Estaba custodiado por un carcelero al que se le ordenó matarlo si hablaba de cualquier otra cosa que no fueran sus necesidades; después de su muerte los muebles de su celda fueron destruidos en caso de que hubiese escrito su nombre en algún lugar escondido.
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“¡Llámame maldito!”. El hombre, cuya voz casi fue ahogada por la tormenta, estaba vestido completamente de negro, “una especie de fantasma, con la cabeza cubierta con un caso negro y una máscara negra, algo terrible de contemplar”.
En su épico libro de 1850, El vizconde de Bragelonne, Alejandro Dumas creó una imagen cautivadora del hombre de la máscara de hierro que inspiraría innumerables películas y consolidaría el lugar de la misteriosa figura en la cultural popular. El escritor se inspiraría en una leyenda que había surgido casi dos siglos antes.
Contaba la historia de un misterioso prisionero que había sido arrestado y encarcelado en secreto en Francia. Había pasado décadas en varias mazmorras oscuras y húmedas, terminando en la Bastilla. Estrechamente vigilado, lo mantuvieron en soledad, donde nadie pudiera escuchar lo que pudiese tener que decir; y no se le permitió siquiera pronunciar su nombre.
Estaba custodiado por un carcelero al que se le ordenó matarlo si hablaba de cualquier otra cosa que no fueran sus necesidades. El carcelero, sin embargo, mostró un gran respeto por este preso, incluso de pie, sombrero en mano en su presencia. Porque en la historia de Dumas no se trataba de un prisionero cualquiera: era uno de los hombres más destacados del país.
Según la leyenda (y la novela de Dumas), el prisionero se vio obligado a usar una máscara de hierro sobre su rostro para ocultar su identidad. Y dos mosqueteros estaban listos para matarlo si alguna vez se la quitaba.
Porque lo que habían encarcelado era un secreto de Estado. Y después de su muerte, su celda fue limpiada y raspada, y sus miserables muebles destruidos en caso de que hubiese escrito su nombre en algún lugar escondido.
Un secreto familiar retorcido detrás del “hombre de la mascara de hierro”
Otro hombre que estaba intrigado por esta leyenda fue el escritor francés Voltaire, quien investigó la historia del prisionero y la horrible máscara que aparentemente le habían obligado a usar.
Descubrió que lejos de ser un cuento, el hombre de la máscara de hierro había existido realmente: era un prisionero que vivió en la época de Luis XIV, quien reinó entre 1643 y 1715 y que era conocido como el Rey Sol.
Voltaire especuló que solo había una razón por la que un prisionero desconocido tendría que ocultar su rostro: se parecía al único hombre que todos los franceses reconocerían instantáneamente, el mismo Rey Sol.
Voltaire concluyó que el prisionero debía haber sido el hermano gemelo secreto del rey Luis, que había sido encarcelado para preservar la seguridad del reino.
Esta teoría gemela inspiró a Dumas, quien la incorporó a la elaborada trama de El vizconde de Bragelonne. En gran parte como resultado de la historia del escritor y las películas que generó más tarde, la leyenda del hombre de la máscara de hierro ha intrigado a la gente durante años.
Sin embargo, la historia real es completamente diferente a la que escribió Dumas. Las cartas enviadas entre Luis XIV el ministro de guerra francés Louvois y un carcelero llamado Benigno de Saint-Mars apuntan a que el hombre de la máscara de hierro era probablemente un humilde prisionero llamado Eustache.
Además, no llevaba una máscara de hierro de forma permanente. Este fue un invento de Voltaire, quien escribió que el prisionero usaba “una máscara cuya barbilla tenía resortes de acero que le permitían comer mientras la usaba”. Sin embargo, no existe una base histórica para esto. En realidad, Eustache solo fue obligado a usar una máscara hecha de terciopelo negro en los últimos años de su vida y solo cuando algún espectador podía verlo.
La teoría de que el hombre de la máscara de hierro era Eustache fue presentada por primera vez por Jules Lair, un abogado francés convertido en historiador, en 1890. Esta fue rechazada por muchos historiadores porque se consideraba que Eustache no era lo suficientemente interesante o importante, por lo que la búsqueda continuó.
Pero no hay ninguna razón real por la que un prisionero humilde no pueda haber sido el hombre de la máscara de hierro. La historia de Eustache comienza a finales de julio de 1669, cuando Luis XIV emitió una lettre de cachet, una orden de arresto para un hombre que debía ser capturado en cuanto lo vieran y llevado a la fortaleza Pignerol en los Alpes italianos.
El tratamiento terrible, y a menudo extraño, que soportó mientras estaba encarcelado fue notablemente similar al de la narración ficticia de Dumas: fue retenido en condiciones de máximo secreto, y su carcelero, Saint-Mars, aseguró que nadie podía verlo ni oírlo.
Una vez al día, Saint-Mars dejaba caer un pequeño paquete de comida al suelo de su celda. Y si Eustache intentaba hablar de cualquier cosa menos de sus necesidades más básicas, Saint-Mars lo mataría, orden que declaró estaba dispuesto a cumplir: “Si me hablaba a mí o a alguien más de algo que no fuera de sus necesidades, lo atravesaría con mi espada”.
Un humilde ayudante de cámara
Aquí, la versión de Dumas se aleja de la verdad. Lejos de ser el gemelo secreto del rey, o incluso un prisionero de alto rango, Louvois describió a Eustache como “solo un ayudante de cámara”.
En la Francia del siglo XVII, el rango de una persona se conservaba incluso en prisión. Como ayudante de cámara, Eustache era de un estatus humilde, y esto se reflejaba en los insignificantes artículos que se le proporcionaban. Le dieron ropa barata. Como había dicho Louvois, las prendas para “este tipo de personas” deberían durar tres o cuatro años. Por el contrario, el otro prisionero estatal de Saint-Mars, el aristocrático Nicolas Foucquet, el superintendente de finanzas caído en desgracia, recibía nueve trajes cada temporada.
Mientras Eustache no tenía a nadie que lo cuidara ni le hiciera compañía, Foucquet disfrutó de los servicios del ayudante de cámara. La comida de Eustache era apenas suficiente para mantenerlo con vida; sin embargo, Foucquet comía de las mejores viandas que hubiera podido disfrutar de haber estado libre. Sin embargo, había un aspecto en el que los dos hombres eran iguales: Foucquet también estaba vigilado estrechamente y tenía prohibido comunicarse con el mundo exterior, al menos durante los primeros años de su encarcelamiento.
Los dos hombres fueron arrojados juntos mientras estaban en prisión y luego Eustache se vio obligado a servir como ayudante de cámara del superintendente deshonrado. Ser el ayudante de cámara de un prisionero era decididamente un trabajo indeseable. Los ayudantes debían alojarse con sus amos, permanecían en prisión y se les prohibía incluso visitar a sus familias mientras estuvieran en servicio.
Se suponía que Foucquet tenía dos ayudantes de cámara mientras estaba en prisión. Pero uno había muerto, por lo que solo un ayudante de cámara, llamado La Rivière, estaba su servicio. Después de no encontrar un reemplazo, Saint-Mars recordó que Eustache le había sido descrito como un ayudante de cámara y, con el permiso de Luis XIV y Louvois, lo colocó con éxito como segundo ayudante de cámara de Foucquet.
Inicialmente se esperaba que trabajara para Foucquet solo cuando La Rivière no pudiera cumplir con sus deberes. Finalmente, se convirtió en un elemento permanente. Incluso se le permitió acompañar a Foucquet cuando este recibió permiso para caminar sobre las murallas de la ciudadela.
Con el tiempo, a Faucquet se le permitió recibir a visitantes en la prisión, y Eustache se ocupó de sus necesidades como lo hizo con las de su anterior amo. Con tanta gente entrando y saliendo, la seguridad se convirtió en una preocupación. Pero Luis XIV y Louvois no lo estaban excesivamente.
A Saint-Mars se le ordenó simplemente que arreglara con Foucquet “como estime oportuno, en cuanto a la seguridad de la persona llamada Eustache… recomendándoles sobre todo que se encargue de que no hable con nadie en privado”.
Foucquet tenía ahora la responsabilidad de custodiar a Eustache y asegurarse de que se desconociera el motivo de su encarcelamiento. Entonces...¿Cuál era el secreto de Eustache? Claramente, tuvo que ver con sus actividades antes de su arresto. La evidencia de esto se encuentra en una carta escrita por Louvois a Foucquet por orden del rey.
Louvois preguntó al exsuperintendente si Eustache había hablado frente a su otro ayudante de cámara sobre lo que había visto antes de su arresto. Luego tachó esa línea y la reemplazó por una que hablaba de cómo Eustache había sido empleado antes de su arresto. En la lettre de cachet, Luis XIV simplemente había dicho que estaba “insatisfecho” con el comportamiento de este hombre. Sin embargo, el contexto en el que fue detenido Eustache podría dar la respuesta.
Sirvientes y espías
En el verano de 1669 se estaban llevando a cabo negociaciones importantes y secretas entre el rey Carlos II de Inglaterra y Luis XIV. Estos se llevaban a cabo a través de la hermana de Carlos, Enriqueta, duquesa de Orleans, quien estaba casada con el hermano de Luis, Felipe de Francia.
Carlos y Enriqueta usaban ayudantes de cámara para llevar mensajes de ida y vuelta a través del Canal de la Mancha, pero estos ayudantes contrataban a otros sirvientes para que llevaran mensajes en su nombre.
A menudo Carlos y Enriqueta no sabían quiénes eran estas personas. De hecho, en una carta de su hermana, Carlos señaló que había recibido una carta de ella a través del “italiano cuyo nombre no conocés, y me entregó tu carta en un pasaje tan oscuro que no podría reconocer su rostro si lo vuelvo a ver”. Eustache, por supuesto, no era este hombre ya que no era italiano sino francés. Sin embargo, este comentario ilustra la atmósfera de secreto que rodeaba las comunicaciones durante este delicado período. Poco antes del arresto de Eustache, Louvois y Le Tellier, su padre y predecesor en el ministerio de la guerra, fueron incluidos en estas negociaciones.
Es posible que Eustache hubiera sido empleado por uno o ambos de estos hombres, o tal vez incluso por la propia Enriqueta, y que tuviera conocimiento de información secreta y sensible. Esto explicaría la ira de Louvois hacia Eustache. Ya ministro se refería a él como “un desgraciado”. Y el hecho de que Eustache fuera arrestado cerca de Dunkerque, uno de los principales puertos hacia Inglaterra, agrega más peso a esta teoría.
Lo que sea que haya oído Eustache, ciertamente se consideró lo suficientemente grave en ese momento como para justificar una vida en prisión. Tras la muerte de su compañero de prisión Foucquet, fue devuelto a su antigua celda.
Debido a que se creía que el otro ayudante de cámara de Foucquet, La Rivière, se había enterado del secreto de Eustache, y como no había informado de una violación de seguridad que se había descubierto poco antes de la muerte de Foucquet, no fue destituido de su cargo y despedido como debería haber sido; sino en cambio fue encarcelado con Eustache.
Los mantuvieron juntos en la antigua celda de Eustache hasta que pudieran ser trasladados a otra fortaleza, Exilles. La Rivière murió allí siete años después, dejando solo a Eustache.
Cuando fueron encarcelados juntos, Eustache y La Rivière perdieron sus nombres y sus identidades. Saint-Mars los llamó “los señores de la Torre Inferior”, o sus dos mirlos. Más tarde, Eustache sería referido en la correspondencia oficial simplemente como “el viejo prisionero” de Saint-Mars, o como le gustaba llamarlo al propio Saint-Mars, “mi prisionero”.
Cuando Louvois murió en 1691 y fue reemplazado en el ministerio de guerra por su hijo, el marqués de Barbezieux, el nuevo secretario no sabía quién era Eustache ni por qué lo habían encarcelado.
Eustache había sido olvidado y su secreto había perdido importancia.
El hombre de la máscara de terciopelo
Sin embargo, todavía tenía sus usos. Saint-Mars había gozado del prestigio de ser el guardián de prisioneros ilustres como Foucquet. Pero ahora no tenía alguien a su cuidado excepto Eustache, un hombre de baja categoría social. En un intento por preservar su propia condición de carcelero, Saint-Mars exageró la importancia de Eustache al dejar que la gente creyera que estaba custodiando a un prisionero secreto.
Abundaban los rumores de que podría haber sido Henry Cromwell, el hijo de Oliver Cromwell. O bien el popular duque de Beaufort, que había desaparecido en el sitio de Candia. Tras su traslado a la isla de Santa Margarita, cerca de Cannes, Saint-Mars se llevó a Eustache con él, proporcionándole un elaborado modo de transporte: una silla envuelta en tela. Se suponía que esto ocultaba a Eustache de los espectadores, pero en realidad simplemente atraía la atención de los curiosos.
Según una fuente, Saint-Mars también hizo que Eustache usara una máscara para el viaje. Sin embargo, no se le había obligado a ocultar cuando viajaba a Pignerol, ni cuando estaba en su celda o sirviendo a Foucquet. Saint-Mars no había recibido ninguna orden de ocultar el rostro de Eustache. Era simplemente otro medio para avivar el misterio que rodeaba a Eustache y, por lo tanto, aumentar su propio prestigio.
Finalmente, Saint-Mars se convirtió en gobernador de la Bastilla. Si bien Eustache inicialmente iba a quedarse atrás en la isla, Saint-Mars insistió en llevarlo a París. En este punto finaliza la comunicación oficial sobre Eustache, aunque se le menciona en los registros de un administrador de la Bastilla que constató que el preso llegó enmascarado.
En la prisión, Eustache llevaba una máscara de terciopelo negro que cubría la parte superior de su rostro siempre que esperaba ser visto, como cuando iba a misa.
Cinco años después de llegar a la Bastilla, en 1703, Eustache murió estando todavía preso allí y fue enterrado en el cementerio parroquial de la prisión de Saint-Paul’s.
En muchos sentidos, el hombre de la máscara de hierro fue la invención de Saint-Mars, un carcelero ambicioso incapaz de dejar de lado el estatus de celebridad que le había otorgado la custodia de prisioneros ilustres.
En realidad, Eustache no era el prisionero real de la leyenda: Saint-Mars había necesitado cubrir la cara de prisionero no para ocultar quién era, sino para ocultar quién no era.
Voltaire tenía razón cuando, refiriéndose al encarcelamiento de Eustache, dijo que “ningún hombre de importancia en Europa desaparecía”.
Por Josephine Wilkinson, historiadora y autora de El hombre de la máscara de hierro: La verdad sobre el prisionero más famoso de Europa (Amberley Publishing, 2021).
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