Protestas y desigualdad: los disturbios y las huelgas se apoderan de los países en desarrollo
Las naciones ricas destinaron enormes recursos para aminorar el impacto, pero en el resto del mundo la crisis sanitaria se transformó en un disparador de los reclamos económicos y sociales
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LONDRES.- De Túnez y Sudáfrica a Chile y Colombia, en los países en desarrollo cunde la agitación social, como un crudo recordatorio de la desigualdad de ingresos, que durante la pandemia no hizo más que profundizarse.
Desde el año pasado, cuando se desató la pandemia, los países desarrollados destinaron enormes paquetes de ayuda económica y alivio fiscal para proteger la economía y el bolsillo de sus ciudadanos, pero los países más pobres carecen de ese poder de fuego.
Estas son algunas de las causas y consecuencias de la agitación social en el mundo en desarrollo:
1.– Agitación social en alza
Los disturbios, las huelgas generales y las manifestaciones contra los gobiernos alrededor del mundo aumentaron un 244% en la última década, según el Índice de Paz Global 2021, elaborado por el Instituto para la Economía y la Paz (IEP), que clasifica anualmente a más de 160 países según su nivel de paz social.
La naturaleza de ese malestar, sin embargo cambió: las tensiones surgen cada vez más como un subproducto del impacto de la pandemia.
“El aumento de la conflictividad social en 2020 es resultado del creciente hartazgo con las cuarentenas y la incertidumbre económica”, escribieron los autores del informe.
“Las cambiantes condiciones económicas aumentan las probabilidades de inestabilidad política y protestas violentas”, señalan los investigadores, que registraron más de 5000 hechos de conflictividad social relacionados con la pandemia entre enero de 2020 y abril de 2021.
Y no prevén que esa situación mejore en el corto plazo.
2.– El factor pandemia
Los brotes pandémicos, desde la peste bubónica en la Edad Media y la gripe española en 1918, siempre han trastocado la política, subvertido el orden social y provocado agitación.
Las epidemias dejan al descubierto o profundizan las líneas de fractura prexistentes, y según investigadores del Fondo Monetario Internacional (FMI), los países que sufren brotes epidémicos más frecuentes y graves, en promedio, también experimentar mayor conflictividad.
Philip Barrett, economista del FMI, descubrió que en un primer momento, la pandemia parece aplacar el malestar social, como se vio el año pasado, con las notables excepciones de lo que ocurrió en el Líbano y en Estados Unidos.
Pero después el riesgo de agitación se multiplica, incluido el peligro de una grave crisis política que ponga en jaque a los gobiernos, algo que típicamente ocurre en los dos años posteriores a una epidemia grave.
Túnez, cuya ya frágil economía quedó devastada del todo por efecto del Covid-19, ofrece un ejemplo perfecto: el domingo pasado, tras meses de protestas en las calles, el presidente Kais Saied echó a todos los miembros del gabinete, la mayor crisis política del país desde la revolución de 2011.
3.– Alertas y disparadores
Suele haber alertas tempranas del aumento de la agitación social.
Un factor que suele contribuir con un aumento de la conflictividad son las reformas que implican, por ejemplo, el retiro de subsidios a los alimentos o los combustibles. Otro factor puede ser el deterioro de las instituciones, como la pérdida de independencia del Poder Judicial, los ataques a la libertad de prensa o de reunión, todas cosas que contribuyen a una disidencia pacífica, dice Miha Hribernik, de la consultora de riesgo Verisk Maplecroft.
La existencia de grupos marginados, por razones raciales, políticas o religiosas, es otro ingrediente del cóctel potencialmente explosivo.
Las fatídicas protestas de julio en Sudáfrica se desataron tras el arresto del expresidente Jacob Zuma, pero muy probablemente hayan sido también el estallido de tensiones acumuladas por la pérdida de empleo a causa de la cuarentena.
“La chispa que enciende una protesta es como la gota que hace rebasar el vaso: imposible de predecir cuál será exactamente”, dice Hribernik.
4.– El impacto macro
Las consecuencias económicas dependen de los factores que impulsan el malestar y de las circunstancias específicas del país. El impacto económico de las protestas vinculadas a la política o las elecciones suele ser moderado: según cálculos de los investigadores del FMI, las manifestaciones en México tras la elección del presidente Enrique Peña Nieto en 2012 o las elecciones presidenciales de Chile en 2013 apenas produjeron una caída de 0,2 puntos porcentuales del PBI.
Pero si el motor de los disturbios es la preocupación económica, la convulsión social suele ser más grave, dice el FMI, y menciona las protestas de Hong Kong de julio de 2019 o los disturbios de los “chalecos amarillos’” en Francia en 2018.
Ambos países perdieron un punto porcentual de su PBI, según estimaciones del FMI.
“Las protestas que se generan por una combinatoria de factores socioeconómicos y políticos, como lo que se vio a principios de este año en Túnez y Tailandia, tienen un impacto mucho mayor”, dice Metodij Hadzi-Vaskov, del FMI.
Si las instituciones son débiles y hay poco espacio para el disenso político, el impacto de esas protestas se amplifica, o sea que los países que antes de la pandemia tenían cimientos débiles serán los que más sufran si el descontento se convierte en conflictividad social.
5. – Impacto en los mercados
Cuando hay protestas, las Bolsas de los países con regímenes autoritarios sufren más, con pérdidas de un 2% en los tres días posteriores a tal evento y un 4% durante el mes siguiente, según cálculos del FMI.
Tras la última crisis política en Túnez, la semana pasada, los bonos en dólares de ese país se desplomaron. En los días posteriores a las protestas que sacudieron a Sudáfrica, el rand se depreció fuertemente, y la interrupción de las operaciones de sus ajetreados puertos se sintió más allá de las fronteras sudafricanas.
Algunos gobiernos optan por calmar a los manifestantes con una inyección de más ayuda social, pero después tienen que enfrentar cuestionamientos por el aumento del déficit presupuestario. A su vez, eso conduce a mayores costos de endeudamiento: la calificación crediticia de Colombia, por ejemplo, quedo reducida a la categoría de “basura” después de la fallida reforma tributaria y las protestas.
Para Yerlan Syzdykov, director global de mercados emergentes de Amundi, a veces todo se reduce a la supervivencia o no de un gobierno.
“En los países sin cohesión social, hay que ver cómo reacciona el gobierno para frenar el descontento, o si irrumpe una fuerza política capaz de implementar cambios.”
Agencia Reuters
Traducción de Jaime Arrambide
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