Primavera lejana: el malestar contra Al-Sisi crece en Egipto
Los casos de represión y las protestas por la entrega de dos islas a Arabia Saudita jaquean al general que fue vivado tras el golpe a Morsi
TÚNEZ.- El retorno de las manifestaciones opositoras a las calles de Egipto confirma lo que numerosos analistas vienen observando desde hace meses: la erosión de la popularidad del mariscal Abdel Fatah al-Sisi, al que ovacionaron millones de personas cuando ejecutó un golpe de Estado contra el presidente islamista Mohamed Morsi en 2013.
En abierto desafío al riesgo de arresto y condena a la cárcel, varios miles de personas se manifestaron en el centro de El Cairo los pasados días 15 y 25 de abril. De hecho, 150 fueron condenadas a entre dos y cinco días de prisión durante el fin de semana. El detonante de las protestas fue la cesión a Arabia Saudita de dos islas estratégicas situadas en el Mar Rojo. Sin embargo, el malestar y las decepciones se han ido acumulando desde hace tiempo.
Jóvenes activistas y varios partidos laicos, así como diversos intelectuales, consideran que la entrega de las islas de Tirán y Sanafir, ocupadas por Egipto hace más de seis décadas, constituye una afrenta al orgullo nacional del país. La disidencia sostiene que las islas, clave para bloquear el acceso de Israel al Mar Rojo, representan una compensación de Al-Sisi al reino saudita por haber recibido miles de millones de euros en asistencia financiera. Sin embargo, el gobierno egipcio lo niega y asegura que las islas siempre fueron de soberanía saudita. Su control habría sido solo temporal en el contexto de los diversos conflictos bélicos con Israel.
A pesar de haber limitado el alcance de las protestas gracias a un espectacular despliegue policial, el régimen todavía no puede dar por cerrada la crisis de las islas del Mar Rojo hasta que el Parlamento no ratifique el tratado de delimitación de las aguas territoriales, en el que se recoge el traspaso de su soberanía. El procesamiento de dos periodistas que participaron en las concentraciones puso en pie de guerra a toda la profesión y mostró el riesgo de que el conflicto se agrave.
En todo caso, esta no es la única crisis del raïs, cuya estrella empezó a declinar el otoño pasado, poco después de inaugurar con grandes fastos una nueva ramificación del Canal de Suez. En septiembre, el ejército bombardeó por error un convoy de turistas mexicanos y mató a 12 personas, el enésimo golpe al malogrado sector turístico. Un mes y medio después llegaría un incidente aún más devastador para la economía del país: el accidente de un avión civil ruso en la península del Sinaí con 224 personas a bordo. Todos murieron. Al-Sisi se adentraba así en un auténtico "annus horribilis".
El siguiente golpe llegó como consecuencia de varios escándalos por abusos policiales, hasta entonces limitados sobre todo a islamistas o activistas revolucionarios. En los últimos meses, se conocieron casos de víctimas entre ciudadanos comunes: un médico brutalmente torturado por no querer falsificar un informe sobre las presuntas heridas de un policía, y un taxista y un vendedor de té asesinados de sendos disparos en la cabeza tras una discusión por la tarifa de sus servicios. Los medios se hicieron eco de estos casos, y en algunos sectores sociales se desató la indignación popular.
La siguiente estación del vía crucis del mariscal fue el brutal asesinato de Giulio Regeni, un joven investigador italiano cuyo cadáver apareció el pasado 3 de febrero con evidentes signos de tortura, una semana después de haber desaparecido. En un primer momento, las autoridades egipcias quisieron esconder los indicios que señalaban la autoría de las fuerzas de seguridad y aseguraron que se trataba de un "accidente de tráfico". Sin embargo, la cara del chico estaba tan desfigurada por las torturas, que se prolongaron durante una semana, que su madre declaró "sólo reconocer la punta de su nariz".
La falta de cooperación del gobierno egipcio terminó de convencer a la opinión pública italiana de la culpabilidad de las fuerzas de seguridad, convertidas en una máquina de torturar y matar que ahora ya ni siquiera respeta la línea roja de los extranjeros occidentales. Bajo una fortísima presión, el primer ministro Matteo Renzi retiró a principios de abril al embajador de El Cairo. Por su parte, en marzo, el Parlamento Europeo aprobó la resolución más crítica por parte de una institución occidental contra las violaciones a los derechos humanos en Egipto e instó a los Estados miembros a reducir su cooperación.
Si a todo ello le sumamos una economía que no termina de despegar, tal como había prometido Al-Sisi al asumir la presidencia, es fácil entender el por qué del declive de su popularidad. Ahora bien, bien sostenido (aún) por el ejército, y sin una alternativa de gobierno clara, no se vislumbra en el corto plazo una seria amenaza a su continuidad. Al menos, hasta las elecciones presidenciales de 2018.
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