Presión y halagos, la política de cambio de régimen del magnate
NUEVA YORK.- Poco antes de jurar como presidente, Donald Trump prometió que Estados Unidos dejaría de "derrocar regímenes extranjeros sobre los que no sabemos nada y en los que no deberíamos meternos". Y juró "terminar con este ciclo destructivo de intervenciones y caos".
Ahora, a dos años y medio de haber asumido la presidencia, Trump llama enfáticamente a derrocar un régimen, el de Venezuela, y se ocupa de limar sin descanso a otro, el de Irán. La escalada de presiones políticas y económicas de su gobierno contra ambos países -junto con una reavivada guerra comercial con China- elevó la tensión en los dos hemisferios a un nivel inédito desde que Trump juró como presidente. Ese problema no es solamente que el presidente ahora impulse políticas que antes supo denunciar, sino que todavía no ha articulado una teoría coherente que establezca cuándo Estados Unidos debe impulsar ese cambio y cuándo debe evitarlo.
Como en muchos otros asuntos de su presidencia, la estrategia de intervención extranjera de Trump es mayormente ad hoc e idiosincrásica, y está menos motivada por la ideología que por su ansia de victorias en política exterior y su confianza en sus propias habilidades para sellar acuerdos.
Trump, por ejemplo, abandonó el compromiso del expresidente Barack Obama de derrocar al presidente sirio, Bashar al-Assad. Y se mantiene cercano al líder Kim Jong-un, aunque el norcoreano haya lanzado recientemente una descarga de misiles, luego del estancamiento de las negociaciones nucleares.
Esa falta de coherencia ideológica fue aprovechada por el secretario de Estado, Mike Pompeo, y el asesor de seguridad nacional, John Bolton, dos funcionarios de línea dura con tendencias intervencionistas. Ambos llenaron el vacío dejado por Trump, con movimientos agresivos en Irán y Venezuela.
Los críticos dicen que la desconexión entre Trump y sus asesores confunde a los aliados de Estados Unidos y aumenta el riesgo de un conflicto militar que probablemente el propio presidente ni siquiera desee. Algunos dicen que su falta de convicción para derrocar a un gobierno también garantiza que Estados Unidos no asumirá la carga financiera de reconstruir Venezuela si su asediado presidente, Nicolás Maduro, finalmente se ve forzado a dejar el cargo.
"En el gobierno hay un conflicto fundamental entre el deseo de un cambio de régimen y lo que se está dispuesto a hacer para lograrlo", dice Richard N. Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores y exasesor del presidente Bush. "Esa es la contradicción de la política exterior de Trump".
Los defensores del presidente arguyen que no se distanció de la posición que asumió durante la campaña presidencial de 2016.
"En realidad, no cambió de postura, excepto que ahora pide la destitución de Maduro, que para mí más bien expresa una postura moral que una intención de derrocar al régimen venezolano a través de una intervención militar norteamericana", dice Michael N. Anton, exvocero del Consejo de Seguridad Nacional de Trump.
Sin embargo, algunos exfuncionarios dicen que la posición de Trump quedó enturbiada por las intervenciones de Bolton y Pompeo. Si bien ambos repiten que Estados Unidos no busca derrocar al gobierno iraní, Pompeo delineó 12 demandas -como la suspensión de los ensayos de misiles balísticos y el retiro de apoyo a los grupos extremistas de Yemen y Líbano- que los funcionarios estadounidenses saben que los actuales líderes de Teherán nunca respetarán.
La semana pasada le preguntaron a Pompeo si creía que el gobierno iraní podría virar hacia un comportamiento que satisficiera al gobierno norteamericano, y respondió que no. "Lo que puede cambiar es que el pueblo quiera cambiar el gobierno", dijo Pompeo. "Lo que estamos intentando hacer es crear espacio para el pueblo iraní".
Cierta vez, el propio Trump dijo que estaría dispuesto a dialogar con el presidente de Irán, Hassan Rohani. Pero en julio del año pasado también le advirtió a Rohani que si Irán llegaba a amenazar a Estados Unidos, sufriría consecuencias "de una magnitud pocas veces vista en la historia".
La misma mezcla de amenazas y halagos ayudó a llevar a Kim a la mesa de negociación en Singapur en junio pasado, para la primera de sus dos cumbres con Trump.
"La perspectiva de política exterior de Trump es que si puede forzar a esos gobiernos a sentarse a negociar, tal vez pueda hacer un gran negocio", dice Vali R. Nasr, decano de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados Johns Hopkins. "Pero su equipo no sigue el mismo guion".
"En la política exterior implementada con Irán -dice Nasr- se notan más las huellas dactilares de sus asesores que sus propias creencias y opiniones".
Traducción de Jaime Arrambide
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