Silencio y devastación humana. Con eso se toparon la tarde del 27 de enero de 1945 los soldados del Ejército Rojo que entraron a lo que quedaba en pie de Auschwitz-Birkenau, el mayor campo de concentración nazi y uno de los capítulos más trágicos y dolorosos en la historia de la humanidad.
Setenta y cinco años después, el mundo se reúne para conmemorar la liberación de Auschwitz y recordar a los casi 1,5 millones de muertos allí -1,1 millones de ellos eran judíos-. Por lo menos 26 presidentes, cuatro reyes, cuatro premiers participarán de la ceremonia en Yad Vashem, el museo del Holocausto, en Jerusalén.
A simple vista, la conmemoración parece una ocasión más que adecuada para el debut internacional del presidenteAlberto Fernández. Por un lado, lo salva de tener que cumplir con el hábito de muchos de sus predecesores y viajar a algún país del Mercosur en momentos en que la relación con Brasil, el mayor socio del bloque, no es la mejor.
Por otro lado, lo acerca a Israel justo cuando se cumplen cinco años de la muerte del fiscal Alberto Nisman y el debate sobre si fue suicidio o asesinato vuelve a traumar a los argentinos. Y, por último, lo ubica en el mismo escenario en que el estarán los grandes líderes globales y en una ceremonia despojada –en apariencia– de política, conflicto o ideología. Después de todo, salvo disidencias de extremistas, el consenso sobre que el Holocausto fue la cara más perversa y dramática del siglo XX es total.
Sin embargo, el primer viaje puede no resultarle tan fácil como parece a Fernández; lo esperan en Israel varios conflictos, algunos cercanos, otros no tanto.
La postura sobre Hezbollah
La primera pista de cuál podría ser la posición de la administración Fernández respecto de mantener o no a Hezbollah en el registro de organizaciones terroristas la dio, en diciembre, la ministra de Seguridad, Sabrina Federic. La funcionaria dijo entonces que dejar a Hezbollah en ese listado era "comprar un problema" que la Argentina no tiene. Por presión de la Casa Rosada, tuvo que desdecirse y, en la últimas semanas, el gobierno de Fernández logró contener lo que parecía un fuerte conflicto en ciernes con Israel y Estados Unidos y también marginar un tema potencialmente divisivo hacia adentro del kirchnerismo.
Todo eso, sin embargo, ocurrió antes de la muerte, en Irak, del general iraní Qassem Soleimani, principal estratega internacional del régimen de los ayatollahs y su contacto más importante con los grupos extremistas a los que respalda, entre ellos Hezbollah.
El fin de semana pasado, su máximo líder, Hassan Nasrallah, que era muy cercano a Soleimani, prometió vengar la muerte del general iraní con amenazas directas a los intereses de Estados Unidos en la región y a sus aliados, sobre todo Israel.
Hezbollah (y por detrás suyo, Irán) e Israel protagonizan una guerra de baja intensidad desde hace décadas pero la muerte de Soleimani y la promesa de venganza del grupo le agregan urgencia y peligro a esa tensión.
Por más conciliatoria y de alta política que sea la conmemoración en Yad Vashem, es probable que Fernández se vea obligado a dejar los equilibrios y explicar su postura sobre Hezbollah una vez en Israel.
El revisionismo histórico
En realidad, la concordia en torno a la conmemoración de la liberación de Auschwitz es solo apariencia. Los líderes globales llegarán la semana próxima a Jerusalén precedidos por una fuerte disputa internacional sobre las responsabilidades en la Segunda Guerra Mundial, una pelea que, incluso, dejó afuera de la ceremonia a Andrzej Duda, el presidente de uno de los países más golpeados por esa contienda y dentro de cuyas fronteras está Auschwitz, Polonia.
Desde hace años, Vladimir Putin se muestra dispuesto a contener el avance y el poder de Occidente en cualquier rincón del mundo; entre otras, un arma de esa ofensiva es la historia.
Él mismo y miembros de su gobierno argumentan, desde hace unos pocos años, que las potencias europeas y Estados Unidos colaboraron en el avance continental de Adolf Hitler, acusan a Polonia de haber también sido cómplice del nazismo y defienden el controvertido pacto Ribbentrop-Molotov (por el cual la ex URSS y la Alemania de Hitler se dividieron Europa del Este, en agosto de 1939) como la única forma que tenía el gobierno soviético de defender sus espaldas.
Como también harán presidentes de Alemania y Francia y el príncipe Carlos de Inglaterra, Putin dará uno de los principales discursos en la ceremonia en Jerusalén. Pero el gobierno de Benjamin Netanyahu –de buenas relaciones con Moscú– excluyó de ese listado de oradores al presidente de Polonia, que acto seguido decidió boicotear la conmemoración.
Entre los blancos habituales del revisionismo ruso de la Segunda Guerra, está también Francia y en Israel no descartan que el discurso de Putin vuelva sobre sus acusaciones, lo que podría atizar tensiones y distraer tanto como al presidente francés como al ruso, con quienes Fernández busca tener reuniones bilaterales.
Netanyahu, la campaña y los cargos de corrupción
Las disputas que esperan a Fernández y pueden opacar su primer viaje no solo serán internacionales sino también internas. Netanyahu, el premier israelí, protagoniza hoy dos carreras, una electoral y la otra contra la Justicia. Israel votará en marzo por tercera vez en un año. En las anteriores elecciones, ni él ni su principal rival, el exjefe del Estado Mayor de Israel Benny Gantz (de centro) lograron la suficiente cantidad de votos y de parlamentarios como para formar gobierno o para forzar una coalición de gobierno.
Los sondeos indican que las próximas elecciones no serán muy diferentes: Gantz cuenta con ventaja sobre el líder conservador pero no la suficiente para convertirse inmediatamente en primer ministro, lo que prolongará la parálisis política de Israel.
A esa crisis, que será el trasfondo político de la conmemoración de Yad Vashem, Netanyahu debe sumarle su lucha personal para salvarse de terminar en el banquillo de acusados por tres casos diferentes, uno de sobornos, uno de fraude y otro de abuso de confianza. Por supuesto que el premier aduce que los cargos no son más que la consecuencia de maquinaciones políticas, es decir el lawfare versión israelí.
El primer ministro busca con ansiedad que el Parlamento le garantice inmunidad hasta que él pueda revalidar su mandato. Y usará la ceremonia de Jerusalén para mostrarse como un "estadista" a la espera de que los israelíes le crean, lo voten y le ayuden a sacar los suficientes parlamentarios como para extender la era Netanyahu.
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