Provocador, xenófobo y antisemita: con Le Pen desaparece la figura más conflictiva de la Francia contemporánea
En la serie de desencuentros familiares y divisiones políticas, el fundador del Frente Nacional deja con su muerte un impacto indeleble en la política y la sociedad francesa
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PARIS.- El personaje más controvertido de la política francesa, Jean-Marie Le Pen, fundador del partido de extrema derecha Frente Nacional (FN), máxima expresión del antisemitismo, el racismo y la xenofobia, el hombre para quien las cámaras de gas “fueron solo un detalle de la historia”, murió este martes a los 96 años en las afueras de París.
“Rodeado por los suyos, fue llamado a Dios” en un establecimiento de salud donde había sido admitido hacia semanas, indicó la familia.
Con él desaparece, en efecto, la figura más conflictiva de la Francia contemporánea. La del “diablo de la República”, que durante 30 años logró imponer sus puntos de vista y sus provocaciones en el espacio público, asumiendo el papel de trapo rojo para la casi totalidad del espectro político. Abandonado por la política desde 2015, fecha de su exclusión del Frente Nacional —rebautizado Reunión Nacional—, el líder de una lucha radical contra la inmigración nunca dejó de dividir. Acusado de racista, xenófobo y antisemita por sus adversarios, ese coleccionista de condenas judiciales era, para sus partidarios, un transgresor de tabúes y un demoledor de cierta “policía del pensamiento”. Unos como otros coincidían, sin embargo, en admirar el talento oratorio sin igual, mezcla de erudición y truculencia, del que fuera cinco veces candidato presidencial.
Nada predestinaba, sin embargo, a ese hijo de un pescador y una costurera, nacido en 1928 en la Trinité-sur-Mer, sobre la costa atlántica francesa, a semejante destino. Después de perder a su padre en la explosión de una mina alemana cuando navegaba en las costas bretonas, el que aún se llamaba Jean Le Pen, se convirtió en “pupilo de la Nación” a la edad de 14 años. Ese estatus, atribuido a los menores de 21 años cuyos padres murieron o fueron heridos durante una guerra, un atentado terrorista o rindiendo servicios públicos, lo marcó para siempre.
“Dos veces hijo de Francia, estaba obligado a darle a las cuestiones de mi país una doble atención”, relató en el primer tomo de sus memorias.
Un despertar de la conciencia política a través de la violencia que provocará el primer acto militante en 1945: empapelar tras la liberación la fachada de la alcaldía de su pueblo con dos carteles, escritos con tinta china, denunciando las exageraciones de ciertos resistentes, ocupados en acusar de colaboración “a quien se les da la gana” y hallando placer en rapar a las mujeres. De esa época, Le Pen decía haber conservado la costumbre “de ladrar contra la jauría, en vez de con ella”.
Inicio político
Desde entonces conservó ese gusto por la contradicción y el enfrentamiento, que cultivaría durante sus estudios de Derecho en París. Si bien sobrevivía gracias a pequeños trabajos -como pescador, minero o empleado de inmobiliaria- sus dotes de tribuno le permitían federar a todo el mundo a su alrededor.
Fue sin embargo en el frente, como recluta voluntario, que el joven subteniente del 1r. batallón extranjero de paracaidistas -con más de 200 saltos en su haber- tejería lo esencial de las redes que lo acompañaron en sus futuros combates políticos. En Indochina, de 1953 a 1955, donde la caída de Dien Bien Phu le dejaría un gusto amargo contra los gobiernos de entonces. Durante la batalla de Suez (1956) y después de Argel (1957).
“El ejército Fue el único periodo de su vida en el cual habrá aceptado órdenes”, escribió su último ayudante, Lorrain de Saint-Affrique. El anuncio de la “autodeterminación” de Argelia, donde pasó seis meses bajo bandera, terminó de hacer germinar en su espíritu un profundo anti-gaullismo, acompañado de un anticomunismo tenaz, que irrigaron todos sus combates políticos.
En el general Charles de Gaulle, jefe de la “Francia libre”, Le Pen solo veía un “falso gran hombre cuyo destino fue ayudar a Francia a volverse pequeña”. Si bien se negó a adherir a la Organización del Ejército Secreto (OAS), fomentó por el contrario en 1963 un proyecto de evasión por helicóptero del teniente-coronel Jean Bastien-Thiry, condenado a muerte por haber pensado, organizado y participado en el atentado del petit Clamart, del cual De Gaulle escapó de milagro.
En 1956, Jean-Marie Le Pen entró por primera vez a la Asamblea Nacional.
“Era la primera vez que votaba. Votaba por mi y fui elegido”, relataría tiempo después. Electo con los colores del movimiento de Pierre Poujade -primer líder populista francés- del cual dirigía la rama juvenil, el diputado del Barrio Latino de París fue reelegido en 1958 bajo la etiqueta del Centro Nacional de los Independientes, antes de ser duramente derrotado, como muchos de los partidarios de la “Argelia francesa” en las legislativas de 1962. Ese fue el primer revés electoral de una larga serie.
El Frente Nacional
Su primera candidatura presidencial, en 1965, recogió 5,20% de los votos. Pero las estructuras de campaña le servirían para sentar las bases del futuro Frente Nacional. Descubierto por su desfachatez y su estilo que superaban los simples medios nacionalistas, los dirigentes del grupúsculo neofascista Orden Nuevo le propusieron en 1972 la presidencia de una nueva agrupación, destinada a ampliar su público: el Frente Nacional para la Unidad Francesa (FNUF). A los 44 años, Le Pen aceptó la invitación, aunque la boda duró poco, pues nunca aceptó plegarse a las órdenes de sus comanditarios.
Solo, aislado y sin un centavo, la providencia llegó en 1976 con la muerte de uno de sus ricos partidarios, Hubert Lambert. El descendiente de la industria cementera, antes de su muerte, había nombrado al cofundador del FN su ejecutor testamentario y único heredero. Además de una coqueta suma estimada en 30 millones de francos -unos 4,5 millones de euros-, Jean-Marie Le Pen heredó un sombrío manoir en Saint-Cloud, en las afueras de París, en el elegante dominio de Montretout, que servirá a construir su leyenda, transformándose en la sede de la dinastía.
En cuanto a la conquista de la opinión pública, Le Pen siempre tuvo un lema: insulto y provocación. Esa famosa “diabolización” de la que intentará alejarse su hija, Marine Le Pen, desde que llegó a la cabeza del movimiento en 2011. El ex diputado pujadista no ahorró jamás un solo golpe contra el “sistema” que, a su juicio, era responsable del derrumbe de Francia y de su identidad, “sacrificadas en el altar del multiculturalismo y de una inmigración descontrolada”. Fue en ese registro que los franceses aprenderían a conocer al “pirata de la República” que, hasta los años 1980, llevó un parche negro sobre el ojo derecho después de haber perdido la vista durante un acto en la campaña presidencial de 1965.
Gracias a sus provocaciones destiladas en los medios, el FN registró sus primeros escores de dos cifras en las cantonales de 1982. Pero Le Pen se quejaba de que el entorno del entonces presidente socialista François Mitterrand no le daba acceso a la radio y la televisión del Estado. Inteligente, Mitterand respondió favorablemente y lo hizo invitar a un programa visto por todos, “20 horas”. El futuro eurodiputado exigió entonces el fin de la inmigración, el restablecimiento de la pena de muerte, preconizó “la preferencia nacional”, el referendo de iniciativa popular y una política proteccionista. Los partidos de izquierda se indignaron y la asociación SOS Racismo vio la luz, apoyada por la izquierda. Pero el engranaje estaba lanzado.
Desde entonces, el FN no cesó de crecer: 35 diputados en las legislativas de 1986 y cuatro millones de votos en la primera vuelta de las presidenciales de 1988 (14,38% de las boletas). Pero Le Pen había llevado demasiado lejos la provocación afirmando en la televisión que las cámaras de gas eran “un detalle en la historia de la Segunda Guerra Mundial” cuya existencia “los historiadores siguen debatiendo”. El exabrupto le valió una condena de 1.200.000 francos y la posibilidad eterna de cerrar todo posible acuerdo electoral con los partidos de la derecha republicana.
Sin embargo, no solo Jean-Marie Le Pen nunca se arrepentiría de sus propósitos, sino que siguió multiplicando los ultrajes: como cuando, bautizó a Michel Durafour, ministro de François Mitterrand, Michel “Durafour crematoire” (four es horno, en francés: horno crematorio).
En total, Le Pen recibió 28 condenas. Todas marcaron la opinión pública con la misma eficacia con que alejaron al FN del poder. Al punto, que muchos se siguen preguntando si el célebre tribuno lo deseó alguna vez. Del terremoto político del 21 de abril de 2002, provocado por su calificación a la segunda vuelta de la presidencial, quedaron esas imágenes de un Jean-Marie Le Pen alelado de sorpresa y de gravedad. Un cliché pronto olvidado, después que toda la clase política se unió contra él, y los franceses dieron el triunfo con 82% de los votos a Jacques Chirac en la segunda vuelta.
Desde aquella vez, el partido de extrema derecha solo conoció desde 1990 una tímida progresión, oscilando en torno del 15%. Cuando a los 83 años, en 2011, Le Pen cedió finalmente las riendas del FN a su hija Marine, fue consagrado “presidente de honor” del movimiento. Un traje a medida en el cual se sintió rápidamente incómodo, multiplicado entonces sus provocaciones y críticas intempestivas contra los nuevos responsables del FN y consiguiendo su expulsión en 2015.
Aunque alejado de la vida política, podría haberse sentido más que satisfecho del vertiginoso avance de su formación en estos años, que llegó a provocar la reciente disolución de la Asamblea Nacional, después de los escores obtenidos en las parlamentarias europeas. Pero tampoco esta vez el viejo patriarca habrá visto a sus herederos acceder al poder. Ese “frente republicano” que tanto odió en su época, se volvió a formar esta vez durante las últimas legislativas francesas, empujando una vez más a una mayoría de franceses a negarle a la extrema derecha las llaves del país.
Antes de que la enfermedad lo cortara casi totalmente el mundo exterior, Jean-Marie Le Pen se convirtió en testigo histórico escribiendo sus propias memorias.
“Hace años que le piden que las termine. Creo que no quería pues, hacerlo, era ser comentador de su propia vida. El, en realidad, quería seguir siendo actor el mayor tiempo posible”, reconoció Marine Le Pen en 2018.
Con más de 800.000 ejemplares vendidos, “Hijo de la Nación”, fue un enorme éxito editorial. Lo siguió el segundo tomo en octubre de 2019. En ese opus, como el zorro nunca pierde las mañas, a guisa en epílogo, Jean-Marie Le Pen concluyó con la máxima convertida en su mantra: “La vida siempre comienza mañana”.
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