Decía que su misión era expulsar a los ingleses y propiciar la coronación de Carlos VII; fue herida varias veces en combates pero logró recuperarse
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Para cuando llegó a su adolescencia, el futuro de Juana estaba decidido: su familia había elegido a un muchacho para que se casase con ella. Pero el matrimonio no era exactamente lo que esta joven de 17 años, devota pero rebelde, hija de una familia campesina de ingresos modestos, y habilidosa en el arte del hilado y la costura, tenía en mente.
Las voces divinas que venía escuchando desde los 13 años, dijo, le habían conferido una misión más importante: expulsar a los ingleses de Francia y propiciar la coronación del heredero legítimo al trono, Carlos VII.
Tal como lo había vaticinado, su profecía se cumplió punto por punto: tras presentarse ante el futuro rey con el pelo corto y vestida de hombre, y convencerlo de que la dejara ir a Orleans, la joven logró en mayo de 1429 y en cuestión de cuatro días, levantar el sitio a la ciudad asediada durante seis meses.
Juana siguió avanzando. Las victorias que obtuvo a continuación cambiaron el rumbo de la Guerra de los 100 años entre Francia e Inglaterra en favor de Francia, abrieron el camino para reunificar al país e hicieron posible la coronación del Carlos VII en Reims, un evento tanto político como religioso que asentó su poder como soberano de Francia.
Todos estos logros y victorias se sucedieron en cuestión de meses. Pero poco tiempo después, Juana la doncella, como se hacía llamar, fue capturada por los la facción francesa opuesta a Carlos VII, vendida a los ingleses, enjuiciada por la Iglesia, condenada por herejía, e incinerada en la hoguera.
Es una historia extraordinaria, breve y difícil de comprender. ¿Era Juana realmente una visionaria? ¿Estaba completamente loca? ¿Cómo pudo siendo mujer, casi una niña en realidad, sin conocimiento militar o político alguno, analfabeta y campesina, jugar un papel tan determinante en la historia de Francia?
Fuerza inspiradora
Desde un punto de vista meramente técnico, hay que tomar en cuenta que pasaron dos meses desde que Juana le comunicó su visión al delfín Carlos —el título nobiliario que se usaba en Francia para designar a los príncipes herederos al trono que fuesen hijos legítimos del monarca reinante— hasta que fue enviada a Orleans.
“Durante el primer mes, teólogos la examinaron para tratar de decidir si sus afirmaciones de que era una enviada de Dios eran ciertas”, le explica a BBC Mundo Helen Castor, historiadora y autora de la elogiada biografía “Juana de Arco: una historia”.
También verificaron, según detallan documentos históricos, su condición de virgen. “Pero el segundo mes, mientras le preparaban su armadura, Juana recibió entrenamiento básico para aprender a montar un caballo de guerra y a portar armas en la batalla”, dice. “Aunque de hecho”, aclara, “nunca luchó. En vez de un hacha o una espada, ella cargaba un estandarte”.
Sin embargo, lo que resultó clave para revertir la situación fue “la fe, el propósito y la profunda convicción de que si ella dirigía a las tropas contra los ingleses en Orleans, Dios estaría de su lado y ganarían la batalla”.
Para ese entonces, Francia estaba sumida en una sangrienta guerra civil de años entre los Armagnac y los Burguiñones (dos facciones de la familia real ), a la vez que enfrentada con Inglaterra, que tenía pretensiones al trono de Francia.
Dividida, empobrecida, habiendo perdido territorio y con un ejército inadecuado y desmoralizado, lo que Francia necesitaba realmente era un “milagro” para salir del estancamiento en el que se encontraba. Y eso fue, precisamente, lo que ofrecía la carismática y convencida joven de Domrémy.
“Juana fue pueblo por pueblo y reunió a pequeños grupos (de hombres) a quienes inspiró en momentos en que Francia era un desorden”, le dice a BBC Mundo Linda Seidel, profesora emérita del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Chicago, en Estados Unidos, y autora del ensayo “Changing images of Joan of Arc”.
“Ella tenía sentido común y la gente creía en ella, que insistía en lo que le habían dicho las voces que escuchaba. Brindó liderazgo moral (...) y a veces es esa persistencia e insistencia la que infunde en otros compromiso y coraje”, agrega.
“La ciudad de Orleans quería creerle, los hombres bajo su mando querían creerle. Juana convenció a suficientes personas y, quienes no estaban tan convencidos, pensaron simplemente que, en una situación como la que se encontraban, valía la pena probar”, dice por su parte Castor.
Juana resultó una líder excepcional, en un momento excepcional, que transformó a pura fuerza de convicción el entorno que la rodeaba.
Las voces
Juana aseguró desde un principio que sus acciones estaban dictadas por las voces de San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita. Hoy día, este detalle de la historia puede —y con razón— generar escepticismo.
Diferentes autores han propuesto que Juana sufría de esquizofrenia, epilepsia o tuberculosis bovina.
Por una lado, apunta Castor, a más de 500 años de los hechos, es casi imposible determinar si padecía una de estas enfermedades, además de que los registros muestran que “era físicamente y psicológicamente fuerte, no parecía tener mala salud, ni haber sufrido ataques o momentos de confusión”.
Y, por otro, esta opción no resulta en su opinión relevante ya que, en esa época, no era raro que la gente tuviese visiones o recibiera mensajes de Dios. Seidel coincide: “Si bien era excepcional escuchar voces, era ciertamente una parte aceptada de la espiritualidad”.
“Hubo grandes líderes espirituales mujeres como Santa Teresa de Ávila en Italia, Santa Hildegarda de Bingen (en Alemania), y un número de místicas mujeres que escucharon voces que las llevaron a triunfar y a ganar la admiración (de la gente)”, añade. Lo interesante, señala la académica, es que uno de lo los Santos que inspira a Juana es Miguel, “un santo militar, que lidera al ejército hacia la victoria en el final de los tiempos”.
Según Castor, algo que hace diferente a las voces que escucha Juana, es que “ella dice que Dios quiere que sea ella misma la que luche. Normalmente, los visionarios traían mensajes de Dios para los reyes o políticos, pero eran estos últimos quienes tenían que implementar las órdenes”.
Es más, cuando Juana fue llevada a juicio por la Iglesia, el proceso se centró —además de en sus vestimentas de hombre—, en el origen de sus visiones. No se trataba de entender si Juana había o no escuchado voces, sino de dilucidar su procedencia: o eran del paraíso, o eran un mensaje del demonio, tal y como finalmente determinó la autoridad eclesiástica.
Calcinada en la hoguera
Respetada, creída y seguida por el rey y sus discípulos, la suerte de Juana dio un giro brusco poco tiempo después. En mayo de 1430 fue capturada por soldados franceses aliados a Inglaterra, vendida a los ingleses y condenada por herejía a la hoguera, en la que murió calcinada.
“Todo su cuerpo quedó hecho cenizas, no quedó nada”, explica Seidel. “Los ingleses querían que no quedase ninguna señal de ella, ninguna reliquia que pudiera ser rescatada y que pudiese inspirar un movimiento religioso en su nombre”.
¿Intentó el rey Carlos VII interceder en su favor, salvar a la joven que tanto lo ayudó a acceder a la corona?
En absoluto. “El silencio fue su respuesta”, señala Castor. “Si tu crees que Dios está de tu lado, cada vez que algo te sale bien, eso es, claramente, porque Dios lo quiso así. Pero si algo sale mal, tienes que buscar otra explicación. Si eres Carlos VII y ella te llevó a tu coronación, es porque Dios quiere que seas rey, pero si él permite que capturen a Juana es porque Dios te sigue apoyando como rey, pero ya no quiere apoyar a Juana. Por eso la explicación radica en la propia Juana”, dice la autora.
Eso añade, fue exactamente lo que hizo Carlos: escribió una carta pública diciendo que Juana se había vuelto demasiado arrogante, orgullosa y había dejado de escuchar al rey, por eso había sido capturada y ya no contaba con el apoyo de Dios.
Heroína populista
Tuvo que pasar cerca de un cuarto de siglo para que la atención volviese a recaer en Juana y se reevaluara el juicio, se lo anulara y se la declarara inocente de la acusación de herejía. La moción no fue para reivindicar el nombre de la joven que tanto había dado por el país, sino para mejorar el récord del rey.
25 años después de la muerte de la doncella, Francia había salido victoriosa, el reino estaba reunificado bajo Carlos VII, las cortes florecían, el arte y la poesía habían recuperado sus signos vitales.
“La única sombra en el récord del rey era esa niña que aparecía junto a él en la coronación, que aún era, de acuerdo al veredicto oficial de la iglesia de Francia, una hereje”, le dice a BBC Mundo Helen Castor. Esto fue lo que propició una nueva investigación que condujo a su absolución.
“La reexaminación no determinó que haya sido una santa, simplemente estableció que el juicio no se había hecho de forma correcta, que había estado políticamente motivado por los ingleses y que había llegado a una conclusión errónea: Juana no era hereje. Después de que se revirtió el veredicto, la idea de Carlos VII era pasar página y que todos se olvidaran de ella. Pero ese plan no le salió como esperaba”, dice Castor risueña acerca de la joven que fue finalmente beatificada en 1909, santificada en 1920, y que se convirtió en una de las heroínas más populares de la historia, y emblema de múltiples y variadas causas.
Para Seidel, la historia de Juana es una ligada al populismo. “Es difícil imaginar cómo esta pobre niña descalza y del campo pudo, vestida con una armadura, liderar al ejército francés, pero también vivimos en una era en la que somos conscientes del poder del populismo”, asegura Seidel. “Y si inspiras a la gente, puedes realmente hacerla trabajar en equipo y lograr cosas. Y ella parece haberlo logrado”.
*Por Laura Plitt
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