“¿Qué sentido tiene?”: la crisis del Covid se alarga y los jóvenes no dan más
NUEVA YORK.- Hace un año, la vida de Philaé Lacheux parecía muy prometedora: a los 22 años, era una estudiante francesa de negocios que soñaba con lanzarse como empresaria independiente en la industria de la música en vivo. Pero se desató la pandemia, perdió su trabajo de medio tiempo como mesera, y tuvo que volverse con sus padres.
Ahora, dice que los meses de confinamiento y restricciones le impiden imaginar un futuro, y que de noche se cuela la inunda la desesperación. “Me quedo mirando el techo con un nudo en la garganta”, dice. “Tengo pensamientos suicidas todo el tiempo.”
Y agrega: “La pandemia le puso un freno tan grande a nuestras vidas que uno se pregunta qué sentido tiene.”
Ahora que se sabe que los toques de queda, los confinamientos y las cuarentenas se prolongarán en Europa durante la primavera y hasta el verano boreal, los profesionales de la salud mental temen un acelerado deterioro mental de los más jóvenes, que según los expertos han sido los más seriamente afectados por este mundo donde el futuro es etéreo.
Últimos en la fila para recibir la vacuna y con escuelas y universidades cerradas a cal y canto durante meses, los chicos han pagado con su sacrificio gran parte del precio de proteger a los adultos mayores, más vulnerables a enfermar gravemente. Pero la resiliencia de los jóvenes podría estar siendo sobrestimada, dicen los profesionales de la salud mental.
Frente a una vida social restringida y al agregado de incertidumbre a una etapa de por sí inestable de sus vidas, en muchos jóvenes crece la preocupación de estar perdiendo un tiempo precioso de sus mejores años.
En todo el mundo, los jóvenes han perdido oportunidades económicas, han debido saltearse tradiciones importantes y se han perdido hitos fundacionales para la formación de su futura identidad.
“Muchos sienten que no están pagando el precio de la pandemia, sino el precio de las medidas contra la pandemia”, dice el doctor Nicolas Franck, líder de una red psiquiátrica de Lyon, Francia. En una encuesta a 30.000 personas realizada hace tres meses, la mayoría de los peores índices de bienestar mental eran de jóvenes.
En Italia y los Países Bajos, las guardias psiquiátricas juveniles están colmadas. En Francia, donde el efecto de la pandemia en la salud mental de los franceses ocupa los titulares de los diarios, los psiquiatras instaron a las autoridades a reabrir las escuelas como medida contra la soledad. Y en Gran Bretaña, algunos terapeutas reconocen haberle aconsejado a sus pacientes que rompan el confinamiento para descomprimir un poco su situación.
En Estados Unidos, el 25% de los jóvenes entre 18 y 24 años dice haber evaluado seriamente el suicidio, según un informe. En Latinoamérica y el Caribe, una encuesta realizada por UNICEF sobre 8000 jóvenes reveló que más del 25% había experimentado ansiedad y un 15% depresión.
Y un estudio realizado el año pasado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 112 países reveló que dos tercios de los jóvenes entre 18 y 29 años pueden sufrir de ansiedad y depresión.
Los afectos a largo plazo sobre los índices de suicidio, depresión y ansiedad todavía deben ser cuantificados, pero las entrevistas a decenas de expertos en salud mental de Europa pintan un panorama sombrío de una crisis que según dice, debería ser tratada con igual seriedad que la contención del virus.
“Estamos atravesando una pandemia de salud mental y nadie parece tratarla con el respeto que se merece”, dice Arkadius Kyllendahl, psicoterapeuta de Londres, cuyos pacientes jóvenes se han duplicado en los últimos meses.
“Es como un limbo”
Muchos países europeos llegaron al otoño boreal con la ilusión que haber frenado los contagios, pero el invierno los enfrentó con una oleada aún peor. Todo eso generó la falsa expectativa, dicen los jóvenes, de que las restricciones más duras acabarían pronto.
Para algunos jóvenes, la cuarentena fue como un respiro del estrés escolar o laboral, que según los psicólogos podría hacerlos más resilientes en un futuro. Pero para otros, especialmente los que ya tenían algún problema de salud mental o poco acceso a apoyo terapéutico, esa fragilidad prexistente se verá exacerbada.
“No tener control alguno de una situación, como en este caso, es causa de ansiedad”, dice Dalia Al-Dujaili, de 21 años, estudiante de la Universidad de Edimburgo. Como la pandemia se alargó y se sentía en un limbo, Dalia recurrió por primera vez a un terapeuta, en este caso, online. Y sus interrogantes eran serios: “¿Qué estoy haciendo? ¿Para qué estudiar y tener un título si igual no va a haber trabajo para nadie?”
La gran ventaja, dice Dalia, es que los jóvenes como ella están mas abiertos a discutir sus problemas. “Todos hablan de sus terapeutas y sus médicos.”
Pero eso no impide que muchos, de todos modos, se sientan culpables, ya que la pandemia afecta a todos por igual.
“Hay muchos con problemas peores: gente que perdió el trabajo o a un familiar a causa de la enfermedad”, dice Marcelo Andreguetti, diseñador gráfico brasilero que estudia en Colonia, Alemania. Marcelo dice que empezó a tomar antidepresivos hace un par de meses, cuando le diagnosticaron depresión y trastorno obsesivo compulsivo.
“La soledad te lleva a la desesperación”
En el hemisferio norte, el invierno empeoró la situación, según terapeutas y psiquiatras que dicen notar un agravamiento en los jóvenes de síntomas como la ansiedad, la depresión, los desórdenes alimenticios y las adicciones.
En los Países Bajos, el doctor Robert Vermeiren, profesor de psiquiatría infantil del Centro Médico de la Universidad de Leiden, dice que la sala de casos agudos que él dirige está desbordada desde hace semanas, algo que nunca había visto en su larga carrera.
Los casos eran tan graves que su equipo decidió no enviar a los niños a pasar Navidad en sus casas, como suelen hacer todos los años. El aislamiento también alteró la usual transición a la adolescencia, cuando la pertenencia deja de ser a una familia y se desplaza hacia los congéneres de la sociedad, dice Vermeiren. “Se sienten vacíos, solos, y esa soledad los lleva a la desesperación.”
En Italia, los llamados a la línea de emergencia para jóvenes que han tenido ideas suicidas o han intentado hacerse daño se duplicaron durante el año pasado. En la unidad neuropsiquiátrica del Hospital de Niños Bambino Gesù, en Roma, no hay cama libre desde el mes de octubre, dice el doctor Stefano Vicari, director de la unidad.
Vicari agrega que también han aumentado un 30% las internaciones de jóvenes por intento de suicidio o daños autoinfligidos.
“Hay quienes dicen que los jóvenes pasan por esas cosas y que después las superan y salen fortalecidos, pero eso es verdad para algunos, los que tienen más recursos”, dice Vicari.
Catherine Seymour, jefa de investigaciones de la Fundación Mental Health, una organización benéfica con sede en Gran Bretaña, dice que los jóvenes de hogares pobres tienen más chances de sufrir ansiedad y depresión, según un estudio realizado entre casi 2.400 adolescentes.
“Puede deberse a que en los hogares más pobres hay poco espacio y menos acceso a Internet para hacer con las tareas escolares y comunicarse con los amigos”, dijo la Sra. Seymour. “También pueden verse afectados por la preocupación económica y el estrés de sus padres”.
Los estudios realizados durante las primeras cuarentenas permiten pensar que la marca del confinamiento tal vez sea indeleble.
En Francia, una encuesta a casi 70.000 estudiantes reveló que durante los primeros meses de la pandemia el 10% había tenido ideas suicidas y más de un 25% había sufrido depresión.
En España, que tuvo uno de los encierros más duros del mundo, la cuarentena tuvo un impacto profundo, especialmente para las niñas, que resultaron más propensas al estrés, la ansiedad y la depresión, según una encuesta a 523 personas realizada por la Universidad de Valencia.
Konstanze Schoeps, una de las autoras del estudio, dice que la cuarentena encontró a esos adolescentes “en pleno desarrollo de su propio espacio de libertad, y durante el confinamiento perdieron lo que acababan de empezar a experimentar”.
“Fue equivalente a un proceso de duelo”, agrega Schoeps.
Buscar soluciones
La situación es actualmente tan grave que las organizaciones que abogan por la salud mental y los estudiantes de carreras vinculadas han pedido a las autoridades que moderen algunas restricciones y reabran escuelas y universidades, pero a los funcionarios les preocupa que una flexibilización prematura de las regulaciones potencie la propagación de las nuevas variantes del virus.
“Construir vínculos sociales es una parte central de nuestras vidas, y eso no está más”, dice Heïdi Soupault, la adolescente francesa de 19 años que el mes pasado le envió una carta al presidente Emmanuel Macron para que reabra las universidades. La carta de la joven se viralizó de inmediato.
A partir de este mes, los estudiantes de Francia podrán volver a las aulas universitarias un día a la semana. También podrán recibir tres sesiones de terapia gratuitas.
En Gran Bretaña, donde los expertos y organizaciones de salud mental han instado al gobierno a volcar fondos para ayudar a abordar el problema en las escuelas, los funcionarios dicen que evaluarán dar apoyo psicoterapéutico dentro de los planes para levantar la cuarentena. En los Países Bajos, el gobierno central viene presionando a las autoridades regionales para que inviertan más en la salud mental de los jóvenes.
La doctora Silvia Schneider, psicóloga de niños y adolescentes de Bochum, Alemania, dice que el mensaje de los gobiernos en televisión y las redes debería ser más claro.
“A los jóvenes hay que brindarles información fácil y accesible sobre cómo manejar esa sensación de estar solos frente a estos desafíos”, dice Schneider sobre los jóvenes. “Hay muchas herramientas que pueden ayudarlos.”
Para combatir los síntomas de ansiedad y depresión, algunos terapeutas, como Kyllendahl, les dice a sus pacientes que salgan a la calle todo lo posible, aunque implique romper con algunas restricciones.
Por difícil que sea la situación, de todos modos algunos jóvenes le ven un costado positivo. “Por lo menos la pandemia nos ha dado el derecho a estar tristes”, dice Lachaux, la estudiante francesa. “No tenemos que estar demostrando todo el tiempo lo fuertes que somos.”
Traducción de Jaime Arrambide
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