Quién es Nicolás Maduro, el heredero de Chávez que busca extender su legado con trampas y mano dura
El presidente de Venezuela fue reelegido para gobernar hasta el año 2030, según un conteo disputado por la oposición, y se convertiría en el mandatario con más tiempo en el poder, después del dictador Juan Vicente Gómez
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CARACAS.- Ungido por el comandante Hugo Chávez como su sucesor, Nicolás Maduro gobernó Venezuela con mano de hierro por más de una década. Acusado de violar derechos humanos, insiste en mostrar una imagen de hombre común, de “presidente obrero”, como hizo en la madrugada de este lunes, cuando bailó y cantó frente al Palacio de Miraflores para celebrar su segunda reelección, en un conteo disputado por la oposición, que denunció serias irregularidades.
El sucesor del fallecido Hugo Chávez, que ya lleva once años en el poder, consiguió este domingo un tercer mandato de seis años para convertirse en el jefe de Estado que más tiempo haya gobernado Venezuela después del dictador Juan Vicente Gómez, que lo hizo por 27 años a principios del siglo pasado.
Alto, con un espeso bigote que luce con orgullo, este exconductor de colectivo y dirigente sindical de 61 años explota los estereotipos de “hombre de pueblo” para su beneficio político y evoca un pasado de vida sencilla junto a Cilia Flores, su esposa y “primera combatiente”, una dirigente muy poderosa tras bastidores.
Al lado del mito construido alrededor de la figura de Chávez, intentar una comparación no resulta nada sencillo. En su biografía cuesta encontrar momentos heroicos o escenas de arrojo revolucionario. Bolívar y Chávez empuñaron armas, Maduro un bate de béisbol y el volante de un colectivo.
Maduro nació el 23 de noviembre de 1962 en una clínica privada de Caracas. Su llegada al mundo coincidió con la década de las insurrecciones guerrilleras, cuando ya había aflorado el mito de la revolución cubana de Fidel Castro.
Nicolás era el menor de una familia de clase media. Un padre economista de izquierda, fundador del Movimiento Electoral del Pueblo y militante la Liga Socialista, y una madre ama de casa de la que poco se habla.
Después del colegio aterrizó en La Habana, donde estudió en una escuela de formación de cuadros políticos de izquierda. Al volver a Venezuela se vinculó al MBR 200, el movimiento revolucionario cívico-militar de Chávez.
Visitó en la cárcel a Chávez, al que ya admiraba con una pasión encendida. Por esos días también se cruzó con Cilia Flores, una abogada sumada a la causa de la liberación de los presos políticos que acabaría convirtiéndose en la primera dama y la que lo ayudaría en la lucha por el indulto del comandante. Maduro tuvo antes otro matrimonio del que solo se conoce al hijo que lleva su nombre y sigue sus pasos en política.
En 25 años de revolución, Maduro fue constituyente, diputado, presidente del Parlamento, canciller por seis años dejando el sello de la petrodiplomacia chavista, breve vicepresidente de la República y jefe del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Pero el 8 de diciembre de 2012, pasó a ser el heredero del legado de la revolución por decisión del propio Chávez, quien lo anunció en un acto televisado, enfermo terminal de cáncer, a poco de ser reelecto. Esa fue su despedida, su testamento político. “Ustedes elijan a Nicolás Maduro”, dijo mirando a la cámara.
El encargo que le dejó el comandante antes de morir lo llevó a ser presidente en el 14 de abril de 2013 y a reelegirse a toda costa en 2018 en unos comicios que en los que se invalidó a la coalición opositora, la de la Mesa de Unidad Democrática, y que no fueron reconocidos por gran parte de la comunidad internacional que acusó un fraude. Ahí comenzó una crisis de legitimidad, las aguas en las que ha nadado los últimos años.
Muchos pensaron que así, aislado, acechado por las sanciones de Estados Unidos, no sobreviviría en el cargo. Le cortarían la cabeza los suyos propios, alarmados por su falta de liderazgo. No le concedían el talento para superar una situación como esa y se equivocaban. Maduro logró acallar cualquier disidencia interna, nadie le disputa la silla. Mantiene un control sobre las estructuras incluso más fuerte que el de Chávez.
Mano dura
Maduro no tiene el carisma de Chávez, aunque lo emula con discursos de horas en los que mezcla asuntos políticos duros, beligerantes, con chistes y anécdotas personales. Ostenta con firmeza el poder con el apoyo de los militares y los cuerpos de seguridad, entre denuncias de detenciones arbitrarias, juicios amañados, tortura y censura.
Maduro tuvo que construir un gobierno más militar que el del propio Chávez. Ejerce una presidencia autoritaria con un enorme saldo de violaciones a los derechos humanos y centenares de presos políticos, por las que por primera vez un país de América Latina ha llegado a la Corte Penal Internacional. Eso y otros asuntos lo han arrinconado en el plano internacional, hasta convertirse en un paria. Su diplomacia quedó reducida a Rusia, Cuba, China, Irán y Turquía.
Supo maniobrar entre una batería de sanciones internacionales y sobrevivió además a una crisis económica sin precedentes en esta nación de casi 30 millones de habitantes, con un PIB que se redujo en 80% en una década y cuatro años seguidos de hiperinflación.
Maduro buscaba este domingo ganar en las urnas a la oposición, sin trampa, y demostrarle al mundo -al menos eso dice él y la gente que le rodea- que es un presidente legítimo, al que el pueblo quiere. Si llega a 2030 como presidente, habrá gobernado Venezuela muchos más años que Chávez.
Agencias AFP y Reuters y Diario El País
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