En este terreno de poco más de una hectárea situado a 25 minutos de la ciudad de Tampa hay decenas de cuerpos humanos desperdigados que son utilizados como un laboratorio a cielo abierto
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En medio de un pasto verde y uniforme, sobresalen unos arbustos de aproximadamente un metro de altura. Son más altos que el resto, porque el pedazo de tierra en el que crecen se alimenta de las sustancias que liberaron cadáveres humanos que se pudrieron ahí durante varias semanas.
De lejos parece una pradera ideal para dar un paseo, pero al adentrarse en los matorrales un fuerte hedor a muerte hace llorar los ojos. El día es soleado y se sienten más de 30º de temperatura, el aire es húmedo y pesado.
En este terreno de poco más de una hectárea hay 15 cuerpos humanos desperdigados. Están todos desnudos, algunos encerrados en jaulas metálicas, otros cubiertos con un plástico azul, otros enterrados y otros directamente a la intemperie.
Cada cuerpo forma una silueta de hierba muerta, pero luego, en esa misma porción de terreno, crecerá un arbusto vigoroso, más alto que los demás. Este lugar es un laboratorio de antropología forense a campo abierto de la Universidad del Sur de la Florida (USF), que opera desde 2017 en el condado de Pasco, a 25 minutos de la ciudad de Tampa.
Está ubicado en una zona campestre, a un costado de la cárcel del condado. Comúnmente la gente lo llama una “granja de cadáveres”, aunque los científicos prefieren llamarle cementerio forense o laboratorio de tafonomía, que es el área que estudia lo que ocurre con un organismo luego de su muerte.
Es un lugar dedicado a la ciencia, pero regar cadáveres humanos a cielo abierto desafía los ritos más aceptados que tenemos respecto a la muerte.
De hecho, esta “granja” inicialmente iba a estar ubicada en el condado de Hillsborough, a unos 80 km de Pasco, pero los vecinos se opusieron al proyecto por temor a la llegada de animales carroñeros, a que sus propiedades perdieran valor y a que tuvieran que soportar el hedor de los cuerpos en descomposición.
Las reservas frente a este tipo de laboratorios no solo vienen por parte de las personas que no quieren vivir cerca de gente muerta, incluso dentro de la comunidad científica hay quienes son escépticos respecto a la necesidad y el valor científico de las granjas de cadáveres.
¿Pero cómo son estas granjas, para qué sirven y por qué generan controversia?
Cuerpos en descomposición
La granja de cuerpos de la USF es una de las siete que hay en Estados Unidos. También hay en Australia, y en países como Canadá y Reino Unido hay planes de abrir las primeras este año. Los cadáveres de la USF pertenecen a personas que antes de morir decidieron donar voluntariamente su cuerpo a la ciencia. En otros casos, son los familiares del difunto quienes deciden entregarle el cuerpo a los forenses.
El principal objetivo de estos lugares es entender cómo se descompone el cuerpo humano y qué ocurre en el ambiente que lo rodea durante ese proceso. Comprender ese proceso brinda datos clave para resolver crímenes o mejorar las técnicas de identificación de personas.
“Cuando alguien muere hay muchas cosas ocurriendo al mismo tiempo”, le dice a BBC Mundo Erin Kimmerle, directora del Instituto de Antropología Forense de la USF. “Ocurre desde la descomposición natural, hasta la llegada de insectos y cambios en la ecología”.
Kimmerle y su equipo consideran que la mejor manera de entender todo eso que ocurre es observarlo en tiempo real, con cuerpos reales en un ambiente real. Según explica, en general el cuerpo humano pasa por cuatro etapas después de la muerte.
En la primera etapa, llamada “cuerpo fresco”, baja la temperatura del cadáver y la sangre que deja de circular se acumula en ciertas partes del cuerpo. Luego, durante la “descomposición temprana”, las bacterias comienzan a consumir los tejidos y se empiezan a notar cambios en el color de la piel.
En la tercera etapa, la “descomposición avanzada”, se acumulan gases, el cuerpo se hincha y se rompen los tejidos. Finalmente, comienza la “esqueletonización”, que se hace primero evidente en el rostro, las manos y los pies. Bajo algunas condiciones de humedad y otros factores, el cuerpo puede quedar momificado.
Estas etapas, sin embargo, se ven influenciadas por el ambiente en el que esté cuerpo, y eso le interesa a los forenses.
Datos valiosos
En la granja de la USF algunos cuerpos están rodeados por jaulas de metal para protegerlos de animales carroñeros, como zarigüeyas y buitres. Los forenses pueden estudiar cómo ocurre la descomposición de los tejidos y también observan la acción de los gusanos, que se alimentan de los órganos internos del cadáver, pero no de la piel.
Otros cuerpos, por el contrario, sí están totalmente expuestos, a merced de los carroñeros que llegan en bandadas de hasta 50 ejemplares. Hacen huecos en la piel, arrancan músculos y tejidos y hasta voltean el cuerpo para comer todo lo que puedan.
Mientras todo eso ocurre, los investigadores visitan la granja cada día para tomar fotos y videos, observar cómo evoluciona el cuerpo y comparar el proceso de cada uno según cómo y dónde esté ubicado, ya sea enterrado, en la superficie o incluso en el agua.
Junto a los forenses trabajan geólogos y geofísicos que analizan el suelo, el agua, el aire y la vegetación. Les interesa saber de qué manera las sustancias que libera el cuerpo inerte cambian las propiedades del lugar donde se descomponen. “Tratamos de obtener la mayor cantidad de información de cada individuo”, dice Kimmerle.
Cuando los cuerpos ya son solo esqueletos, son transportados a lo que los forenses llaman “laboratorio seco”, donde limpian los huesos y los almacenan para que queden disponibles para estudiantes e investigadores.
Crímenes sin resolver
Los datos que recolectan los investigadores de tafonomía son útiles para investigaciones forenses y de medicina legal. La forma en la que se descompone un cuerpo sirve para refinar la estimación de cuánto tiempo lleva una persona muerta o si el cuerpo fue movido o enterrado. Las sustancias que libera y el estado del cadáver también dan pistas sobre el origen de la persona.
Eso, sumado a otros datos genéticos y el análisis de los huesos, brinda información que puede aplicarse en casos criminales que quedaron sin resolver. Por eso, parte de la misión de estas granjas es prestarle servicios a autoridades que intentan esclarecer homicidios.
Para muchos puede resultar chocante trabajar a diario con la crudeza de la muerte y ver cuerpos humanos en un estado que normalmente preferimos ocultar. A Kimmerle, sin embargo, eso no es lo que le causa mayor perturbación. “Como profesional de la ciencia uno aprende a separarse de esa conexión”, dice refiriéndose al tabú que muchas veces acompaña al tema de la muerte.
“Trabajamos con muchas investigaciones de homicidios, así que lo más retador es enfrentarnos a historias realmente trágicas”, dice. “Para mi lo más horroroso es (ver) lo que una persona es capaz de hacerle a otra”.
También menciona que es un reto enfrentarse a historias de familias que perdieron a sus hijos hace 20 o 30 años y aún están buscando sus restos. Para ella, su labor tiene sentido en la medida que ayude a esclarecer alguno de los cerca de 250.000 crímenes sin resolver que hay en Estados Unidos desde 1980.
¿De quiénes son estos cadáveres?
Desde su apertura en octubre de 2017, el cementerio forense recibió 50 cuerpos de donantes y tiene una lista 180 predonantes, es decir, personas vivas que ya decidieron que al morir quieren entregarse, literalmente, a la ciencia. Los donantes son en su mayoría personas ancianas que ya comienzan a planear sus últimos años de vida.
“Es como planear tu profesión post-mortem”, afirma Kimmerle. Es como si los donantes ayudaran a resolver crímenes después de muertos. Entre las restricciones que hay para donar el cuerpo está no padecer una enfermedad infectocontagiosa que pueda poner en riesgo a las personas que luego estudiarán el cadáver.
Una ciencia emergente
Las granjas de cuerpos aportan datos a la ciencia, pero también tienen limitaciones.
Patrick Randolph-Quinney, antropólogo biológico de la Universidad de Lancashire Central en Reino Unido, dice que de manera general está a favor de este tipo de laboratorios, pero afirma que aún es una ciencia emergente. “El problema con estas instalaciones a campo abierto es que tienen una tremenda cantidad de variables que no pueden controlar, sino simplemente monitorear”, le dice Randolph-Quinney a BBC Mundo.
“Eso hace que los datos que producen sean mucho más difíciles de interpretar, porque no se prestan fácilmente para hacer predicciones”. Para el antropólogo, el reto de los cementerios forenses es pasar de los datos anecdóticos a encontrar formas más estandarizadas de recolectar la información y compartirla con otros investigadores para lograr resultados de mayor relevancia estadística.
Sue Black, antropóloga forense de la Universidad de Lancaster en Reino Unido, también expresa sus reservas. Un artículo de la revista Nature menciona que Black cuestiona el valor científico de estas campos, ya que sus estudios se basan en pequeñas muestras y resultados altamente variables.
Nature también cita un libro que Black publicó en 2018, en el que se refiere a las granjas de cuerpos como “un concepto espantoso y macabro”. Kimmerle, por su parte, ve un futuro promisorio para estos laboratorios, y cree que en los próximos años habrá más de ellos en varias partes del mundo.
“Cualquier persona que entienda este tipo investigaciones, la profundidad que tienen y su importancia en aplicaciones prácticas, verá que son muy necesarias”, concluye.
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