¿Quién ganará en el "largo final" de Putin: la Sputnik V o Navalny?
Alexei Navalny fue categórico. "Este es el fin de una era", profetizó, al comentar los abucheos de los que había sido objeto unos días antes Vladimir Putin, en el Estadio Olímpico de Moscú.
Indignados con la corrupción, la asfixia de un gobierno crecientemente autoritario y las denuncias de fraude electoral, miles de rusos habían silbado al líder todopoderoso del país. La gran mayoría de ellos eran habituales seguidores de Putin, pero Rusia se tensaba a medida que el descontento aumentaba y la oposición ganaba las calles con protestas nunca antes vistas en el siglo XXI.
Eso no sucedió en enero o febrero de 2021. Fue en noviembre de 2011. El fraude en las elecciones legislativas de ese año había enardecido a la oposición, que se lanzó a la calles y, durante meses, cercó al Kremlin y se ilusionó con el fin de la vida política del hombre más poderoso de Rusia.
Pero Putin sobrevivió al derrumbe de la Unión Soviética, a la caída en desgracia de Boris Yeltsin, a los embates de rivales que, uno tras otro, llegaban con la seguridad de que ellos serían los elegidos para destronar al zar contemporáneo. ¿Por qué no habría de sortear manifestaciones que, aunque con ruido y respaldo internacional, ni siquiera lo asustaban?
Otra vez bajo el manto del fraude, Putin ganó, de todas maneras, las elecciones presidenciales de 2012, contuvo las protestas y hoy se encamina a ser el segundo líder ruso con más años en el poder, después de Stalin, que gobernó durante 31 años.
La profecía de Navalny no se cumplió. El final de Putin parece largo, larguísimo. Sin embargo, el error de cálculo no significó el final del Navalny. Todo lo contrario. Con la misma capacidad de supervivencia de Putin, el abogado de 44 años sorteó la cárcel, la persecución, la asfixia económica, el envenenamiento para convertirse hoy en el dirigente capaz de contener a los más diversos grupos opositores, desde comunistas a liberales, desde anarquistas a defensores de los derechos LGTB, desde jubilados a estudiantes.
Mucho en común
Navalny es hoy el rival que Putin siempre evitó tener.Y lo es precisamente porque comparten estilos, ambiciones y tácticas.
La elocuencia no es un rasgo que tengan en común. El extrovertido y articulado Navalny se contrapone al parco y distante Putin. Pero ambos son conscientes del peso de su imagen. Mientras el presidente, de 68, hace alarde de su hombría y de su vigor cuando monta a caballo con el torso desnudo o se sumerge en aguas gélidas en pleno invierno ruso, el dirigente opositor postea fotos corriendo maratones o encabezando actos de jeans y zapatillas. Es el líder descontracturado que encarna el futuro contra el presidente que viene del pasado soviético.
Las tácticas de uno y otro tampoco difieren mucho, ambas están basadas en un arma particular.
Exagente de la KGB, Putin hizo un arte del manejo de la impresionante estructura de seguridad e inteligencia para motorizar sus ideales de grandeza y autonomía rusa y alimentar su propia supervivencia en el poder. A falta de los inacabables recursos del Estado ruso, Navalny transformó las redes sociales en su arma. Mago de cualquier plataforma, desde Twitter a YouTube, el cosmopolita abogado usa las redes para sortear, una y otra vez, la persecución oficial, para sobrevivir a la prisión y para viralizar su mensaje fundamental: "la corrupción debe acabar".
Elites enriquecidas vilmente vs. un pueblo con ansia de libertad y transparencia es el mensaje que Navalny repite desde hace más de una década –y que ya se escuchó bastante a lo largo de los últimos 150 años de historia rusa–. Él, claro, se propone como el abanderado de ese pueblo, una postura que le suele valer críticas desde la misma oposición, que cuestiona el populismo, el ocasional nacionalismo y, en definitiva, el oportunismo de Navalny.
Uno en baja, otro en alza
Hoy Putin y Navalny protagonizan el pico de su rivalidad. Ambos resisten y prometen pelea.
Putin preside una Rusia descontenta. La potencia que centralizó la historia del siglo XX se debilita con una economía que apenas creció 1,6% anual en promedio en la última década –contra un 6% anual en los primeros 10 años de la centuria–; con una pandemia que la agobia; con un autoritarismo que irrita a un creciente número de rusos, y con una geopolítica global cuyas capitales son Washington y Pekín, y ya no Moscú.
Irónicamente, el envenenamiento, en agosto pasado, dio vida a Navalny, una energía que se multiplicó al ser arrestado, el mes pasado, cuando regresó a Rusia y con la difusión de una investigación sobre un supuesto palacio del mandatario.
Hoy Navalny conduce una oposición envalentonada, diversa, que crece de una punta del país al otro, de Vladivostok a Kalinigrado, y gana más y más visibilidad y respaldo internacional. Está en prisión y su condena a más de dos años de cárcel apunta a evitar que sea candidato en los comicios presidenciales de 2024. Pero el activista anticorrupción ya demostró que sabe sacar ventaja de los errores de cálculos de Putin, como, por ejemplo, arrestarlo al llegar a Rusia.
En este nuevo round entre Putin y Navalny, uno parece en baja y el otro, en alza. ¿Quién ganará, entonces?
De acuerdo con un sondeo publicado el jueves pasado por Levada, la encuestadora independiente más importante de Rusia, la popularidad de Putin apenas sufrió con las marchas de las últimas semanas y se mantiene en 64%, un nivel envidiable para un dirigente que lleva 20 años en el poder.
El pasado y el futuro se pelean
Sin embargo, la encuesta tiene dos señales de alerta para el Kremlin. La confianza cayó en Putin unos cinco puntos a lo largo del año por la pandemia y la recesión y, entre los jóvenes de entre 17 y 35 años, Navalny se acerca, en aprobación, al presidente.
Son números que reflejan, en definitiva, una lucha entre el pasado y el futuro.
Esa tensión creciente entre pasado, presente y futuro es también reflejada por un instrumento cercano a la Argentina y con el que Putin busca hoy sostener la influencia internacional de su país, cada vez más relegada ante el creciente competencia global entre Estados Unidos y China.
La vacuna Sputnik V condensa esa tensión. La ambición de grandeza que guía la historia rusa se plasma en el desarrollo de una vacuna elaborada por uno de los mejores legados de la era soviética, la investigación científica, y ofrecida al mundo como una de las vías de salvación. Pero ese logro es empañado por los vicios y debilidades del presente.
La falta de transparencia propia del ejercicio del poder del Kremlin de Putin envuelve a la vacuna al punto de que es una de las que menos confianza despierta, de acuerdo con un sondeo de YouGov en 19 países, publicado en enero.
Y cuando la falta de transparencia es zanjada con la publicación de la certificación científica en The Lancet, irrumpe otra debilidad de la Rusia de Putin.
Con una década de poco crecimiento y una burocracia profundamente arraigada, la productividad y la eficiencia se desvanecieron en Rusia: la vacuna es eficaz, pero las promesas del Kremlin se derrumban ante la imposibilidad de producirla masivamente y de entregarla en los plazos previsto. Ese incumplimiento que ensombrece la ambición de Putin de abrir nuevos surcos diplomáticos en el mundo y recuperar algo más de la influencia soviética.
La tensión entre pasado, presente y futuro que se escenifica en la Sputnik V es también la lucha que hoy protagonizan Putin y Navalny.
El presente es de Putin, por ahora, pero ningún dirigente ruso pudo hasta ahora amenazar su futuro como Navalny.
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