Mundial 2022: Qatar tuvo su fiesta tan soñada... hasta que empezó a jugar al fútbol
El proyecto del país para construir un equipo de fútbol sólido para esta Copa del Mundo parece empalidecer frente al esfuerzo y la inversión en la organización del torneo
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AL-KHOR, Qatar.- La impecable superficie de la autopista se extiende hacia la nada, y las vidriadas agujas de los rascacielos de Doha empiezan a alejarse en el espejo retrovisor. La ruta pasa junto a la ciudad fantasma de Lusail, con sus inmensas grúas inmóviles en el aire del desierto. Son kilómetros de puro asfalto, arena y cielo, una línea de horizonte solo interrumpida por la colosal silueta del Estadio Al-Bayt.
Los hinchas fueron confluyendo en el estadio desde la mañana del domingo. Llegaron en autos que congestionaron la autopista o desembarcaban de caravanas de micros que los traían desde la estación de la flamante red de subterráneos de Qatar, como si el estadio en sí mismo —un oasis de realidad en un paisaje definido por la ausencia—, ejerciera una especie de magnetismo.
Llegaban con sus banderas sobre el pecho o sobre los hombros, con la cara pintada y la camiseta de su país orgullosamente a la vista, como una visión de amistad internacional: no solo qataríes y ecuatorianos, sino uruguayos y brasileros, mexicanos y ghaneses, todos avanzaban por el inmaculado césped artificial que rodea el estadio, entre arroyos y lagunas de entretenimiento llenas de botes a pedal y bandadas de patos confundidos.
Los hinchas esperaban este momento desde hace bastante tiempo. Y Qatar, por su lado, hace más de una década que trabaja activamente para que el momento llegara. El país lo ha planeado y prefigurado durante 12 años para que hasta el último detalle sea de su agrado, sin importar el precio crudo y duro. Ha invertido una cifra que ronda los 220.000 millones de dólares, no solo en la construcción de estadios y rascacielos, sino ciudades enteras y redes de transporte con el solo propósito de hacerlo realidad.
Y ahora, finalmente, llegaba la última palabra en los intentos de Qatar para presentarse al mundo, para exhibir todo lo que logró hacer y construir. No solo el estadio, con su techo diseñado para parecer una carpa beduina, sino también la ceremonia inaugural, que en vez de un evento de bajo perfil como suele ser en los mundiales, aquí se transformó en un espectáculo épico.
Y entonces llegó el fútbol…
El proyecto de Qatar para construir un equipo de fútbol sólido para esta Copa del Mundo parece empalidecer frente al esfuerzo y la inversión del país en el resto del torneo. Y no debería sorprendernos: el propósito de esta Copa del Mundo, después de todo, no es que el país demuestre que es una potencia deportiva por derecho propio. Sin embargo, a su manera, sus preparativos futbolísticos no han sido menos ambiciosos, ni menos extraordinarios.
Las autoridades del país no solo invirtieron en algunas de las instalaciones de entrenamiento más avanzadas del planeta, que se han convertido en escala obligada de equipos de todo el mundo. Qatar también se había embarcado en una campaña de cazatalentos a nivel global, y también apostó al entrenamiento de nuevos jugadores con la construcción de una red de academias, particularmente en África.
En un momento, Qatar invirtió en la compra de clubes europeos para que los jóvenes talentos de su vasta red de reclutamiento pudiera foguearse en competencias de élite, contrató entrenadores expertos de las academias juveniles más prestigiosas, y les encargó que enseñaran a los jugadores qataríes los estilos de fútbol más sofisticados y vanguardistas.
Y todo lo hizo no solo con la mente puesta en el Mundial, sino también y sobre todo en este primer partido, este momento único. Era su oportunidad de demostrar que Qatar podía al menos igualar a Europa y al resto del mundo en su propio juego, y que por increíble que parezca, también podía encontrar un atajo para tener éxito en el deporte, como lo ha hecho en casi todo lo demás. No era solo un crescendo: la idea era esa.
Y cuando el momento llegó y todo lo demás era perfecto, Qatar se quedó congelado. El español Félix Sánchez, el director técnico del equipo qatarí, ha tenido bastante éxito en su tiempo de gestión. En 2019, su equipo se coronó campeón de Asia, y ha competido y salido bien parado de encuentros con equipos del mismo nivel e incluso más glamorosos que Ecuador.
Pero en la Copa del Mundo, cuando realmente importaba, Qatar pareció sobrepasado: por el escenario, por la presión, por el peso de todo, por alguna combinación de las tres cosas. Ecuador pudo pasar a la delantera desde el segundo 158 del partido con una anotación de Enner Valencia, un delantero veterano que estaba terminando su carrera en Turquía, pero después de ver el video de la jugada, el árbitro asistente anuló el gol. El indulto no duró: a los 16 minutos, Valencia tuvo su revancha y marcó de penal, y media hora después anotó el segundo tanto.
Qatar apenas pudo reaccionar. La multitud se quedó en silencio, el único ruido provenía de las apiñadas filas de ecuatorianos felices y de un solitario grupo de unos cientos de hinchas qataríes detrás de un arco, todos vestidos con camisetas uniformes de color bordó y muchos cubiertos con más tatuajes que el qatarí promedio, que cantaban y se movían en una coreografía obviamente ensayada.
Alentaban sin parar, con una lealtad a la causa qatarí admirablemente inquebrantable y al parecer insensible a los acontecimientos, un canto tan contrario a lo que estaba pasando que no retenía ningún significado, ningún sentido.
El resto del estadio, sin embargo, empezó a vaciarse lentamente. Después del medio tiempo, miles de qataríes no regresaron a sus asientos, y a medida que el segundo tiempo llegaba a su inevitable conclusión —un Ecuador cómodo y contento de poder funcionar en modo “bajo consumo”— más y más los siguieron, y en los sectores del estadio donde no predominaban los sudamericanos ya eran más las plateas vacías que las ocupadas.
Afuera, los qataríes que habían llegado atraídos por el magnetismo del estadio en el desierto empezaban a alejarse, dejando atrás el oasis y abriéndose paso, en esa superficie inmaculada, hacia el asfalto, la arena y el cielo. Volvieron a la resplandeciente ciudad junto a la bahía, un lugar diseñado para parecer lo más fantástico posible, un lugar donde se ha hecho todo lo posible para garantizar que la fría realidad no meta sus narices.
Por Rory Smith
Traducción de Jaime Arrambide
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