Ambiciones ocultas: ¿qué busca obtener cada potencia del conflicto entre Ucrania y Rusia?
EE.UU. había advertido de las consecuencias “desastrosas” para Moscú en el caso de una invasión, pero hay intereses más profundos en juego en la región
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PARÍS.- Vladimir Putin no le teme a la OTAN. Sabe perfectamente que no está en los planes de la Organización del Atlántico Norte atacar a Rusia y tampoco incorporar a Ucrania. Sus agresivas gesticulaciones militares en la frontera entre ambos países responden a otro objetivo: como Metternich en el Congreso de Viena de 1814-15, el jefe del Kremlin intenta crear el equivalente moderno de una Santa Alianza al servicio de una política de esferas de influencia. En otras palabras, volver a escribir la historia de la posguerra fría en Europa.
¿Simple reflejo de defensa o forma de revisionismo mucho más ambicioso? En todo caso, en el mismo momento en que Moscú defiende las dictaduras en Belarús y Kazajistán contra la voluntad de sus pueblos, rechaza el derecho de Ucrania a escoger libremente su destino.
Una estrategia que implica sus riesgos pues, con sus provocaciones, Putin empuja cada vez más a los ucranianos hacia el oeste. No son -como afirma Rusia- los occidentales que avanzan sus peones con desparpajo en Ucrania a pesar de los acuerdos “implícitos” pactados con Moscú tras la caída de la URSS, que establecían que Kiev jamás integraría la OTAN: son los ucranianos que se vuelven cada vez más anti-rusos debido al comportamiento agresivo de Moscú.
Pero, si el líder del Kremlin se siente suficientemente fuerte desde el punto de vista militar como para restablecer su esfera de influencia en el llamado “extranjero cercano”, esa zona de seguridad física e ideológica donde los países concernidos no son libres de sus orientaciones estratégicas, ¿qué quiere lograr en concreto con sus amenazas y gesticulaciones?
“Su gran temor es que su vecino del sur, Ucrania, la nación-hermana eslava, con mil años de historia común, se instale en un molde democrático ‘a la occidental’. La pesadilla no es un ataque de Kiev -francamente inimaginable, teniendo en cuenta la diferencia abismal entre ambas capacidades militares- sino la contaminación ideológica, la instalación de un contra-modelo en las puertas de la nación madre”, señala el historiador británico Mark Galeotti.
Remake de la doctrina Brezhnev impuesta por la URSS a Europa del este después de la invasión de Checoslovaquia en 1968, el objetivo mínimo del Kremlin es obligar a Kiev, en nombre de la protección de los pro-rusos del este del país, a reconocerle un derecho de injerencia en sus asuntos internos. “Para Moscú, Ucrania solo recuperará la paz aceptando una soberanía limitada: que quiera privilegiar sus lazos con la Unión Europea (UE), con la cual ha establecido una asociación económica, ya es una agresión para el Kremlin”, agrega Galeotti.
En ese “extranjero cercano”, Putin solo tolera regímenes similares al suyo, una autocracia cada vez más brutal. En Belarús, así como en Kazajistán, el Kremlin mantiene en el poder a los dictadores por una sola razón: porque alejan el peligro de la democracia. En Ucrania, el presidente ruso pretende un cambio de régimen o al menos un cambio de orientación estratégica.
La oferta de Occidente
Para calmar la tensión, los occidentales ofrecieron este mes negociar el conjunto de la seguridad europea, sobre todo la cuestión de los misiles de mediano alcance. Pero al término de tres días de debates, los rusos afirmaron que esa cuestión no les interesaba.
“Moscú pretende la organización de un Yalta bis en Europa. En otras palabras, obtener el compromiso formal de que la OTAN no incorporará nuevos países, el retiro de fuerzas de esa organización de Polonia y los países bálticos y el cese de la cooperación militar occidental con Ucrania”, analiza Gilles Andreani, investigador del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres (IISS).
Inaceptables para Estados Unidos y Europa, esas reivindicaciones fueron presentadas por el Kremlin como una exigencia. En su defecto, Moscú amenaza implícitamente con hacer hablar las armas. Para demostrarlo, Putin anunció una campaña de “medidas técnico-militares”, que comenzaron con el ataque cibernético de diez ministerios ucranianos tras el fracaso de las reuniones de Ginebra, Bruselas y Viena.
Ese endurecimiento demuestra que el presidente ruso no tiene ninguna intención de hacer compromisos que le permitan reivindicar un simple éxito diplomático: Putin sueña con reconstruir el imperio soviético, en mejor.
La visión de EE.UU.
Para Estados Unidos, la situación no es fácil. ¿Cuál es el margen de maniobra del actual presidente, cuando son numerosos los republicanos que consideran que el Partido Demócrata es una amenaza más grave que Rusia para el país?
“En las actuales condiciones, la Casa Blanca no puede permitirse el lujo de abrir dos frentes simultáneos de conflicto: uno con Moscú y el otro con Pekín”, escribe Jonathan Masters, especialista del Council on Foreign Relations.
En efecto, la forma en que Joe Biden administre la crisis ucraniana será determinante no solo para la región, sino para la forma en que su país será percibido en el futuro inmediato por el resto del mundo, y en particular por los regímenes autocráticos. Aun sin estar directamente involucrado en el conflicto ucraniano, el presidente chino Xi Jinping estudia con extrema atención las decisiones de la Casa Blanca. También él intenta recuperar Taiwán, haciendo todos los esfuerzos posibles para evitar un mayor acercamiento de la pequeña isla a Occidente. Si Washington saliese debilitado de su pulseada con Moscú, Xi podría animarse a lanzar una operación de envergadura para recuperar Taiwán, poniendo así en peligro la seguridad y la estabilidad de Asia oriental.
La administración Biden consiguió hasta ahora combinar la firmeza -amenazando a Moscú con duras sanciones- y la diplomacia, abriendo las negociaciones de Ginebra. Nadie sabe, no obstante, si tendrá las cualidades necesarias como para administrar la crisis hasta el final.
La postura de Europa
Por su parte, los europeos, que adhieren a la política de sanciones económicas contra Moscú, tienen serias dificultades para hacerse oír en un mundo donde la geopolítica tiene cada vez más importancia. Sin embargo, el bloque -más bien Francia y Alemania- podría contribuir a calmar la tensión. Ambos países, que fueron los más hostiles a la ampliación de la OTAN hacia Ucrania, son también los padrinos de los acuerdos de Minsk. Firmado el 5 de septiembre de 2014, ese pacto logró el cese del fuego inmediato en la región del Donbass, en Ucrania oriental, aunque fracasó en su objetivo de poner fin a todos los combates que aún agitan esa región.
París y Berlín podrían, en consecuencia, ayudar a Estados Unidos a reactivar ese proceso con la esperanza de superar la peor crisis internacional desde el fin de la guerra fría.
Pero nada es fácil en Europa. Mientras Emmanuel Macron y el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz -al igual que antes Angela Merkel-, proponen un “reseteo” con Moscú, defendiendo el principio de un diálogo franco y abierto, muchas capitales de la UE -sobre todo al este del continente- rechazan cualquier apertura hacia Rusia, y prefieren seguir delegando su seguridad a Estados Unidos y a la OTAN.
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