Conservador. Estudiante aplicada, May nunca se rebeló contra su formación religiosa y sigue concurriendo asiduamente a la iglesia. Es muy revelador que su héroe deportivo fuese Geoffrey Boycott: un jugador de cricket sólido y obstinado, especialista en partidas de larga duración.
Al igual que Cameron y Boris Johnson, el ex alcalde de Londres que hace pocos días se bajó de la disputa por el liderazgo del partido, May se ganó un lugar en Oxford, aunque varios años antes que ellos.
Pero mientras que Cameron y Johnson llegaron desde el exclusivo Eton College y en Oxford se unieron al hedonista Bullingdon Club, May fue a una escuela secundaria pública y tuvo una vida universitaria más reposada.
Como la política ya era importante para ella, asistía al famoso grupo de debates Oxford Union y se unió a la Asociación Conservadora de la universidad. En una de las reuniones de la agrupación, su compañera Benazir Bhutto -quien luego sería primera ministra de Paquistán- le presentó al hombre que se convertiría en su marido, Philip May.
Theresa dice que su marido, actualmente banquero de inversiones, es su "roca". La pareja no tiene hijos. "Simplemente no llegaron", le dijo en su momento a un periódico.
Mientras avanzaba en sus aspiraciones políticas, May trabajó en el sector de servicios financieros, incluida una temporada en el Banco de Inglaterra.
En 1997, obtuvo un escaño en el Parlamento como representante por Maidenhead, una próspera localidad al oeste de Londres, justo cuando su partido ingresaba en un largo período fuera del poder. Ascendió rápidamente en las filas conservadoras y concentró la atención nacional cuando descolocó con su discurso a la audiencia de la convención anual de su partido, una ocasión que suele ser usada para agradecer y elogiar a los militantes. "Nuestra base es demasiado chica y a veces también es chica la simpatía que despertamos -les advirtió a sus colegas-. Ya saben cómo nos llama la gente: el partido de los asquerosos."
Tras las elecciones de 2010, cuando los conservadores retornaron al poder en coalición con los liberales demócratas, fue ascendida a ministra del Interior, uno de los principales cargos de gobierno, algo que podría no haber ocurrido si Nick Clegg, líder de los liberales demócratas, hubiese reclamado el cargo para sí mismo. Pero Clegg optó por ser viceprimer ministro, dejando el camino despejado para May.
En el Ministerio del Interior, May resistió con argumentos humanitarios las presiones del gobierno de Estados Unidos por la extradición de Gary McKinnon, un británico acusado de piratería informática. Pero también negoció un tratado con Jordania que permitió que Gran Bretaña extraditara a Abu Qatada, un predicador del extremismo islámico. La extradición de Qatada era obstaculizada por la Corte Europea de Derechos Humanos, que temía que en Jordania fuese torturado.
Su talón de Aquiles político es la inmigración, que está en la órbita de su ministerio. Cameron prometió reducir la inmigración neta a menos de 100.000 personas al año, un objetivo que nunca se cumplió.
May no logró hacer descender el número de inmigrantes de la Unión Europea, legalmente autorizados a instalarse en Gran Bretaña. Pero el ingreso de extracomunitarios, que el gobierno sí puede controlar, tampoco bajó y sigue siendo obstinadamente alto: más de 330.000 inmigrantes totales netos en 2015.
A May se la considera más de derecha que Cameron, aunque ha apoyado la legalización del matrimonio igualitario. Cuando se convocó al referéndum sobre la continuidad o no en la Unión Europea, nadie sabía si May haría campaña a favor o en contra del Brexit.
Al final, apoyó la postura de Cameron de permanecer en el bloque regional, pero se mantuvo mayormente al margen, lo que ahora le permite presentarse como una líder de unidad de una bancada parlamentaria profundamente dividida por ese tema.
Sin embargo, también implica que cualquier acuerdo que negocie con la UE sobre los futuros vínculos de Gran Bretaña con el bloque estará sujeto al intenso escrutinio de los críticos más ideologizados de la UE.
La semana pasada, May se ocupó de asegurarles a los halcones de su partido que no haría ningún intento de permanecer en la UE o volver a entrar por la puerta trasera.
"Brexit significa Brexit", dijo sin titubear, dejando entrever que ahora hará lo mismo que siempre: enfrentar el asunto y seguir adelante.
Traducción de Jaime Arrambide
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