Qué países recurrieron al cierre de escuelas en América Latina durante la segunda ola
Hay evidencia abrumadora sobre el impacto negativo de la suspensión de clases en la salud física y mental, nutrición, seguridad y aprendizaje de los jóvenes
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El presidente Alberto Fernández anunció anteanoche la suspensión por dos semanas de las clases presenciales en el AMBA como parte de una batería de restricciones para frenar la aceleración de los contagios de coronavirus en el país, una medida que ha provocado un acalorado debate en el país y la decisión de la Ciudad de presentar una acción de amparo ante la Corte Suprema de Justicia para que frene la decisión del mandatario. Aunque cada vez hay más evidencia de que los chicos y las escuelas no son los principales impulsores de la pandemia –de hecho, no hay evidencia sustancial sobre la correlación entre la tasa de transmisión de la enfermedad si las escuelas permanecen abiertas o cerradas–, varios países de la región acudieron al cierre de escuelas para luchar contra el virus durante esta segunda ola.
El cambio de postura más sorprendente con respecto a las clases presenciales ha sido el de Uruguay, que el año pasado fue uno de los pocos países de América Latina que mantuvo las escuelas abiertas durante la mayor parte del ciclo lectivo, convirtiéndose en un buen ejemplo de educación presencial durante la pandemia. Sin embargo, el panorama epidemiológico cambió radicalmente en 2021 y en las últimas semanas se consagró como el país con más decesos y contagios diarios per cápita del continente.
Por lo tanto, el presidente Luis Lacalle Pou anunció el 23 de marzo la suspensión de clases presenciales inicialmente hasta el 9 de abril, una medida que luego se extendió hasta por lo menos el 3 de mayo, según resolvió la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP).
Si bien el año lectivo se inició con presencialidad plena, el aumento de casos de Covid-19 y la presión sobre el sistema sanitario llevaron al gobierno a suspender, en primera instancia, la obligatoriedad de la comparecencia presencial de los alumnos, y luego a decretar la educación a distancia en todos los niveles de la enseñanza.
Paraguay también recurrió al cierre de escuelas para controlar la propagación del virus este año. El 2 de marzo, los niños habían comenzado el ciclo lectivo con un sistema híbrido después de un año sin clases. Sin embargo, el 18 de marzo, el gobierno de Mario Abdo Benítez decidió suspender la presencialidad hasta el 28 de ese mes para combatir la propagación del coronavirus.
En México, la Secretaría de Educación Pública (SEP) suspendió las clases para 33 millones de estudiantes, del 20 de marzo al 20 de abril por la crisis del coronavirus, una medida que luego se prolongó 10 días más hasta el 30 de este mes.
Las vacaciones escolares de Semana Santa en México estaban previstas del 6 al 17 de abril. Pero el secretario de Educación Pública, Esteban Moctezuma, informó que se adelantarían y serían de cuatro semanas, y no de dos. “Estamos hablando de un receso donde no solo queremos proteger a los niños, adolescentes y jóvenes sino a toda la comunidad”, señaló el funcionario.
A diferencia de la primera ola, los cierres en esta instancia son más cortos debido a la mayor información disponible sobre los efectos del virus en los niños y su rol en la propagación, además de la evidencia abrumadora sobre el impacto negativo de la modalidad a distancia en la salud física y mental, nutrición, seguridad y aprendizaje de los niños, niñas y adolescentes.
Según las cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los niños y adolescentes menores de 18 años representaron solo el 8% de los casos globales de la Covid-19 el año pasado, a pesar de constituir el 29% de la población mundial. Además, en 2020, únicamente el 0,2% de muertes correspondieron a menores de 20 años.
Además, la OMS elaboró un documento publicado el 18 de octubre último titulado “Qué sabemos sobre la transmisión de la Covid-19 en escuelas”, para reunir la evidencia disponible. En base a algunos estudios, el organismo afirmó que “la apertura de escuelas no provocó un aumento de la propagación en la comunidad donde la infección era baja” y que es poco probable que “los niños y las escuelas sean los principales impulsores de la transmisión de Covid-19, cuando en la comunidad la transmisión es baja y cuando se aplican las medidas de mitigación adecuadas” (como el uso de tapabocas, distancia entre los alumnos, medidas de higiene y ventilación), aunque la información disponible es limitada.
Los brotes sí pueden ocurrir en circunstancias específicas, señaló la OMS, y con pocas medidas de cuidado, como ocurrió en Israel: durante una ola de calor ocurrida en mayo, el Ministerio de Salud eximió a los alumnos de usar máscaras, en las escuelas se cerraron las ventanas y se utilizó el aire acondicionado y ello generó contagios.
Pero incluso resultados preliminares de un estudio publicado en la revista Nature demostraron que en lugares donde las infecciones de la comunidad estaban aumentando, los brotes en las escuelas fueron poco comunes, en especial cuando se tomaban medidas para disminuir la transmisión.
Por otra parte, la exclusión y la inequidad en América Latina y el Caribe se agudizaron de manera alarmante con la pandemia, tras el cierre de la educación formal en casi todos los países el año pasado. Según un reporte de la Unesco publicado en agosto de 2020, más de 160 millones de niños y niñas no han podido asistir a la escuela en la región a causa de la crisis sanitaria que provocó la pandemia, quienes durante el confinamiento fueron más proclives a absorber el trabajo doméstico y a sufrir violencia intrafamiliar; 11 millones de ellos tal vez nunca regresen a la escuela.
“La pandemia provocó una interrupción sin precedentes en la educación en nuestra región y nos ha dejado al borde de una catástrofe generacional”, afirmó Pablo Cevallos Estarellas, Director de la Oficina para América Latina del Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación.
Los estudios disponibles (aunque limitados) también muestran que la susceptibilidad al virus aumenta conforme la edad. Los niños menores de 10 años son menos susceptibles a la infección que los adolescentes y los adultos. Según la OMS, más brotes fueron reportados en escuelas secundarias que en niveles iniciales o primarios.
El caso chileno
Por su lado, Chile inició este año las clases escolares presenciales de manera mixta, flexible, gradual y acorde a las exigencias sanitarias. Tras analizar en detalle los datos de marzo, el Ministerio de Educación informó que un 55% de los establecimientos que tuvo la oportunidad de hacerlo –es decir, no estuvo cerrado de forma obligada por cuarentena total durante el mes– optó por realizar clases presenciales, y que la cifra corresponde al 51,5% (7917) de los establecimientos totales del país.
Al 28 de marzo, el Ministerio de Salud de Chile reportó que el indicador de casos activos para estudiantes que asistieron al establecimiento en modalidad híbrida o presencial se ha mantenido estable entre 9,2 y 12,2 casos cada 100.000 individuos (actualmente Chile presenta cerca de 270 casos activos cada 100.000 habitantes). A nivel nacional, en tanto, del total de establecimientos que tuvieron modalidad presencial o híbrida durante marzo, solo un 2,25% ha presentado brotes de coronavirus (se define brote como dos o más casos con evidencia de nexo epidemiológico entre ellos).
“Consideramos que el proceso de reaperturas en marzo que ha presentado ha sido un paso muy importante y en la dirección correcta”, expresó tras conocer el balance Claudia Uribe, directora de la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe de la Unesco e integrante del Consejo Asesor Paso a Paso Abramos las Escuelas.
“Las evidencias han mostrado que el impacto de la falta de presencialidad ha sido muy profundo y muy grave, en dimensiones que han afectado el desarrollo, bienestar y hasta la propia seguridad de niños, niñas y adolescentes. Hemos aprendido durante este periodo que ninguna pantalla puede sustituir a un profesor, y que a medida que se prolonguen los cierres las pérdidas y los impactos negativos en los aprendizajes se van acumulando y se va haciendo cada vez más difícil su recuperación, en algunos casos incluso llevando a pérdidas que pueden ser irreversibles, por eso hay mucho en juego y cada día cuenta”, agregó.
La representante de la Unesco señaló que por lo mismo más de 150 ministros de educación del mundo han manifestado su compromiso con priorizar y acelerar la reapertura de escuelas siguiendo los criterios sanitarios, y que la opinión de la entidad es que en esto “hay que seguir avanzando siempre con vigilancia y flexibilidad que el escenario de la pandemia nos exige.
En Colombia, el retorno a las clases en colegios públicos ha sido en un modelo de alternancia, es decir el que combina unos días de sesiones presenciales y otros en virtualidad.
Con el fin de monitorear el avance del retorno a clases presenciales en Bogotá, la alcaldía de la ciudad, desde el inicio del año académico, ha realizado pruebas PCR a profesores, personal administrativo y directivos de los colegios públicos. Este 30 de marzo, a dos meses de haber iniciado actividades, las secretarías de Educación y de Salud de la capital colombiana revelaron que el 1,3% de los testeados han resultado positivos para Covid-19.
Entretanto, Brasil, uno de los países más azotados por la pandemia de Covid-19, se dispuso a abrir a partir de febrero paulatinamente las escuelas y a retomar las clases presenciales tras casi un año suspendidas a causa del virus. La educación remota ha representado un gran problema para la sociedad brasileña, ya que casi el 40% de los estudiantes de escuelas públicas urbanas del país no tiene computadora ni tablet en casa.
Aún así, algunas ciudades y municipios han decidido cerrar temporalmente las escuelas a causa del avance del virus y la diseminación de las nuevas cepas. Las autoridades de la ciudad de Río de Janeiro, por ejemplo, determinaron el 13 de marzo un asueto escolar por siete días.
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