El hecho aceleró el posterior ataque a La Moneda liderado por Pinochet, en la década del 70
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Viernes 29 de junio de 1973, 7:45 horas. Era una fría y gris mañana de invierno en Santiago de Chile cuando un inusual desfile de unos 16 vehículos armados -incluyendo tanques M41 Walker Bulldog-, comenzó a avanzar por las calles del centro de la capital chilena.
Se dirigía al palacio presidencial -también denominado La Moneda-, y al Ministerio de Defensa, ubicado a pocos metros del primero.
Pasadas las 8 de la mañana, ya instalados en los puntos de destino, los más de 80 soldados que lideraban la ofensiva abrieron fuego, disparando sus metralletas sin clemencia hacia los edificios gubernamentales. Se trataba de un intento de golpe militar en contra del Gobierno liderado por Salvador Allende, el primer presidente socialista elegido democráticamente en el mundo.
El regimiento blindado N2 -integrado en su mayoría por oficiales intermedios y liderado por el teniente coronel Roberto Souper-, se había sublevado y había decidido atacar sin importar las consecuencias y en desobediencia con la planta mayor de las Fuerzas Armadas de Chile.
La subversión era apoyada por el Frente Nacionalista Patria y Libertad, una organización de extrema derecha que realizaba acciones de sabotaje en contra del gobierno de la Unidad Popular de Allende. El caos fue total.
El pánico se apoderó de los trabajadores de las áreas circundantes y de todos aquellos que ese día pasaban por el centro de la ciudad. Se podía ver a las multitudes corriendo, intentando refugiarse de los disparos.
Perplejas, las radioemisoras trataban de explicar lo que estaba sucediendo. “Se les pide, ante la situación caótica, abstenerse de venir al centro, mantenerse en sus casas. Estamos viviendo un clima de guerra”, emitió Radio Agricultura.
El presidente Allende monitoreaba el ataque desde su residencia, ubicada en el oriente de Santiago, en la calle Tomás Moro, a unos 15 kilómetros del palacio presidencial.
“Un sector sedicioso se ha levantado. Es un pequeño grupo de militares facciosos que rompen con la tradición de lealtad”, dijo en un discurso transmitido a todo el país.
“Llamo al pueblo, primero, a que tome todas las industrias, todas la empresas, que esté alerta, que se vuelque al centro, pero no para ser victimado. Que el pueblo salga a las calles pero no para ser ametrallado, que lo hagan con prudencia. Con cuantos elementos lo hagan en sus manos. Si llega la hora, armas tendrá el pueblo”, agregó.
Mientras tanto, el comandante en Jefe del Ejército, Carlos Prats, comenzó a dirigir una contraofensiva para sofocar la rebelión.
A eso de las 10:30 horas, los regimientos leales al Gobierno comenzaron a rodear a los insurrectos. Prats llegó hasta La Moneda donde se reunió con otros militares, entre ellos, Augusto Pinochet, quien, vestido con uniforme de combate, estaba liderando uno de los regimientos que batallaba el intento de golpe.
La rebelión terminó siendo controlada al mediodía de ese viernes de 1973. El teniente coronel Souper se rindió y fue detenido junto a casi la totalidad de los oficiales de su unidad, mientras los líderes del movimiento de extrema derecha Patria y Libertad -entre ellos su máximo dirigente Pablo Rodríguez Grez- se refugiaron en la embajada de Ecuador. Allende, en tanto, declaró Estado de Emergencia por los siguientes 6 meses.
El ataque -recordado como “Tanquetazo” o “Tacnazo”- dejó un saldo de 22 muertos y 32 heridos. También a un país tambaleado, sumido en una profunda crisis; con miedo y desconcierto.
Y es que esta frustrada rebelión dejó en evidencia algo que desvelaba a muchos: se quebró la idea de que en Chile -que tenía un fuerte vínculo con la democracia- las Fuerzas Armadas no intervenían, que eran institucionales y que actuaban unidas y apegadas a la Constitución.
Y lo que es aún más importante: aceleró el sangriento golpe militar que vendría menos de 3 meses después (11 de septiembre de 1973) y que terminaría con Allende muerto en La Moneda y Augusto Pinochet en el poder.
¿Por qué ocurrió?
Para entender por qué se originó el “Tanquetazo”, primero hay que repasar lo que estaba pasando en Chile -y el mundo- hace 50 años.
Salvador Allende había asumido la presidencia en 1970, en medio de la Guerra Fría, apoyado por la Unidad Popular, una coalición de partidos de izquierda.
El líder izquierdista tenía como fin establecer un Estado socialista a través de medios institucionales y democráticos, lo que se denominó la “vía chilena al socialismo”.
La nacionalización del cobre, una reforma agraria y la estatización de otras áreas “claves” de la economía formaron parte de sus políticas.
Pero al poco andar comenzaron las dificultades. Con la fuerte oposición de Estados Unidos al proyecto de Allende -y el claro propósito de desestabilizarlo-, la economía chilena fue golpeada por una crisis que se materializó, entre otras cosas, en una alta inflación y escasez de alimentos.
La polarización de la sociedad se fue profundizando cada vez más mientras se agudizaba la violencia política entre los partidarios del Gobierno y sus opositores. La huelgas y los llamados “cacerolazos” se apoderaron de las calles.
Uno de los momentos más complejos fue el “paro de octubre” de 1972 liderado por los camioneros -y apoyado por otros gremios- que agravó aún más los problemas de distribución.
La crisis no era ajena a las Fuerzas Armadas que, poco a poco, empezaron a preocuparse. “A partir del paro de octubre, la inquietud política empezó a llegar de manera muy fuerte a los cuarteles”, le explica a BBC Mundo el historiador chileno Joaquín Fermandois, autor de “La revolución inconclusa: la izquierda chilena y el gobierno de la Unidad Popular”.
Esta inquietud es lo que justamente llevó a la unidad liderada por Souper a dar el golpe. Pero no se plegaron todos y el ejército se fracturó.
¿Por qué fracasó?
El fracaso del plan se puede explicar a través de distintos elementos pero, sin duda, el más relevante es que en ese momento no había una total cohesión de las Fuerzas Armadas detrás de la idea de derrocar a Allende.
Ese 29 de junio las unidades militares no actuaron unidas y, de hecho, los insurrectos no obtuvieron el apoyo que esperaban.
Fermandois afirma que esto se debe a que el sentimiento mayoritario de la institución era la no intromisión en temas políticos. Así pensaban, de hecho, los altos mandos, incluido Prats y Pinochet que respaldaban al régimen constitucional.
Por eso es que la sublevación del 29 de junio fue sofocada tan rápidamente por el resto de las Fuerzas Armadas.
Pero, si bien esto tranquilizó a los líderes de la izquierda chilena -que lo interpretaron como un acto de lealtad de los uniformados a su Gobierno-, en las aguas subterráneas de las unidades militares se estaba incubando la idea contraria: muchos llegaron al convencimiento de que un golpe militar era realmente necesario.
Habían perdido la confianza en una salida política a la crisis y la tensión en el Ejército fue cada vez mayor.
El “comité de los 15″
De acuerdo con un texto sobre el Tanquetazo escrito por el profesor de historia militar de la Academia de Guerra del Ejército de Chile, Roberto Arancibia, “pese al fracaso de la asonada, esta generó gran simpatía en parte de la población y, particularmente, en la oficialidad joven de las Fuerzas Armadas”.
Así también lo explica Fermandois. “Después del Tanquetazo, la minoría que apoyaba el derrocamiento a Allende pasó a ser mayoría. El alto mando se dio cuenta de que ya no dominaba a sus oficiales. Se estaba perdiendo el mando. Y las Fuerzas Armadas viven de la obediencia”, afirma Fermandois.
El historiador agrega que fue en ese momento cuando se formó el “comité de los 15″, un pequeño grupo integrado por altos jefes del Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea, al que se le adjudica la coordinación del golpe militar del 11 de septiembre de 1973.
“Este comité se puso a conversar. Coincidieron en que tenían que hacer algo, que eran responsables ante sus ramas. Y decidieron presentarle una especie de ultimátum al Gobierno”, comenta Fermandois.
Según detalla la reconocida periodista chilena Mónica González en su libro “La conjura: los mil y un días del golpe”, este “ultimátum” (que en realidad era un memorándum) le exigía a Allende “medidas inmediatas” en el plano económico e interno para hacer frente a la crisis.
Sin embargo, “aún cuando el documento solo puede ser leído como una intervención militar, ni el Presidente ni su ministro reaccionaron”, escribe Mónica González.
Pero para muchos historiadores cualquier reacción a esas alturas habría sido inútil pues la decisión de dar un golpe definitivo para derrocar a Allende ya estaba tomada.
El golpe final del 11 de septiembre
Entre otras cosas, el “Tanquetazo” ayudó a las unidades de inteligencia de las Fuerzas Armadas a medir la capacidad de contraataque de la Unidad Popular ante un eventual golpe militar.
“Los generales se dieron cuenta de que las fuerzas de izquierda no funcionaban como deberían. De hecho, hay un informe de la inteligencia cubana que dice algo así como ‘nos extraña, podrían haber atacado los tanques con bombas molotov’. Estaban indignados porque no había habido una reacción real”, comenta Fermandois.
Roberto Thieme, quien fue miembro de Patria y Libertad y estaba detrás de la operación frustrada ese 29 de junio, le asegura a BBC Mundo que ese día los opositores se convencieron de que no había una respuesta importante de un “pueblo armado”.
“El Tanquetazo les sirvió a los militares para planificar el golpe definitivo del 11 de septiembre. No hay duda en eso”, afirma.
Thieme afirma que otra de las consecuencias del “Tanquetazo” fue el “fin político” del movimiento Patria y Libertad.
“Fue la muerte del movimiento desde el punto de vista político. Nosotros pensábamos que alguna vez íbamos a llegar al poder con un plan nacionalista popular. Pero el hecho de que las directivas se hayan asilado, creó una imagen de cobardía. El movimiento quedó descabezado, disperso”, explica.
Por otra parte, tras el fracasado derrocamiento también se intensificaron los preparativos de defensa de la izquierda. “Salieron varios políticos a Europa Oriental a pedir armas. Fidel Castro también había mandado armas. Pero no fue una operación eficaz”, señala Fermandois.
74 días después del Tanquetazo, Chile vivió uno de los momentos más dolorosos de su historia política. El golpe final perpetuado por las Fuerzas Armadas -esta vez totalmente cohesionadas y lideradas por Augusto Pinochet- llevó al país a una larga dictadura militar que dejó un saldo de más de tres mil muertos y 38 mil víctimas de crímenes de lesa humanidad, según la Comisión Valech, un organismo creado para esclarecer la identidad de las personas que sufrieron privación de libertad y torturas.
Hoy, a 50 años de ese triste episodio, Chile sigue analizando las causas que lo llevaron hasta allí e intenta reconciliarse con su pasado.
*Por Fernanda Paúl
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