¿Puede ser Brasil el próximo estallido de la región? Por ahora parece que no
Esta columna fue publicada originalmente en Americas Quarterly. El autor es su editor general y vicepresidente de la Americas Society and Council of the Americas
BRASILIA.- "¿Puede pasar también acá?"
Esa es la pregunta que escuché en boca de todos durante mi reciente viaje a Brasil: si las violentas protestas que vemos en Chile, Bolivia, Ecuador, y ahora también en Colombia, pueden extenderse también al territorio brasilero. En algunos círculos, la paranoia es enorme. Un funcionario de gobierno me dijo que algunos agricultores del estado fronterizo de Mato Grosso se están armando por temor a una invasión de "agitadores" de Bolivia que les prendan fuego a sus cultivos. Eduardo Bolsonaro, diputado e hijo del presidente, reflotó la posibilidad de invocar un infame decreto de la época de la dictadura que, entre otros abusos, permitiría el arresto indefinido de los disidentes "si la izquierda se radicaliza". Tras la indignación que generó su propuesta, Bolsonaro Jr. tuvo que desdecirse.
Entonces, ¿puede ocurrir o no?
Si algo hemos aprendido de la ola de protestas que arrancaron a principios de octubre, es a ser humildes. Prácticamente nadie vio venir lo de Chile, por ejemplo. Hay algo flotando en el aire en estos últimos meses de 2019, y no solo en América Latina. La mejor estrategia es mantener la mente y los ojos bien abiertos.
Hecha esa salvedad, no sentí que Brasil fuese un país a punto de explotar. De hecho, me pareció más tranquilo y menos inflamable que en otros momentos de los años recientes. Pasé una semana de visita en Brasilia, Río de Janeiro y San Pablo, y hablé con unas 120 personas de todo tipo, desde barrenderos y banqueros hasta funcionarios de gobierno, militares retirados y clientes de una panadería de Mooca, un barrio paulista de clase trabajadora. No pretendo que esta sea una encuesta científica o totalmente representativa, pero sí traté de hablar con gente de derecha, de izquierda, y de todo lo que hay en el medio, porque ese tipo de corte transversal ha demostrado ser útil en el pasado.
Como eje ordenador de mi relato y breve pantallazo de la situación en Brasil en noviembre de 2019, he elegido cinco frases que escuché durante mi visita y que por un motivo u otro me impactaron:
1-"Por el momento, Bolsonaro es lo que hay"
Si uno se deja guiar por lo que se dice en Twitter, en Brasilia y en los medios de comunicación, Brasil parece un país profundamente polarizado, donde todo el mundo está obsesionado con la política y las escaladas de insultos son imparables. Los seguidores de Bolsonaro se embarcan diariamente en su fantasía de reescribir los manuales escolares o purgar la Suprema Corte, mientras que desde su liberación de la cárcel, el 8 de noviembre, el líder opositor y expresidente Luiz Inácio Lula da Silva recorre el país con numerosos actos en los que insta a sus partidarios a seguir el ejemplo de Chile. El expresidente Fernando Henrique Cardoso, de 88 años, me dijo: "Este país está dividido desde 1964", año del último golpe militar.
Puede ser. Pero fuero de los círculos politizados, escuché mucha menos bronca y divisiones que en 2016 y 2018, cuando Brasil atravesaba la agonía de un juicio político y una elección, respectivamente, en medio de la peor recesión de la historia del país. Hoy la sensación es distinta. La frase que elegí fue la respuesta que me dio, con más resignación que desdén, un vendedor jubilado cuando le pregunté por Bolsonaro. "Todo es un lio, pero al menos no está empeorando", es la frase que escuché en numerosas versiones. Mi sensación es que después de seis años de crisis casi permanente, muchos brasileros están cansados y se aferran a cualquier viso de normalidad.
Eso no es lo mismo que decir que están contentos, ni con su país ni con el gobierno. De hecho, según una encuesta de Ibope de fines de septiembre, apenas el 44% aprueba la gestión de Bolsonaro, frente a un 50% de desaprobación. Se trata del menor índice de aprobación que haya registrado Brasil para un presidente con menos de un año en ejercicio. Pero sigue siendo considerablemente más alto que el de los presidentes de Chile (25%), Colombia (25%), y Ecuador (24%), cuando estallaron las protestas. La encuesta de Ibope también revela que el 37% de los brasileros espera que el resto del gobierno de Bolsonaro sea "bueno" o "excelente", mientras que otro 27% cree que será "regular". Sólo un 31% espera que sea "malo" o "muy malo".
2-"Todos estamos con miedo."
La frase me la dijo un miembro de la sociedad civil en Río de Janeiro, y refleja una realidad muy diferente: el terror absoluto que siente las minorías, los brasileros más vulnerables, los intelectuales, los periodistas y tantos otros que se oponen, o se interponen, a la agenda de gobierno de Bolsonaro.
Ese miedo se manifiesta de diferentes maneras. En las universidades, las usinas de ideas y hasta en algunos ministerios del gobierno, cunde la sensación de que quienes manejan datos duros y evidencias serán perseguidos, como ocurrió en agosto, cuando Bolsonaro echó al directo de la agencia que controlaba la deforestación de la Amazonia. Muchos que tienen contactos en el extranjero están buscando la forma de irse del país, especialmente en Río, que sigue bajo la sombra del asesinato de la concejala Marielle Franco, en marzo de 2018, y donde existe un generalizado temor a las represalias de los grupos de milicias bolsonaristas. De hecho, muchos ya se han ido. "Es un éxodo", me dijo un profesor universitario. "Y los que se quedan se autocensuran."
Para los que no tienen esa opción, el panorama es obviamente más sombrío. La famosa frase de Bolsonaro cuando era candidato, "Las minorías tienen que inclinarse ante las mayorías", ha demostrado ser un principio rector de su gobierno. La brutalidad policíaca, que Bolsonaro alentó sistemáticamente durante toda su carrera política, está en auge: en lo que va del año, la policía ha sido responsable nada más ni nada menos que del 30 por ciento de las muertes violentas que se produjeron en Río de Janeiro, en su mayoría concentradas en las favelas y barrios pobres.
Si en Brasil llega a producirse un estallido, podría surgir de estos segmentos que se sienten amenazados. Las protestas podrían desatarse en un campus universitario, en un acto sindical o político, o como reacción frente a una tragedia similar a la de la pequeña Ágatha Sales Félix, de 8 años, baleada accidentalmente por la policía de Río en septiembre. La protesta inicial sería probablemente reducido, pero el hilo conductor entre Chile y Colombia es que las autoridades entraron en pánico y dejaron que la policía y los militares reprimieran incluso las manifestaciones pacíficas, lo que a su vez enfureció a la clase media, que se volcó mayoritariamente a las calles. ¿Es imaginable que Bolsonaro y otros mandatarios afines a su mentalidad cometan el mismo error de cálculo? Enfáticamente sí.
3-"Actualmente en San Pablo no hay problemas de seguridad."
OK, esa declaración –cortesía de un taxista–, ni siquiera es cierta. Dejo constancia de que el delito sigue siendo un grave problema en San Pablo y prácticamente todas las ciudades de Brasil. Pero la exageración del taxista es reveladora: en los casi 20 años que llevo visitando este país, nunca escuché tanto optimismo respecto a una disminución de la violencia. Y de hecho, hay varias tendencias que parecen apuntar en la dirección correcta.
En los primeros siete meses de 2019, la tasa de homicidios a nivel nacional disminuyó un 22,3% frente al año anterior, según datos oficiales y considerados mayormente creíbles. Eso solo bastaría para celebrar, pero también cayeron el robo de autos (-26,1%), el robo de cargas (-23,5%), el robo de bancos (-35,8%) y hasta los ataques sexuales (-10,9%). En el estado de San Pablo, donde vive un cuarto de la población de Brasil, la tasa actual de homicidios es de apenas 6,25 cada 100.000 habitantes, la más baja que se haya registrado, comparable al promedio de 5 que tiene Estados Unidos y muy por debajo del 28 que tiene Brasil a nivel nacional. En algunas ciudades del noreste, este año también se registraron caídas del delito que rondan el 30%.
Las razones de esa caída y sobre quién puede atribuírsela han desatado una guerra aparte. Muchos expertos en seguridad dicen que la principal razón es una tregua entre las mayores bandas delictivas del país, y señalan que la tasa de homicidios hizo pico en 2017 –antes de la asunción de Bolsonaro–, y desde entonces empezó a bajar. Pero en política el "timing" es todo, y merecidamente o no, Bolsonaro obtiene sus mejores guarismos en el rubro política de seguridad: 51% de aprobación contra 45% de desaprobación, según Ibope. Eso también explicaría por qué muchos brasileros están dispuestos a hacer la vista gorda frente a la brutalidad policíaca: creen que está funcionando.
4-"La corrupción mejoró."
Otra afirmación controvertida que se escucha todo el tiempo, y no solo de boca de los fanáticos de Bolsonaro. La corrupción dominó las noticias de Brasil durante años. Arrancó con el Mensalão durante la presidencia de Lula y levantó temperatura con el escándalo del Lava Jato, en 2014. Tras años de ver arrestos de políticos y empresarios, la cosa se calmó. En una encuesta de agosto de CNT/MDA, el 31% de los sondeados dijo que "la lucha contra la corrupción" era el mejor rubro del gobierno de Bolsonaro, un 10 por ciento por encima del segundo rubro más popular, la política de seguridad y lucha contra el delito.
Muchos argumentan que con Lula y el PT fuera del poder, los fiscales y los medios brasileros simplemente dejaron hurgar en busca de escándalos. Otros señalan ciertas decisiones de Bolsonaro, como la designación de un procurador general "alineado" (en palabras del propio presidente), las reformas de la cúpula de la Policía Federal y de la agencia tributaria, y la neutralización de la agencia antilavado, que tomadas en conjunto socavan gravemente la lucha contra la corrupción. Flávio y Carlos, dos de los hijos de Bolsonaro, tal vez aún los espere un "día del juicio" por una amplia variedad de escándalos que, de demostrarse, salpicarían al presidente. (Ellos niegan todas las acusaciones.)
El tiempo dirá si la menor corrupción sigue siendo percibido como un rubro fuerte de su gobierno. Pero hay que decir que ningún otro tema empujó a tantos brasileros a las calles en estos años como la corrupción. Y si siguen percibiendo avances, es probable que muchos no quieran cambiar.
5-"¿Quién va a comprar lo que produzco?"
Finalmente, esta frase que me dijo un empresario de la industria del juguete de las afueras de San pablo, y que captura lo que está ocurriendo con la economía brasilera.
Hay algunas buenas noticias: la inflación se desaceleró a apenas un 2,7%, lo que a su vez permitió bajar la tasa de interés a sus mínimos históricos. En el segundo trimestre la inversión se recuperó, mientras que desde marzo, el desempleo cayó 1 punto porcentual para ubicarse por debajo del 12%. Pero alrededor de 2/3 del reciente crecimiento del empleo ha sido en el sector informal, y la mayoría de las empresas simplemente se niegan a crear nuevos puestos de trabajo.
¿Qué los frena? Sobre todo, la desconfianza, que en gran medida emana de Brasilia. Es cierto que la reciente aprobación de la reforma previsional ayudó a revertir un poco el ánimo, al menos entre los dirigentes empresarios y los mercados. Pero las disputas y divisiones constantes en el seno del gobierno –ya sean los rumores de salida del Mercosur, o sobre la idea del presidente de marginar a su partido para crear uno nuevo, o los ataques a la independencia de las instituciones– espanta a muchos consumidores e inversores que se preguntan si alguna vez se volverá a cierto grado de normalidad. La confianza de los consumidores se derrumbó en noviembre por tercer mes consecutivo. El real tocó estos días su mínimo histórico, y la fuga de capitales entre enero y octubre fue de 21.000 millones de dólares, un ritmo sin precedentes.
"Veo los datos positivos, pero no veo la tranquilidad necesaria para que la gente empiece a comprar de nuevo", me dijo el fabricante de juguetes. "La pregunta que no logro contestar es esta: ¿Quién va a comprar lo que produzco?" Hasta que no pueda contestarla, no voy a tomar más personal, pero tampoco voy a despedir." En otras palabras, la economía de Brasil en 2019 está un poco como el resto del país: ruidosa, mediocre y desalentadora, mejor que los últimos años en algunas áreas, pero con pocas razones para un verdadero optimismo, tan pocas que tal vez apenas alcancen para impedir la propagación del caos.
(Traducción de Jaime Arrambide)
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