Putin y sólo Putin es responsable, y debe ser detenido
París.- Al momento de escribir esta columna, nadie sabe en qué terminará la iniciativa de paz lanzada la semana pasada por Hollande y Merkel. Pero lo que todos deberían saber es que representa la última chance de derrotar, por una vía estrictamente diplomática, el aventurismo, la inconsciencia y el belicismo preconizados por el Kremlin. En otras palabras, Occidente tiene que estar dispuesto a enfrentar la realidad y a dejar de hacer lo que suele hacer con demasiada frecuencia, que es invertir los roles.
Es Putin y sólo Putin el que ha corrido el riesgo histórico de un enfrentamiento con sus vecinos europeos.
Es Putin y sólo Putin el que al enviar cazabombarderos a surcar ayer los cielos de Estonia y Polonia, y hoy los de Francia, se está jugando a una guerra de nervios entre potencias, que como sus medios se ocupan con perverso placer de destacar, son en algunos casos potencias nucleares.
Es Putin y sólo Putin el que por primera vez desde la Guerra Fría tomó la irreparable decisión de apostar tropas en los umbrales de Europa y así intentar modificar, por la fuerza, las fronteras de un país que es clave para la arquitectura de seguridad colectiva que preserva la paz.
Es Putin y sólo Putin el que por primera vez desde la Segunda Guerra rescató del museo de los horrores políticos el tristemente famoso tema del nacionalismo lingüístico, que creíamos ya desacreditado.
Y es otra vez Putin, innegablemente Putin, el que se inmiscuye en las asuntos de Europa, al colaborar con todos los partidos racistas y antisemitas del continente, al apoyar y hasta financiar a partidos como Podemos en España, Syriza en Grecia y el Frente Nacional en Francia, y al alardear de su alianza con la Hungría de Victor Orban. De hecho, es incontestablemente el revanchista Putin el que, como si estuviera alimentando un viejo rencor que atribuye a Europa la responsabilidad de la caída de la Unión Soviética -que Putin describe como "la mayor catástrofe del siglo XX-, parece estar ingeniándoselas para socavar los cimientos de Europa.
En cuanto a los argumentos esgrimidos recurrentemente por los adeptos al apaciguamiento cobarde, es sorprendente constatar cuánto extraen del arsenal (retórico, hasta el momento) de la doctrina Putin.
¿Así que Ucrania fue históricamente una parte de Rusia? Así que al ocupar Crimea y luego Donetsk, el heredero del zar Nicolás I y de Stalin estaría meramente recuperando lo que era de Rusia? Más allá de que esto es históricamente falso y de que el Estado-nación de Rusia no es más antiguo que el de Ucrania, ese argumento, si lo aceptáramos, podría aplicarse mañana a diversas zonas de los países bálticos y de Polonia.
Al comportarse de esta manera, ¿acaso Rusia no está simplemente reaccionando a la "humillación" tácita que Europa le viene infligiendo desde hace 20 años? Ese argumento tampoco resiste el menor análisis. De hecho, parece bastante grotesco, si uno recuerda la insistencia con que Rusia fue invitada a unirse a la Asociación para la Paz (1994), el Consejo Europeo (1996), a la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (1999) y al Consejo Conjunto Permanente OTAN-Rusia (2002). Y el argumento se vuelve francamente ofensivo si uno recuerda la escrupulosidad con que Occidente se ha refrenado, desde la caída del Muro, de apostar fuerzas militares extranjeras en la ex Alemania Oriental y de desplegar misiles de largo alcance en Polonia que pudieran molestar a Moscú, mientras que en el momento mismo en que se le vendían a Moscú naves Mistral se les cerraban las puertas de la OTAN a Georgia y Ucrania.
Resumiendo: en Ucrania, Europa enfrenta una decisión que no eligió, por decirlo de la manera más liviana posible. Y de cara a esta crisis cuidadosamente orquestada por el Kremlin, Europa podía elegir entre dos actitudes posibles.
Bien podía echarse atrás y ceder terreno a los partidarios de "Eurasia" -una idea concebida y presentada como una alternativa geopolítica e ideológica a la UE-, y así entregar su honor, perder su alma y envalentonar a las fuerzas que desde adentro y fuera de la Unión sólo se proponen ver el derrumbe de Europa. O bien podía reaccionar y hacer frente a la amenaza que pone en riesgo el sueño de paz duradera de los filósofos kantianos, un sueño llevado a cabo por los fundadores de Europa, y salir con determinación al rescate de la nación ucraniana, que se ha convertido en centinela de la Europa democrática.
Gracias mayormente a Francia, Europa eligió el segundo camino. Fue una decisión sabia, siempre que no perdamos de vista que la vía diplomática, aún siendo la más deseable, no es obviamente la única, y que si no podemos detener a Putin, tal vez debamos darle al presidente ucraniano los medios militares que necesita para que pueda defender a su país.
Traducción de Jaime Arrambide
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