Protesta y desencanto: los reclamos de los jóvenes se expanden por América del Sur
Es uno de los segmentos más golpeados por el impacto de la pandemia en lo laboral, educativo y social, y en muchos países se vuelcan a las calles; crecen el descontento con las clases dirigentes y la frustración por la desigualdad
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Los jóvenes sudamericanos cargan una mochila pesada en la larga crisis desatada por la pandemia de coronavirus. Por un lado, conforman el segmento menos vulnerable al Covid-19, con un número relativamente bajo de consecuencias graves de salud comparado a los mayores. Pero, a la vez, constituyen la franja más afectada en cuanto a impacto laboral, social y educativo, lo que ha disparado reacciones en la región.
La pandemia sacó a la luz debilidades en la economía y la sociedad, que en el mercado laboral dejaron fuera del sistema a millones de jóvenes o los empujaron a tomar puestos de trabajo precarios y mal pagos.
También se redujo a su mínima expresión la calidad educativa, que en todos los países se repartió entre la presencialidad, la virtualidad y la nada misma. Millones quedaron rezagados o al margen del aprendizaje, con el cierre de escuelas más largo de cualquier región del mundo, según Unicef.
Y si los problemas son similares, en muchos casos también fueron las respuestas. Indignados con sus gobiernos, como en Colombia y Perú, los jóvenes lideran las protestas contra la clase dirigente, a la que perciben distante y desentendida de los problemas de fondo. Y también están los miles que ven en la emigración la única alternativa a la crisis de desarrollo del proyecto personal.
Colombia
Los jóvenes conformaron la primera línea de una ola de protestas nunca vistas en Colombia durante los dos meses de paro nacional. De hecho, todavía se mantienen al frente en los pequeños núcleos que resisten. Pero más allá de la violencia, el apoyo de los jóvenes a las movilizaciones confirma que hoy no se sienten cómodos en su país: ni los políticos ni la sociedad satisfacen sus demandas vitales, olvidadas durante décadas de búsqueda de la paz.
“Los jóvenes tenemos que aprender a vivir con el día a día, trabajamos en sitios donde nos pagan 2000 pesos [medio dólar] la hora, estudiar es muy, muy caro, pagar alquiler es una carrera de obstáculos, súmale los servicios públicos… Se gasta mucho más de lo que se gana, esa es la realidad de mi país, por eso aquí, casi todo el mundo recurre a los préstamos. Es como si para soñar fuera obligatorio echarse en brazos de los mercados ilícitos”, confiesa Emily Quiñones, 23 años, estudiante de Criminalística.
Las aguas no han vuelto a su cauce y todo indica que para muchos jóvenes sus demandas no tienen marcha atrás luego de dos meses que dejaron una herida profunda.
Chile
Según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas, en Chile viven 2.703.243 jóvenes de 15 a 24 años, el 13,9% de la población del país. Se trata de masa crítica que se caracterizó por décadas por su aparente apatía, pero que terminó jugando un papel clave en las transformaciones políticas y sociales que ha experimentado el país.
“Aquí los jóvenes chilenos, en su mayoría, no se quieren ir del país”, dijo Fernando Alvarado Quiroga, académico de la Escuela de Negocios y Economía de la Universidad Católica de Valparaíso. Él encabezó uno de los últimos estudios enfocados en ese segmento de la población, que reveló que un 63% tiene confianza en que una nueva Constitución puede ayudar a resolver los problemas del país.
“Muchos sienten que son parte de todo esto, que el estallido social se inició con sus reclamos por mejor salud, educación y derechos humanos. Quieren seguir siendo protagonistas de estos cambios”, añadió.
Hay otras demandas e intereses sobre la mesa entre los jóvenes chilenos, como la educación, la salud física y mental, y la situación financiera.
“Los que más busco es independencia porque acá los alquileres y los créditos hipotecarios son muy caros. Cuesta un mundo abandonar el nido. Sería bueno que Chile avanzara hacia un mercado inmobiliario más amigable”, dijo David Cárdenas de 28 años, que trabaja en una aplicación de compras en supermercados.
Brasil
La autopercepción de la felicidad de los jóvenes brasileños nunca fue tan baja, según un reciente estudio de la Fundación Getulio Vargas. Las preocupaciones que habían crecido sensiblemente con la recesión (2014-2016), empeoraron en 2020 con la pandemia.
El escenario pesimista, con un mercado de trabajo deprimido y la visión de que el futuro inmediato no traerá grandes cambios, llevó a un contingente cada vez mayor a proyectar su vida fuera del país. Un 47% de los jóvenes dejaría Brasil si pudiera.
Es el caso de Dione Marcelo, un joven que tramita su pasaporte europeo para instalarse y seguir su vida en el viejo continente.
“Necesito vivir en un país en el que habrá oportunidad de que mi hijo nazca con más seguridad y no existan estos escándalos de corrupción política”, dijo a LA NACION Marcelo, cuya esposa quedó embarazada en la pandemia.
Mientras la economía se recupera empujada por un buen desempeño del sector agropecuario, el costo de vida de los brasileños aumenta sensiblemente, con subas de los alimentos, servicios básicos y alquileres. Al mismo tiempo, el país registra un desempleo récord con casi 15 millones de desocupados, el 14,7% de los brasileños. Entre las franjas más jóvenes, esa cifra llega incluso a duplicarse.
La tasa de jóvenes que no trabajan ni estudian saltó a 25,5% en 2020. El cuadro de desaliento lo completan las dificultades que encuentra el país para superar la pandemia del Covid-19. El país registra un promedio de 2000 muertes diarias y los sanitaristas advierten que se podría entrar en una tercera ola de coronavirus.
Uruguay
Alejandro De Barbieri es uno de los psicólogos más escuchados y leídos en Uruguay. Hace unas semanas fue convocado por el Poder Legislativo para dar su visión del impacto de la pandemia en la población.
Consultado por LA NACION, dijo que la pandemia potenció problemas en los jóvenes que se veían desde hace tiempo. “A los jóvenes los veíamos con pocas herramientas para insertarse en el mundo laboral y ya veníamos de antes con estos problemas, por lo que la desigualdad generada en la pandemia afecta mucho más”, señaló.
El especialista entiende que este fenómeno puede derivar en un factor de expulsión de jóvenes del país, porque sus demandas no son satisfechas y pueden querer otros destinos. “Vivir de tu trabajo, de hacer lo que estudiaste, es lo que da sentido a tu vida; si eso no lo encuentra, puede querer buscarlo en otro país”, dijo Barbieri.
Por su parte, el director del Instituto Nacional de la Juventud de Uruguay (INJU), Felipe Paullier, dijo que “el alejamiento de los centros educativos, la imposibilidad de reunirnos socialmente y la incertidumbre propia de este escenario han tenido gran repercusión en todos los jóvenes de nuestro país”.
“Los expertos son contundentes al remarcar las consecuencias que el aislamiento social de estos meses y en particular la lejanía de las comunidades educativas ha tenido sobre adolescentes y jóvenes, con un aumento de las consultas por trastornos de ansiedad y síntomas depresivos”, señaló.
Sin embargo, la pandemia demostró al mismo tiempo “la capacidad transformadora de la juventud”, dijo Paullier, y destacó que “son numerosas las iniciativas a lo largo de todo el país en las que jóvenes impulsan con el voluntariado apoyos alimentarios en zonas de contexto vulnerable, acompañamiento psicológico y herramientas para el apoyo intergeneracional”.
Venezuela
Venezuela ya rompía a principios de 2020 todos los récords negativos por obra y gracia del colapso nacional provocado por la revolución bolivariana. La pandemia no hizo otra cosa que profundizar la multicrisis, en especial para los jóvenes que, en su mayoría, se ven obligados a sobrevivir aguzando el ingenio o a emigrar pese a las dificultades que también supone. ¿Consecuencias? Mayor frustración.
“La mayor demanda de los jóvenes estudiantes es poder estudiar, porque básicamente es imposible con las universidades públicas totalmente paradas porque no han podido migrar a la virtualidad. Se ha hecho cuesta arriba. La otra demanda, como la gran mayoría del país, es tener un trabajo que les permita sobrevivir ante la idea de que Nicolás Maduro siga en el poder”, dijo a LA NACION Jorge Barragán, dirigente estudiantil de la Universidad Central de Venezuela (UCV).
Pese a la migración masiva de jóvenes, que suman 3,5 millones (en torno al 60% de los seis millones de venezolanos que huyeron del país), ellos siguen formando la primera línea de los que se oponen al régimen de Maduro. Eso sí, también copian a sus mayores, atomizados en muchos grupos y divididos en distintas dirigencias.
Paraguay
Los jóvenes paraguayos transitan una actualidad marcada por la pandemia que afectó en gran medida las posibilidades educativas, sacrificadas en aras de la economía.
Paraguay es el país de la región con menor caída del PBI el año pasado, apenas un 0,6%. “Pero eso se logró también gracias al esfuerzo de un enorme número de jóvenes que se vieron obligados a relegar en parte su formación para ingresar al mercado laboral y sostener la economía familiar”, explicó a LA NACION el exviceministro de Educación paraguayo Robert Cano.
Además, como experto en educación, Cano destacó que la escuela en Paraguay aún debe dar un gran giro respecto de las capacidades en las que forma a los chicos.
““Nosotros seguimos insistiendo con el conocimiento enciclopédico y ponemos el foco en la pura enseñanza de matemáticas, ciencia o lengua. Y la pandemia nos mostró que ellos van a vivir en un mundo donde la constante es el cambio y la incertidumbre. Por eso, la escuela debería formarlos mejor para que desarrollen las llamadas ‘habilidades blandas’: la inteligencia emocional, la creatividad, la empatía, el trabajo colaborativo o la tolerancia. El coronavirus recordó a los jóvenes y a la humanidad que somos vulnerables y que necesitamos más de estas habilidades”, señaló Cano.
La pandemia y las falencias de la escuela para acompañar el proceso de los jóvenes produjo en ellos un fuerte impacto psicológico. “Según una encuesta que hicimos, más del 80% de los chicos sufre estrés y ansiedad por la pandemia”, señaló Matías Ocampo, de 18 años, vocero de la Unión Nacional de Centros de Estudiantes (Unepy).
Ocampo está todavía impactado por el reciente suicidio de un compañero de escuela en el departamento de Ñeembucú, ciudad de Pilar, donde él vive. “El encierro nos hace muy mal, especialmente a aquellos que ya tienen tendencia a la depresión o problemas psicológicos”, señaló.
Bolivia
Si cada país atraviesa la pandemia de manera diferente según sus propias características, el caso de Bolivia está marcado por el alto porcentaje de población rural, de casi el 40%.
“En Bolivia solo el 18% de los chicos tiene acceso a una computadora, y hay vastas áreas del país que no tienen acceso a internet. Tenemos un satélite propio, pero su alcance no llega a áreas rurales. Eso condiciona mucho el pase de la presencialidad a la virtualidad de las clases. Son chicos que están quedando fuera del sistema educativo”, explicó la politóloga Adriana Rodríguez Rengel.
La experta coincidió con el reporte de la Cepal que señala que por la pandemia Bolivia retrocedió 20 años en términos de desigualdad. “Los quintiles de población más pobre tienen ahora muchas más dificultades para acceder a la educación y el empleo, lo que generó también un aumento de la economía informal, que hoy ronda el 80%”, dijo Rodríguez Rengel.
Otro aspecto que impactó en los jóvenes bolivianos en relación con el confinamiento es el incremento de la violencia doméstica. “Hasta 2019, los casos anuales de feminicidios en todo el país apenas llegaban al centenar. Pero en 2020 hubo 113 casos registrados, aunque probablemente el número es aún más alto. Eso afecta directamente a muchas jóvenes, también a los chicos que quedan huérfanos, y a las perspectivas futuras como sociedad”, indicó la experta boliviana.
Perú
Como en otras latitudes, los jóvenes peruanos vieron complicarse sus estudios, demorar su ingreso al mercado laboral y perder los precarios empleos que tenían.
Cerca del 20% de los universitarios dejaron sus estudios en 2020, el doble que en años anteriores. Entre la deserción escolar y el desierto de empleos, quienes no estudian ni trabajan pasaron del 19% en 2019 al 45% en la actualidad.
Por eso, fueron los jóvenes quienes se rebelaron con más energía contra la clase política, en noviembre del año pasado, en el marco de la lucha de poder entre el Congreso y el Ejecutivo que hizo caer al presidente Martín Vizcarra.
“Era ilógico que sacaran al presidente en plena crisis sanitaria. Después metieron a otro, que era el presidente del Congreso, y que era más corrupto”, dijo a LA NACION Luz Pilar Panta, estudiante de administración, de 24 años.
Panta está por recibirse en tres meses y está haciendo las pasantías obligatorias que le exigen para el título. Son muchos los que en esas circunstancias cobran menos dinero y trabaja más horas de lo que corresponde.
Con pocas perspectivas, son muchos los que siguen adelante, perseverando, aferrados a sus estudios y sus trabajos, si los tienen.
Pero también están quienes, cansados y sin horizonte, se van del país en busca de nuevas oportunidades.
“Conozco varias personas que se están yendo del país, obviamente ya tienen los recursos para hacerlo y se van. Pero para sacar solamente el pasaporte te dan cita para el otro año, enero o febrero”, dice Panta, aludiendo a un problema más: la burocracia.
Ecuador
En Ecuador se respira calma juvenil tras la batalla electoral de principios de abril. El mar de fondo, quieto tras la victoria electoral de Guillermo Lasso, es la rigidez laboral que excluyó a los jóvenes del mercado: el desempleo juvenil es casi el doble que el desempleo nacional. Mientras que el 13% nacional se encuentra desempleado, el más del 24% de los jóvenes se encuentran la misma condición.
“Además, la calidad del empleo juvenil también se deterioró. Solo dos de cada diez jóvenes reportó un empleo adecuado”, dijo a LA NACION Matías Abad, profesor de Estudios Globales en la Universidad del Azuay.
En octubre de 2019 comenzó en Ecuador el aluvión de protestas antigubernamentales, asomo de los estallidos sociales que han continuado hasta hoy en la región. “Pero aquí no vivimos una explosión social de jóvenes como en Chile o Colombia. Aquí lo que se ha visto son movimientos organizados, como los indígenas. Los jóvenes forman parte de estos grupos pero como tal no encabezaron todavía una demanda con repercusión social”, dijo Abad. El tiempo dirá cuándo se acabará la luna de miel.
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