Punto de inflexión: tal vez Afganistán marque el fin del liderazgo incuestionable de EE.UU.
La desazón de los aliados europeos expone como está cambiando el rol de Washington en el mundo
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WASHINGTON.- “Lo digo bien claro y a lo bruto: esto es una catástrofe”, dijo ayer ante el Parlamento Europeo el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell. Sus palabras reflejaban la desazón generalizada de los políticos y estrategas de Europa por la fulminante ocupación de Afganistán por las fuerzas talibanas, y por el retiro militar de Estados Unidos que la precedió.
Muchos de los socios europeos de Estados Unidos en la OTAN habían invertido considerables recursos humanos y financieros en la guerra y el proyecto de construcción de país liderado por Estados Unidos en Afganistán, aunque en menor escala que lo invertido por Washington. Para algunos, participar de la misión liderada por Estados Unidos era como una cucarda de prestigio de la pos Guerra Fría.
Pero ahora los europeos ven desvanecerse con horror los frutos de su esfuerzo, y en el lapso de unos pocos días. De otro lado del charco, la desafiante Casa Blanca hizo una defensa “cerrada” de su decisión, con poca autocrítica sobre su responsabilidad en las caóticas escenas que se vivieron en Kabul.
“Digo esto con gran pesar y con espanto por lo que está pasando, pero el retiro prematuro de tropas fue un error de cálculo garrafal y de largo alcance de la actual administración norteamericana”, le dijo Norbert Röttgen, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Parlamento alemán a la revista Politico. “Todo esto daña las bases de la credibilidad política y moral de Occidente.”
Todo esto daña las bases de la credibilidad política y moral de Occidente
Su contraparte británica, el parlamentario conservador Tom Tugendhat, describió la implosión del gobierno afgano y el fulgurante ascenso talibán como un revés histórico. “Afganistán es el mayor desastre de política exterior desde Suez”, tuiteó Tugendhat en referencia a la crisis de 1956 por el control del estratégico canal de Egipto, que para algunos historiadores marcó la defunción del Imperio Británico. “Tenemos que repensar cómo tratamos a nuestros amigos, quiénes importan y cómo defendemos nuestros intereses”.
Y eso puede incluir reevaluar el rol de Estados Unidos. Tobias Ellwood, otro parlamentario conservador británico, que preside la Comisión de Defensa de la Cámara de los Comunes, cuestionó la insistencia de Biden en que su gobierno había puesto “de vuelta” a Estados Unidos en el escenario mundial después de las disrupciones y el nacionalismo mezquino de la era Trump. “¿Cómo pueden decir que Estados Unidos ha vuelto si nos derrota una insurgencia que apenas tiene lanzagranadas, minas terrestres y fusiles Kalashnikov?”, le dijo Ellwood a la periodista Liz Sly.
En Washington, gran parte del establishment de seguridad nacional norteamericana le apunta a la Casa Blanca. Critican al gobierno de Biden por su imprevisión ante el veloz avance talibán y por sus desmesurados deseos de avanzar con el retiro de tropas a pesar de las advertencias de los servicios de inteligencia y del Pentágono. Dicen que no debería haber confiado tan ingenuamente en el proceso político iniciado por el gobierno de Trump con los talibanes, que soslayó deliberadamente la debilidad del gobierno de Kabul. Y que tampoco debería haber sido tan autocomplaciente con los preparativos de la evacuación de los ciudadanos norteamericanos y sus aliados afganos, para no parecer ahora tan indiferente a la penosa situación en que quedaron los afganos tras el ingreso triunfal de los talibanes en Kabul.
Para Biden, sin embargo, parece que la cuestión de la “confiabilidad” de Estados Unidos en Afganistán no es la principal prioridad. “Mi padre solía decir: si para vos todo es igualmente importante, entonces nada te parece importante”, dijo Biden en una entrevista con ABC News, esta semana, donde explicó que el centro de gravedad de las amenazas terroristas ya no estaba en el país que incubó los atentados del 11 de Septiembre de hace 20 años. “Por eso tenemos que hacer foco allí donde la amenaza es mayor”.
Según Biden, eso incluye mantener la extensa y mayormente clandestina red de operación de contraterrorismo que tiene Estados Unidos desde Asia Central hasta África Occidental. Pero al mismo tiempo implica retirar a Estados Unidos de su al parecer interminable esfuerzos de contrainsurgencia y construcción nacional en Afganistán, que no redundó ni en una gobierno afgano estable ni en una fuerza militar afgana cohesionada. Por el contrario, y como los demuestran documentos internos del gobierno norteamericano, la presencia de Estados Unidos habilitó una cleptocracia sumida en la corrupción.
“La dramática desagregación del ejército afgano solo expone la putrefacción que cundía en los pasillos del poder de Kabul”, escribió Vanda Felbab-Brown, de la Brookings Institution. “No me extraña que el pueblo afgano confiara tan poco en su gobierno, y menos me extraña que las ciudades se hayan ido rindiendo una detrás de otra a los talibanes.”
Apoyo ciudadano
Sin embargo, a pesar de la decepción de los aliados extranjeros y el escepticismo de los gurúes de Washington, la Casa Blanca parece contar con apoyo fuera de los círculos del poder. Según una nueva encuesta de AP-NORC, seis de cada 10 norteamericanos creen que la guerra en Afganistán no vale la pena. La encuesta también revela que hay más estadounidenses preocupados por las amenazas extremistas nacionales internas que por las que se originan fuera del país.
Por eso Biden y sus aliados insisten en la idea de una “política exterior para la clase media”, ligada a una especie de populismo de construcción nacional dentro de Estados Unidos. Para los críticos, la derrota en Afganistán tal vez sea como la partida de defunción de la noble retórica de Biden sobre los derechos humanos y la democracia, con Estados Unidos de brazos cruzados mientras los talibanes se abocan a revertir dos décadas de avances para las mujeres y niñas afganas. Pero los defensores del retiro de tropas pueden retrucar diciendo que Estados Unidos puede hacer más por el avance de la democracia liberal en el mundo si reenfoca su agenda, se planta frente al autoritarismo de China, y trata de restañar las heridas de una sociedad profundamente polarizada a nivel interno.
Punto de inflexión
En un ensayo para The Economist, el historiador y teórico político de la Universidad de Stanford Francis Fukuyama sugirió que los horrores que se vieron en Kabul pueden marcar “un importante punto de inflexión en la historia mundial, el momento en que Estados Unidos se alejó del mundo”. Pero en realidad, continúa Fukuyama, “el fin de la era norteamericana había llegado mucho antes”.
La guerra en Afganistán tuvo lugar durante un delgado período de hegemonía incuestionable de Estados Unidos en el escenario global. Tal vez esa era haya terminado del todo, y el liderazgo de Estados Unidos está girando para enfrentar una nueva época.
“La fuente de la debilidad y la decadencia de Estados Unidos a largo plazo son más de orden interno que internacionales”, escribió Fukuyama. “El país seguirá siendo una gran potencia durante muchos años, pero su influencia futura dependerá menos de su política exterior que de su capacidad para solucionar sus problemas internos”.ß
Traducción de Jaime Arrambide
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