Qué pasó con el búnker de Hitler y por qué nadie lo puede visitar
El líder nazi se refugió allí tres meses antes de suicidarse; la red de túneles anti bombas y los nauseabundos problemas que generó el hacinamiento
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“Para evitar la vergüenza de la destitución o de la capitulación, mi esposa y yo elegimos la muerte”. Las palabras de Adolf Hitler no sorprendieron a su secretaria personal, Traudl Junge, quien escribía su última voluntad como si fuera un telegrama más de entre los cientos que había mecanografiado durante los últimos meses.
El Führer del Tercer Reich concluía así sus doce años en el poder con un breve testamento político dictado en las profundidades del Führerbunker, la compleja red de túneles que constituían el refugio antiaéreo ubicado 8.5 metros bajo tierra en los jardines de la Cancillería en Berlín, la capital alemana que poco a poco se reducía a escombros tras los bombardeos soviéticos.
Hitler se había refugiado en el búnker el 16 de enero de 1945, cuando faltaba poco para asumir la tremenda derrota que significaba la ofensiva alemana en las Ardenas, la última y desesperada posibilidad del nazismo para dar vuelta el destino de la guerra.
Desde entonces, el líder máximo del Partido Obrero Nacionalsocialista Alemán (NSDAP) ya no volvería a salir de aquel búnker con vida, salvo durante una breve escapada el 27 de marzo de ese año para una reunión con el Estado Mayor en la ciudad de Brandeburgo.
Cómo era el búnker de Hitler
Dos eran los refugios antibombas emplazados en las profundidades del terreno donde se levantaba la Cancillería alemana en Berlín. El primero había sido construido en 1936, cuando la invasión de Polonia, la guerra contra la Unión Soviética y los campos de exterminio solo eran sueños malignos alucinados en la mente de los jerarcas nazi.
Estaba situado a más de 5 metros de profundidad y tenía más de 330 metros cuadrados en forma de cubo, con un techo cuyo espesor era de 1.60 metros de hormigón. Contaba con algunas pequeñas habitaciones, una sala de generadores, comunicaciones, cocina y dispensario, y todos lo conocían como el Vorbunker (búnker anterior), según consignó La Vanguardia.
Sin embargo, para 1938 se proyectó construir un nuevo búnker, mucho más amplio, ambicioso y mejor protegido que se haría a la par de la Nueva Cancillería. Los especialistas en la seguridad del Führer no lo consideraron necesario sino hasta el gran bombardeo del 3 de marzo de 1943, al que los aliados consideraron “selectivo”.
Así fue cómo el nuevo Führerbunker comenzó a construirse rápidamente, más de 8 metros bajo el nivel del suelo y con una salida de emergencia que daba a los jardines, por donde Hitler podía salir a pasear a su pastora Blondi y respirar aire fresco, ya que dentro el aire estaba viciado por la humedad, los hongos y el mal olor acumulado por las decenas de personas que se habían establecido allí.
La luz era muy tenue y la decoración inexistente más allá de la sala de Hitler y su compañera Eva Braun. Unos generadores Diesel proveían la energía necesaria para su funcionamiento sin depender del suministro eléctrico de la red berlinesa.
Pero tenía un gran problema este búnker que el viejo refugio no tenía: al estar construido bajo nivel freático, los desagües se tapaban y la humedad se filtraba por las gruesas paredes de hormigón. No había sido planeado como un lugar de residencia fija, sino para soportar bombardeos muy específicos. Sin embargo, dadas las circunstancias dramáticas de la guerra, con los soviéticos a punto de ingresar a la capital alemana, el Führer no tuvo otra alternativa que refugiarse en las profundidades de Berlín.
Así pasó sus últimos días el principal responsable de la matanza de millones de judíos, romaníes, personas con discapacidad, homosexuales y opositores políticos, y lo hizo en un estado lamentable, con poco aseo, deprimido y exaltado a la vez, junto a pocas personas de confianza, como su ministro de propaganda, Joseph Goebbels, quien instrumentó una de las últimas decisiones desesperadas del líder fascista y antisemita: alistar en las Volkssturm, las milicias nacionales alemanas, a todos los hombres de entre 15 y 70 años para matar o morir en la defensa de Berlín.
“Quien se esconda cobardemente en los refugios antiaéreos, comparecerá ante un consejo de guerra y será condenado a muerte”, decía el documento que fue distribuido por toda la ciudad.
Hitler y Eva Braun, casamiento y suicidio
Después de casarse con su compañera Eva Anna Paula Braun en una ceremonia civil con pocos testigos dentro del Führerbunker, y en lugar de pasar la noche de bodas con su flamante esposa, Hitler comenzó a dictarle a su secretaria personal, Traudl Junge, su última voluntad y su testamento político. Era la madrugada del domingo 29 de abril de 1945.
Por la tarde de ese domingo pidió que le administrasen una ampolla de cianuro a su pastora Blondi, recientemente madre de cinco cachorros, para comprobar la efectividad del veneno, orden que fue cumplida por la mañana del lunes.
Cerca de las 15.30 se oyó un disparo seco dentro de la habitación donde se habían encerrado Hitler y Braun. Cuando los asistentes ingresaron, el Führer estaba doblado sobre sí mismo y tenía un agujero del tamaño de una moneda en la sien derecha. Su pareja yacía a su lado, descalza, con su rostro apoyado sobre el hombro de su amado, como dormida.
Él se había disparado con su pistola Walther PPK calibre 7.65 y ella no llegó a accionar su revólver, porque el veneno la había matado en el acto. Sus cuerpos fueron retirados del Führerbunker y ubicados en una fosa de mediana profundidad en los jardines de la Cancillería del Reich, rociados con combustible e incinerados.
Solo 48 horas después Berlín caía en manos soviéticas. La guerra había terminado. En cuanto al destino del búnker, en 1947 los rusos arrasaron con los edificios de la Cancillería de Berlín y quisieron dinamitar todo el complejo antibombas pero la red de túneles que configuraron el Führerbunker quedó prácticamente intacta bajo tierra.
Para 1959, el gobierno de la Alemania Oriental comenzó a demoler otra vez el complejo de búnkeres y fueron rellenados parcialmente hasta la caída del Muro de Berlín (1989), cuando se iniciaron nuevas excavaciones y demoliciones en el lugar, con la reunificación de Alemania.
La zona permaneció anónima, sin identificar, por largos años: las autoridades pretendían evitar peregrinaciones neonazis, y así fue hasta 2006, cuando antes del mundial de fútbol se señalizó el lugar con un cartel informativo.
Y aunque ahora no existe la forma que el público pueda acceder a alguno de sus túneles, dicen que 8 metros bajo tierra todavía quedan intactas varias salas del Führerbunker conservadas tal como si estuvieran en 1945.
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