¿Qué tan viejo es “demasiado viejo” para ser presidente?: la pregunta incómoda que vuelve en EE.UU. tras el informe sobre Joe Biden
Cualquiera de los dos principales precandidatos a la presidencia en EE.UU., al terminar su mandato sería el ocupante más anciano de la Casa Blanca en la historia, y ninguno de los dos parece estar dispuesto a discutir lo que eso implica
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NUEVA YORK.- Cuando el presidente norteamericano Dwight Eisenhower se puso a sopesar los pros y los contras de presentarse a la reelección, uno de los factores que lo preocupaba era su edad. Y entre las “contras” para competir en una nueva campaña electoral, Eisenhower descubrió la necesidad de contar con “hombres más jóvenes en los cargos de máxima responsabilidad”, atento a la “creciente gravedad y complejidad de los problemas que recaen en un presidente”, como escribió en una carta de noviembre de 1951. Por entonces, tenía 64 años.
Hoy, los dos precandidatos favoritos para ese cargo tienen 77 y 81 años. Salvo que se produzca un terremoto político inesperado y sin importar cuál de los dos gane el 5 de noviembre próximo, Estados Unidos parece destinado a tener un comandante en jefe que habrá sobrepasado holgadamente la edad jubilatoria: al final de su eventual segundo mandato, Donald Trump tendría 82 años, y Joe Biden tendría 86.
La vejez de hoy, por supuesto, no es igual que en la década de 1950, y además, Eisenhower decidió presentarse igual, ganó la relección, y los historiadores consideran que su segundo mandato fue formidable. Pero cuando estaba en funciones también sufrió serios problemas de salud que pusieron a prueba su presidencia durante la Guerra Fría, y es plausible que Estados Unidos enfrente problemas similares entre el día de hoy y enero de 2029, cuando llegue a su fin el próximo periodo presidencial.
El tema de la edad quedó en el ojo de la tormenta tras el informe de un fiscal especial sobre el manejo de información clasificada por parte de Biden, al que describe como “un hombre anciano y bienintencionado con las facultades disminuidas por el avance de la edad”. El informe se conoció la misma semana en que Biden hizo referencia a dos ocasiones a líderes europeos que están muertos como si siguieran vivos, y después de confundir el nombre del presidente de Egipto con el del presidente de México.
Por supuesto que Trump de inmediato trató de capitalizar políticamente ese informe: a través de un colaborador, emitió un comunicado diciendo que “Biden está demasiado senil para ser presidente”. Pero en los últimos tiempos Trump también ha tenido sus propios episodios que dejaron perpleja a la audiencia: confundió a los mandatarios de Hungría y Turquía, advirtió que Estados Unidos estaba al borde de una “segunda” guerra mundial, dijo que había derrotado a Barack Obama, en vez de a Hillary Clinton, y se refirió a su contrincante en la interna republicana, Nikki Haley, como si fuera la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.
Según las encuestas, en términos políticos el tema de la edad le ha salido más caro a Biden que a Trump, tal vez debido al desenvolvimiento físico del presidente, en especial el modo en que camina, arrastrando los pies. Biden, que a diferencia de Trump hace ejercicio físico con regularidad, coincidió en que la edad es un factor legítimo a considerar, pero se indignó por el informe del fiscal especial Robert Hur y de manera intempestiva decidió convocar a conferencia de prensa en la Casa Blanca para retrucarle enérgicamente.
Irritación
“A Biden claramente lo exaspera la discusión sobre su salud y su edad”, señala Jonathan Darman, autor de Becoming FDR, un libro sobre los problemas de salud de Franklin D. Roosevelt durante sus presidencias. “Y es comprensible que se irrite, sobre todo porque Trump también es de avanzada edad, suele confundirse y tiene frecuentes lapsus de memoria. Pero aunque goce de excelente salud física y mental, como insisten sus colaboradores, Biden le debe al país un abordaje serio y honesto sobre el tema”.
Ninguno de los precandidatos parece ansioso de que eso ocurra. Ambos han difundido informes médicos que afirman que se encuentran en buena forma, pero ninguno ha respondido extensamente a las preguntas sobre su salud. Si bien los presidentes anteriores pusieron al médico de la Casa Blanca a disposición de los periodistas, Biden no consideró oportuno ordenarle que respondiera a consultas más detalladas.
Incluso suponiendo que en este momento ambos sean aptos para ejercer la presidencia, la cuestión más difícil que tendrán que sopesar los votantes es si lo serán dentro de cinco años. El país enfrentaría un grave dilema si un presidente en funciones falla mental o físicamente de manera que afecte su capacidad para ejercer el cargo, pero no lo admite ni da voluntariamente un paso al costado.
La historia sugiere que por muy deteriorados que estén, los presidentes no renuncian voluntariamente al poder, y el mecanismo constitucional para destituirlos consagrado en la 25ª Enmienda es políticamente problemático. Entre otras cosas, requiere que el vicepresidente y una mayoría del gabinete declaren que el presidente es “incapaz de desempeñar las facultades y deberes propios de su cargo”, algo que los leales colaboradores que él mismo nombró tal vez no estén dispuestos a hacer si el presidente no está de acuerdo. Y aunque así lo hicieran, un presidente desafiante podría apelar al Congreso, donde para su destitución hace falta una mayoría especial de dos tercios de ambas Cámaras.
Cuando Trump era presidente, algunos de los propios miembros de su gabinete evaluaron invocar la 25ª Enmienda para destituirlo, pero el entonces vicepresidente Mike Pence se negó a apoyar la jugada. La 25ª Enmienda ofrece una alternativa: un panel especial creado por el Congreso puede declarar incapaz a un presidente para ocupar su cargo, pero la conformación de dicho organismo nunca se concretó. Durante la presidencia de Trump, cuando el representante demócrata por Maryland, Jamie Raskin, intentó crear un panel bipartidario de expertos externos independientes, la iniciativa no llegó a ninguna parte.
Así que Trump también tendrá que calmar las dudas sobre su salud cognitiva, algo que durante su presidencia ya era una preocupación tan grave que muchos de sus colaboradores consideraban, en privado, que no era apto para el cargo. De hecho, quien fue su segundo jefe de gabinete compró un libro escrito por una serie de expertos en salud mental para intentar comprender el derrotero mental del entonces presidente. Pero Trump tiene muchos otros problemas que pueden eclipsar su salud, y el más obvio son los 91 cargos por delitos graves que pesan en su contra.
La campaña electoral va tomando forma y la elección en ciernes entre un septuagenario y un octogenario sería un caso único en la historia de Estados Unidos. Aunque tal vez no sea el último: dado el aumento de la esperanza de vida y los avances en la ciencia médica, dice Richard Norton Smith, exdirector del Centro Dwight D. Eisenhower, “mejor que nos acostumbremos a presidentes cada vez más viejos”.
Peter Baker
The New York Times
Traducción de Jaime Arrambide
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