Presos de la barbarie: las torturas dominan la vida en los centros de detención de EI
A la toma de una ciudad por los jihadistas y la imposición de códigos de conducta les sigue la captura de civiles y uniformados bajo sospecha de haber colaborado con el enemigo; son sometidos a golpizas, asfixia y el uso de picanas
SALAHADDIN, Irak.- Hassan Abdullah al-Jibouri tenía pocas esperanzas de salir vivo de los calabozos de Estado Islámico (EI) y hacía más de un mes que no veía la luz del sol. Pero a primera hora del jueves de la semana pasada oyó helicópteros. Después, disparos y gritos. De pronto, la puerta de su celda se abrió de un golpe.
"¡¿Quién está acá?! ¡¿Quién está acá?!", gritó un soldado, primero en kurdo y después en árabe. "¡Somos prisioneros!", respondieron a los gritos los compañeros de celda de Al-Jibouri, un oficial de policía de 35 años. Era uno de los 69 prisioneros de EI liberados en el operativo militar cerca de Hawija, ciudad del norte de Irak. Se trataba del primer operativo oficialmente conjunto entre las Fuerzas de Operaciones Especiales de Estados Unidos y soldados del ejército kurdo.
Como todos ellos eran agentes de policía o sospechosos de tener vínculos con los gobiernos de Irak o Estados Unidos, los ex prisioneros, musulmanes de la rama sunnita, fueron golpeados y torturados durante su cautiverio, como señalaron durante una entrevista de más de dos horas en la sede del gobierno en la ciudad de Salahaddin, en el Kurdistán iraquí.
Allí contaron los detalles de la vida y los castigos en una de las zonas que desde hace más tiempo están bajo control de EI.
Relataron que en Hawija rige un código militar draconiano y que la aplicación de la tortura que sufrieron no respondía al odio sectario ni a prejuicios xenófobos: se trata de un mundo en el que iraquíes sunnitas impusieron brutalmente su voluntad sobre otros compatriotas, también iraquíes y sunnitas.
El año pasado, cuando ocuparon el lugar, los milicianos fueron casa por casa incautando armas y dinero, según explicó Mohammed Abd Ahmed, un soldado de 35 años. A los varones sunnitas de la ciudad, ya desarmados y sin medios de subsistencia, les ofrecieron 50 dólares para unirse a las milicias terroristas.
El sistema de restricciones impuesto por EI era implacable. El código de vestimenta al que deben ajustarse los habitantes está previsto hasta el mínimo detalle: los varones, por ejemplo, deben llevar el pantalón arremangado por encima de la rodilla. También está reglamentada la posición exacta de los dedos de la mano durante las plegarias. La desobediencia o el menor descuido llaman la atención, despiertan sospechas y hasta terminan en golpizas.
Otra de las transgresiones que pueden acarrear un castigo severo es intentar abandonar el "área de control" de EI, según relata Ahmed Mahmud Mustafa Mohammad, de 31 años. Los milicianos estaban asimismo muy atentos a cualquiera que hubiese pertenecido a las fuerzas policiales o militares iraquíes, o a quien les resultara sospechoso de haber mantenido contactos con norteamericanos o con kurdos.
EI también tendría la creciente necesidad de nuevos centros de detención para albergar a los que caen bajo sospecha. Los liberados señalaron que los guardias se referían al lugar donde estaban cautivos como "Prisión 8".
Los cautivos contaron que sin mediar siquiera un interrogatorio los nuevos prisioneros eran sometidos a un metódico programa de torturas, que incluía picana, golpizas con mangueras y asfixia con bolsas de plástico hasta que se desmayaban. La comida era escasa: pedazos de pan pasados entre los barrotes.
Los prisioneros están noche y día encerrados en sus celdas, que además están atestadas: Al-Jibouri compartía la suya con 39 detenidos más. Y la tortura psicológica con el mensaje de EI era incesante. En la celda había un televisor que reproducía en continuado los videos de las decapitaciones, que los prisioneros eran obligados a mirar.
Las penurias de Al-Jibouri empezaron cuando su hermano menor, profesor de inglés, cayó bajo sospecha, fue encarcelado y le dijeron que sería ejecutado. Logró escapar, pero se vengaron capturando a Al-Jibouri, a otros tres de sus hermanos, a sus primos y a su padre, de 80 años.
Después de tenerlos encerrados una semana, todos ellos menos uno fueron liberados. La excepción fue el mayor de todos: lo mataron, como advertencia para toda la familia.
Traducción de Jaime Arrambide
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