El presidente entrante de Corea del Sur, Yoon Suk Yeol, promete adoptar una línea dura frente a la reciente escalada militar de Corea del Norte
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Kim Jong-un está probando las armas de Corea del Norte con renovada urgencia, mientras en Corea del Sur asume el poder Yoon Suk Yeol, un presidente de línea dura. Tras años de estancamiento en sus relaciones y después de conversaciones fallidas sobre el tema nuclear, las tensiones en la península de Corea están aumentando.
“Pensé en conseguir un hacha, pero decidí que sería demasiado difícil de llevar, así que me conformé con un cuchillo”. Sentada en un bar de cócteles con poca luz, una noche, Jenn cuenta su detallado plan de escape. Como surcoreana que vivía en Seúl, la capital, sabía exactamente lo que haría si el Norte atacaba.
Primero pensaron en las armas, luego, en el transporte: dos motos, una para ella, otra para su hermano. Sus padres viajarían en la parte trasera. De esta manera podrían cruzar el río de la ciudad rápidamente, antes de que los norcoreanos bombardearan los puentes, y, con suerte, llegar a la costa antes de que el puerto fuera destruido.
Una noche, ella y su hermano se sentaron y trazaron su ruta y acordaron que, en caso de que se tuvieran que separar, atarían cintas a los árboles como señal. Esto fue hace cinco años. En ese momento, Corea del Norte estaba probando frenéticamente misiles que, en teoría, tenían la capacidad de lanzar bombas nucleares que llegaran a Estados Unidos. Su entonces presidente, Donald Trump, amenazaba con responder con “fuego y furia”.
Jenn admite que estaba más preocupada que la mayoría. Sin embargo, los surcoreanos sintieron que esto era lo que más cercano a una guerra desde que terminara la lucha con Corea del Norte hace casi 70 años. Ahora se sienten en un momento de preocupación similar.
De la foto con Trump al fin de los acuerdos
En mayo de 2017 Moon Jae-in tomó posesión como presidente recién electo de Corea del Sur y convenció a Trump para que se reuniera con Kim Jong-un. Y lo consiguió en 2019. Era la primera vez que un presidente estadounidense en funciones se reunía con el líder de Corea del Norte. Siguió una ráfaga de cumbres históricas, lo que despertó la esperanza de que el Norte podría aceptar renunciar a sus armas nucleares y las dos Coreas harían las paces.
Previo a eso, hubo otro momento emocionante en 2018. Fue cuando el presidente Moon, hijo de refugiados norcoreanos, llegó a Pyongyang, capital del Norte, y salió a un estadio repleto agarrando la mano de su adversario, Kim Jong-un. La audiencia no sabía qué hacer, recuerda el profesor Moon Chung-in, consejero en esa época del mandatario del Sur. Les habían dicho que este hombre era su enemigo, pero ahí estaba, en su suelo, proponiendo la paz.
De repente, los 150.000 espectadores norcoreanos estallaron en estridentes aplausos. “Fue increíble verlo, fue un momento muy conmovedor para mí”, dice. Poco queda de las esperanzas de ese tiempo ahora que el presidente Moon deja el cargo. Cuando colapsó el acuerdo nuclear entre Estados Unidos y Corea del Norte en 2019, poco tiempo después de la foto de Trump con Kim Jong-un, también colapsaron las conversaciones entre las Coreas. Todo estuvo en un punto muerto desde entonces.
Mientras tanto, Corea del Norte siguió desarrollando sus armas de destrucción masiva y las está probando una vez más con una frecuencia alarmante. Solo que esta vez, la pandemia y, ahora, la guerra en Ucrania implican que los ojos del mundo están centrados en otra parte. Cuando se se le pregunta al profesor Chung-in si el gobierno fracasó, se pone a la defensiva. “¡No, no lo creo! ¿Hubo guerra?” Razona que por cinco años el gobierno de Moon mantuvo la paz durante una de las mayores crisis en las relaciones intercoreanas.
También muestra qué incentivos llevarían a Corea del Norte de nuevo a una mesa de negociaciones, pero cree que el problema es que los interlocutores del Norte regresaron en su día con las manos vacías en lo que fue una gran vergüenza para el régimen y casi con seguridad un delito punible.
Derechos humanos “debajo de la alfombra”
El presidente Moon hizo todo lo que pudo para persuadir a los norcoreanos de volver a las conversaciones, pero al hacerlo fue acusado de apaciguar a uno de los dictadores más brutales del mundo. “Cuando vi esas fotos de ellos abrazados y riéndose, sentí escalofríos en mi espalda”, recuerda Hanna Song desde su oficina en el centro de Seúl.
Su organización, el Centro de Base de Datos para los Derechos Humanos de Corea del Norte, estuvo rastreando las violaciones de derechos humanos en Corea del Nortedurante más de dos décadas. Los últimos años no fueron fáciles. Los derechos humanos son el talón de Aquiles de Kim Jong-un, explica Hanna, y dice que, en un esfuerzo por evitar que el líder norcoreano se sintiera incómodo, el presidente Moon “los barrió debajo de la alfombra”.
La organización de Hanna entrevista a norcoreanos fugitivos en Hanawon, el centro de reasentamiento donde viven durante sus primeros tres meses en el país.
Sus testimonios juegan un papel vital en la documentación de los abusos a los derechos humanos. Pero hace dos años, el gobierno de Corea del Sur les cortó el acceso al centro, lo que significa que ya no podían reunir sus pruebas. Luego, Hanna comenzó a escuchar de los fugitivos a los que presionaban para que no hablaran públicamente sobre sus experiencias en Corea del Norte.
Incluso algunos recibieron llamadas de los policías locales que tenían asignados para ayudar en su integración al nuevo país. “¿Estás seguro de que es sensato hacer esto?”, les decían. Hanna intentó desafiar al gobierno del Sur ante esta falta de información. “¿Qué vas a hacer cuando haya esta brecha entre la información y la evidencia, solo porque querías asegurarte de que Kim Jong-un no fuera humillado frente a la comunidad internacional?” preguntaba ella sin obtener mucha respuesta.
”Lo que está pasando en Ucrania es horrendo”, concluye Hanna, “pero al menos lo sabemos”. Se sabe terriblemente poco sobre la situación actual en Corea del Norte. Su autoimpuesto cierre de fronteras por coronavirus impidió que las personas y, por lo tanto, la información, salgan.
Lo que está claro es que Kim Jong-un siguió desarrollando armas nucleares, a pesar de las numerosas sanciones internacionales diseñadas para impedir que lo haga. Sus armas son cada vez más sofisticadas y peligrosas. En marzo pasado, el Norte probó su primer misil balístico intercontinental. Por primera vez desde que comenzaron las cumbres de 2018, y voló más lejos y durante más tiempo que cualquiera de sus misiles probados con anterioridad.
Una línea dura que enfurece a Corea del Norte
En la nueva etapa que ahora comienza no hay visos de que vuelvan los abrazos y apretones de manos entre las Coreas.
El Sur eligió a Yoon Suk-yeol como nuevo presidente, un ex fiscal sin experiencia política previa que habla con dureza. En una entrevista reciente describió a Corea del Norte como el “principal enemigo” de su país y prometió adoptar un enfoque de línea dura en sus escaladas militares. Solo hablará con su vecino, dijo, si Corea del Norte demuestra que se toma en serio la desnuclearización.
Pero la mayoría de los expertos ahora están de acuerdo en que Corea del Norte no tiene ninguna intención de renunciar a sus armas nucleares. Esta conclusión es previa a la guerra de Ucrania. El conflicto en Europa no hizo sino resaltar esta idea. Este contexto hace que la estrategia de Yoon de acercarse en caso de desnuclearización tiene “cero posibilidades de funcionar”, afirma Chris Green, consultor del International Crisis Group, una organización que trabaja para prevenir guerras.
Durante su campaña, Yoon llegó a decir que lanzaría un ataque preventivo contra Corea del Norte para destruir sus armas si estos daban señales de estar a punto de lanzar un ataque. Esta línea fue, durante mucho tiempo, parte de la estrategia defensiva de Corea del Sur, pero rara vez se pronuncia de viva voz. Hacerlo significa enfurecer al Norte, algo que efectivamente pasó tras las declaraciones de Yoon.
El mes pasado, Corea del Norte hizo desfilar sus misiles por las calles en su más reciente intento de demostración de fuerza. Kim Jong-un, vestido con un uniforme militar blanco, lanzó una advertencia feroz: cualquier fuerza hostil que amenazara a Corea del Norte “dejaría de existir”. Esto se interpretó, al menos en parte, como una advertencia al nuevo presidente surcoreano.
Corea del Norte estuvo desarrollando una serie de misiles de corto alcance que, por primera vez el mes pasado, insinuó que servirían para transportar armas nucleares tácticas, precisamente del tipo que podría usar en caso de una guerra convencional contra Corea del Sur.
Ahora hay señales de que está a punto de probar una de estas bombas nucleares. Pero Chris Green todavía cree que el principal objetivo de Corea del Norte es la supervivencia. “Si fuera a usar un arma nuclear, bajo cualquier circunstancia, significaría el fin del régimen, y Corea del Norte lo sabe”, explica.
En cambio, Green predice una carrera armamentista entre el Norte y el Sur, en la que ambos construirán su arsenal y lo probarán con más frecuencia. Estas acciones no deberían conducir a la guerra, pero sí a un un error de cálculo por parte de cualquiera de los bandos. Ese es el mayor peligro en este momento, piensa.
“El futuro es sombrío”
Agazapado alrededor de una barbacoa humeante en un callejón de Seúl, Lee Geon-il tintinea vasos con sus amigos y beben su primer soju (una bebida alcohólica a base de arroz) de la noche. “¿Ya sabe dulce?” bromea, refiriéndose al dicho coreano que dice que el espíritu se vuelve dulce después de un día difícil o una vida difícil. “Cualquier cosa que beba en este momento será dulce”, responde Lee Si-yeol.
Por lo general, los surcoreanos no prestan mucha atención a Corea del Norte, reconfortados por la creencia de que su objetivo real es Estados Unidos. Pero Si-yeol está a punto de comenzar su servicio militar obligatorio y, a medida que aumenta la tensión en la península, lucha por sacudirse el miedo.
“Sé que soy peculiar, pero me preocupa cuando Kim Jong-un dispara un misil”, dice. “Me preocupa que esta nueva política de línea dura que estamos adoptando pueda provocar algún tipo de conflicto”. Lee Geon-il también se preocupa. No solía hacerlo, dice, pero la guerra en Ucrania le hizo pensar que podría pasar lo mismo aquí.
Será oficial de las Fuerzas Armadas y admite que no puede imaginar tener que liderar a sus hombres en una guerra real. Pero apoya al nuevo presidente. “Necesitamos responder con firmeza cuando ellos dicen que usarán armas nucleares, la amenaza está muy cerca”. Mientras el profesor Moon Chung-in observa la oficina presidencial, reflexiona sobre su diplomacia fallida. “El futuro es sombrío”, concluye. “No puedo ver un gran avance, no en mi vida. Perdimos nuestra oportunidad”.
Hay inquietud en Seúl por lo que se avecina, ya que Corea del Norte inevitablemente pondrá a prueba los límites del nuevo gobierno y tratará de recuperar su lugar en la agenda internacional. “Me estoy preparando”, admitió en privado un ex teniente general de Corea del Sur. Puede que el mundo esté mirando a otra parte, pero Corea del Norte es cada vez más difícil de ignorar.
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