Protestas en Chile: ir al supermercado se transformó en una hazaña de largas colas
SANTIAGO de Chile.- En el cuarto día de estado de emergencia, y tras otra noche con toque de queda, Santiago de Chile intenta hoy volver a la normalidad, aunque le cuesta: muchos bancos siguen cerrados, las colas en los supermercados y estaciones de servicio son larguísimas, casi todos los chicos y universitarios todavía no pueden volver a clases y solo una línea del metro funciona.
Mientras la violencia, generalmente nocturna, ya dejó quince muertos en el país –once de ellos en la región metropolitana- muchos santiaguinos volvieron esta mañana a sus trabajos en colectivos, en la única línea de subte que funciona –la 1, que funciona parcialmente-, caminando o en transporte que ponen las empresas.
"Hoy nos hicieron venir. La empresa nos da un bus de acercamiento. Tuvimos que caminar media hora para llegar porque el metro estaba cerrado. Todavía no nos han dicho nada del horario de oficina. Hay que ver qué pasa con el toque de queda", dice a LA NACION Paula Myszkowski, una argentina de 34 años que hace cinco vive en Chile y trabaja en una empresa de bebidas. Ayer, cuando pudo hacer home office, aprovechó para ir al supermercado tras el fin de semana de furia y tardó de dos horas. "Cuando salí, la fila daba la vuelta a la manzana y no te dejaban entrar", contó.
Muchas de esas personas que ayer encontraron el supermercado cerrado, y mientras las provisiones seguían bajando, fueron hoy a hacer las compras, impulsados no solo por la necesidad sino también por los rumores de desabastecimiento que volaron por las redes sociales.
Mientras las radios pasan lista de los supermercados que están abiertos y sus horarios (en general, cierran después del mediodía por temor a otra tarde de protestas), muchas personas que hoy tampoco fueron a trabajar aprovecharon para abastecerse después de un fin de semana en el que muchos decidieron quedarse adentro de sus casas por temor y casi todas las grandes cadenas cerraron sus puertas.
Dos horas de cola
Para lograr su objetivo, los compradores tuvieron que armarse de paciencia. En el Jumbo de Las Condes, un barrio acomodado de esta ciudad, sobre la avenida Bilbao, la gente empezó a hacer cola a las 6 de la mañana para asegurarse el ingreso.
El horario de hoy era de 9 a 14. Para organizarse mejor que ayer, el supermercado dispuso que los clientes hicieran largas filas en el estacionamiento –a la sombra en este día soleado y caluroso-, para mantener la calma y la reposición permanente dentro del local. A media mañana, las colas eran de dos horas para poder entrar, en un estacionamiento colmado y coordinado –como se podía- por empleados del local: "¡Vamos, avancen!", les gritaban a los clientes, que podían ingresar hasta con dos changos. Hasta los militares que custiodiaban la puerta debían evacuar las dudas de las personas que querían entender el sistema para comprar.
"Nosotros compramos los viernes y no pudimos. El fin de semana tampoco pudimos. Ayer intentamos, vinimos a las 11 de la mañana, pero ya había tanta gente ni siquiera te dejaban pasar. Nos arreglamos con lo que quedaba en casa, pero cada vez nos faltaban más cosas", contó a LA NACION Carla Sánchez, de 33 años, que hacía la cola con su marido y su hijo de tres años en el cochecito al lado del chango. Llevaban más de una hora y todavía le quedaban dos filas de colas a lo ancho del estacionamiento.
Ella y su marido trabajan cerca del Palacio de la Moneda, sede de gobierno, adonde actualmente no se puede acceder por medidas de seguridad. Por eso, ayer y hoy tuvieron día libre, aunque sus únicas actividades fuera de su casa fueron dos: hacer las comprar y llevar a su hijo a una guardia porque se sentía mal. No fue tarea sencilla. Su auto está en el taller desde el jueves, por lo que el plan era usar transporte público en estos días. La coyuntura no los ayudó. Terminaron yendo a la clínica en Uber, en un viaje con obstáculos por los cortes y protestas. "Nos demoramos una hora en llegar, en un trayecto que suele ser de 20 minutos, y el viaje nos salió muy caro", se quejó.
María Teresa Arcilla también llevó a sus hijos al supermercado. "Los chicos no se dan mucho cuenta de lo que pasa", expresó, mientras los dos niños, de unos cinco años, jugaban con celulares adentro del chango hacía una hora. Y les quedaba otra más. Aunque este fin de semana vieron gente romper fierros en su calle en el barrio de Providencia y escucharon cacerolazos y tiros al aire por parte de los militares, ellos prefieren mantenerse al margen. "De acá nos vamos directo para la casa porque no sabemos qué va a pasar a la tarde", expresó la madre, preocupada por la violencia que suele aparecer con el atardecer.
Javiera Vallejos, de 39 años, vive con su pareja en Ñuñoa, uno de los focos de las concentraciones –de las más pacíficas-, por lo que tuvieron que manejar media hora para encontrar un supermercado abierto. El fin de semana su solución provisoria fue ir a la casa de su madre. "Ella sí tenía comida", dijo, con su lista de compras en la mano.
Incertidumbre
Mientras algunos locales siguen cerrados, son muchos los que se animaron a abrir sus puertas hoy, pero siempre con incertidumbre. "Uno sabe el horario de entrada pero no el de salida", señaló la cajera de una farmacia cerca de la estación de subte Manuel Montt, fuertemente custodiada, como todas las entradas del metro. Allí empezó el conflicto la semana pasada y muchas estaciones y trenes quedaron destrozados. Se calculan pérdidas por 300 millones de dólares, además de meses de reparaciones.
Esa confusión se percibe en todo Santiago: no se sabe cuánto dura la jornada laboral, qué locales están abiertos, cuándo abrirán sus puertas los colegios o incluso si habrá toque de queda en unas horas.
"Estuvo bastante feo todo lo que vivimos. Era como una pesadilla que nunca imaginé que iba a vivir en Chile. De a poco estamos tratando a la normalidad, aunque uno no queda igual, queda un poco traumado con estas experiencias", expresó Lidia Gutiérrez Villagómez, una productora de TV de 36 años.