La locutora y periodista de origen estadounidense tuvo una fuerte injerencia en la propaganda radiofónica del Tercer Reich durante el conflicto bélico
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“Este es Berlín llamando a las madres estadounidenses. Y me gustaría decirles, chicas, que cuando Berlín llama, vale la pena escucharla, porque hay una chica estadounidense en el micrófono con unas pocas palabras verdaderas para sus compatriotas en casa”. Esa compatriota que transmitía durante la Segunda Guerra Mundial desde la Alemania nazi era Mildred Gillars.
Sus programas no eran tan amistosos como sonaban. Las “verdades” de las que hablaba eran parte de una guerra psicológica ideada por Josef Goebbels, el propagandista nazi.
En esa época, la radio era el gran medio para difundir mensajes, y fue aprovechada tanto por las Potencias del Eje —Alemania, Italia y Japón—, como por las fuerzas aliadas. Para el Tercer Reich, contar con una voz como la de Gillars, no sólo agradable por el tono sino por el familiar acento del Medio Oeste, era ideal.
Así que sus programas, destinados a desmoralizar tanto a los estadounidenses en casa como a los soldados en los campos de batalla, se multiplicaron. “Una derrota para Alemania significaría una derrota para Estados Unidos”, aseguraba Gillars. “Malditos Roosevelt y Churchill, y todos los judíos que han hecho posible esta guerra”, era su diatriba constante, con el presidente de EE.UU., el premier británico y el pueblo judío siempre señalados como los culpables del conflicto.
Tenía, además, programas epeciales destinados a preocupar a “las madres, esposas y novias” que tenían seres queridos participando en las batallas. Con información de la inteligencia alemana, relataba historias de soldados que habían sido capturados, heridos o muertos, citando información específica sobre su sombrío destino.
A Sylvia Edinger, de Santa Mónica, California, le dijo que a su hermano le aplastaron la pierna izquierda. Y a la familia del piloto George Jones, que no había sobrevivido a un mortal salto en paracaídas.
Advertía que todos sus seres queridos iban a “perder la vida. En el mejor de los casos, a regresar a casa lisiados, inútiles para el resto de sus vidas. ¿Para quién? Para Franklin D. Roosevelt y Churchill y sus cohortes judías”.
Otros programas estaban pensados para desmoralizar los estadounidenses que estaban en el frente de batalla, menospreciando el propósito de la guerra y prediciendo el horrible destino que les esperaba, dada la fortaleza del enemigo.
Además, con susurrante voz, trataba de sembrar dudas sobre la fidelidad de sus esposas y novias en EE.UU. mientras ellos estaban en los campos de batalla o cómo los recibirían cuando retornaran mutilados. Terminarían, predecía, derrotados, solos y rechazados.
A pesar de que impartía esas dosis diarias de mensajes diseñados para resaltar la soledad, la fatiga y la futilidad de luchar contra Alemania, Gillars era popular entre el público que tenía en su mira. ¿Por qué?
Notas y datos
“En Europa, las tropas estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial luchan contra dos enemigos: los alemanes y el aburrimiento”, señaló un artículo de enero de 1944 de la revista Saturday Evening Post que ayuda a entender la razón del atractivo de Gillars. “La radio es una de las formas predilectas de llenar los tiempos de inactividad”, continuó, y reveló que “una de las favoritas de los soldados es una chica con una dulce voz que emite programas dirigidos a ellos desde Radio Berlín”.
“Las tropas la apodan Axis Sally (Sally del Eje)”, contí el meteorólogo del Cuerpo Aéreo del Ejército de EE.UU., el cabo Edward Van Dyne, y añadió: “Tiene una voz que rezuma como miel de una gran cuchara de madera (...). Ella no hace más que tocar el swing, ¡y swing del bueno!”.
Para los soldados en África del norte y Europa, el señuelo era la atractiva música de las grandes bandas y canciones nostálgicas. “No hay nada mejor para la moral de un soldado como un poco de música swing de vez en cuando”, afirmó el periódico Saturday Evening Post.
Y entre las populares tonadas, Axis Sally insertaba dudas... “¡Hola, amigos! Me estaba preguntando si sus chicas en EE.UU. andan por ahí con todos esos 4 F (hombres no aptos para el servicio militar). En el lejano Berlín, el ministro Goebbels piensa que Sally está minando rápidamente la moral de los soldados estadounidenses, pero nuestro cabo sabe que el efecto es exactamente el contrario”, aseguró el artículo.
Para las tropas, las transmisiones de Gillars era una diversión, y sus palabras, motivo de broma. Sin embargo, los programas musicales para soldados no eran los únicos que ganaron audiencias, ni las razones siempre tan alegres.
Después del Día D en 1944, se empezó a emitir “GI’s Letter Box and Medical Reports”, que giraba en torno a los prisioneros de guerra, con sus nombres reales, números de servicio individuales, y el estatus de los soldados heridos. Gillars y el hombre de quien era amante, Dr. Max Otto Koischwitz, se hacían pasar por trabajadores de la Cruz Roja Internacional, y hacían visitas guiadas a los campos de prisioneros de guerra, cuenta Norman Cox en “Radio Berlin Calling”.
Repartiendo cigarrillos y sonrisas, grababan a los prisioneros tras decirles que sus entrevistas se retransmitirían a sus hogares. Para tranquilizar a sus familiares y amigos, los presos a menudo declaraban estar mejor de que estaban y, en cualquier caso, Gillars y Koischwitz editaban sus palabras para dar la impresión de que los soldados estaban de acuerdo con la propaganda nazi.
Los familiares de los soldados capturados, ansiosos por saber cualquier cosa sobre ellos, escuchaban con regularidad el programa. Pero, ¿cómo se convirtió una estadounidense criada en Ohio en portavoz de los nazis?
Estrella fugaz
En la década de 1920, Gillars era una aspirante a actriz quien, tras probar su suerte en Nueva York, sólo consiguió ser una corista más en Broadway. Se tiñó su cabello negro de rubio platino y se fue con un novio al norte de África, con planes de llegar a Europa.
Terminó en Alemania en 1934 enseñando inglés. Adolf Hitler acaba de llegar al poder. Cuando estalló la guerra en 1939, Gillard decidió quedarse con su prometido, un ciudadano alemán naturalizado, a pesar de que el Departamento de Estado le aconsejó a los ciudadanos estadounidenses que regresaran a casa.
Al año siguiente, Gillars empezó a trabajar en la Radio Estatal Alemana como locutora. Su prometido murió en el frente oriental, pero pronto se involucró con Koischwitz, quien era casado, había sido profesor de alemán en Nueva York, y en ese entonces trabajaba en el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán.
Cuando Koischwitz fue puesto a cargo de las transmisiones de radio nazis dirigidas a las tropas estadounidenses, se trajo a su amante a trabajar con él. Gillars no sólo presentaba programas sino también obras teatrales de radio que Koischwitz escribía para ella.
Con el micrófono del Tercer Reich, cuando la radio era poderosa, la frustrada actriz gozó del éxito que había anhelado, y disfrutó de prestigio, fama, un buen salario y una vida cómoda.
Pero cuando Berlín colapsó en abril de 1945, la carrera de Gillars llegó a su fin. Su última transmisión fue el 6 de mayo de 1945; salió de la estación de radio por la puerta trasera, cuando los soldados del Ejército Rojo entraban por el frente, según su testimonio en su juicio de posguerra.
Adoptó un nombre falso y se mezcló con las masas de desplazados tras la guerra, pero eso no fue suficiente para engañar al Cuerpo de Contrainteligencia del Ejército de EE.UU. Fue capturada en 1946 y retenida en un campo de internamiento durante los siguientes dos años y medio, hasta que la llevaron a su patria a enfrentar cargos por traición.
Traicionera
En una conferencia de prensa antes de su juicio, Gillards se mostró desafiante. “Mi conciencia está tranquila y no tengo nada que ocultar. Cuando llegué a Alemania en 1934, nunca había oído hablar de Hitler. Todavía no sé de política. Soy un artista”, expresó. Cuando se le preguntó sobre la posibilidad de enfrentarse a la pena de muerte si era declarada culpable, respondió resignada: “Siempre me ha gustado viajar, en busca de nuevas aventuras, y creo que la muerte puede ser la aventura más emocionante de todas”.
El juicio comienzó en Washington en septiembre de 1948. Gillards entró en la sala del tribunal con tacones, un abrigo de piel y mucho maquillaje, como si llegara al estreno de una película de Hollywood.
Tenía 48 años y, a pesar de sus esfuerzos, los periodistas escribieron que se le notaba la tensión de enfrentar ocho cargos de traición. Se declaró inocente.
Durante siete semanas, los miembros del jurado escucharon sus transmisiones y su testimonio, incluido su amor por Koischwitz, el hombre que, según ella, la persuadió para que se convirtiera en Axis Sally. “Creo que las personas son el resultado de otros seres humanos que han estado en sus vidas. Y creo que sin la presencia del profesor Koischwitz en mi vida, no estaría luchando por mi vida hoy”, sostuvo Gillards.
En esa misma línea, agregó: “Y supongo que es muy difícil para una persona que nunca ha estado en esa posición ser capaz de apreciarla. No se podía ir por ahí diciendo no quiero hacer esto y no quiero hacer aquello”.
Pero su perdición no fueron sus programas semanales, sino una obra de teatro escrita por Koischwitz llamada “Visión de invasión”. Gillard interpretó a una madre estadounidense cuyo hijo muere cuando su barco aliado se hunde en el Canal de la Mancha. La fiscalía lo calificó como un acto de traición.
Ella negó haber traicionado a su país, a pesar de haberle jurado lealtad a Hitler. Finalmente, en marzo de 1949, tras 29 horas de deliberación, el jurado la declaró culpable.
La propagandista de radio nazi se convirtió en la primera mujer en la historia moderna condenada por traición. Enfrentaba la pena máxima de muerte, pero fue sentenciada a entre 10 y 30 años de prisión. Al ser liberada después de 12 años, habló con los periodistas. “Cuando hice los programas, pensé que estaba haciendo lo correcto. ¿Lo volvería a hacer? Ciertamente, con el mismo conocimiento y las mismas circunstancias. Después de todo, yo era un locutora profesional en Alemania cuando EE.UU. entró en la guerra. Era mi trabajo”, manifestó.
Y siguió: “Además, estaba muy enamorada de un alemán y esperaba casarme con él. En ese momento, sentí que podía amar a EE.UU. y seguir sirviendo a la Berlin Broadcasting Corporation”.
Después de una década tras las rejas, seguía sin disculparse. Pero, ¿estaba amargada? “No diría exactamente amargada. Simplemente no soy el tipo de persona que se amarga. Si lo fuera, mi amargura por la injusticia y el perjurio que he sufrido ya me habría destruido”, aclaró
Mildred Gillard pasó los últimos años de su vida enseñando en un convento estadounidense y murió en 1988.
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