Por qué no se derrumbó el Empire State tras ser chocado por un bombardero en 1945
Poco después del final de la Segunda Guerra en Europa, un avión militar norteamericano se estrelló accidentalmente contra el edificio más alto de Nueva York y dejó 14 muertos; las razones por las cuales resistió
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La historia bien podría servir para alimentar las teorías conspirativas de quienes niegan que las Torres Gemelas cayeron en 2001 por el impacto de los aviones. Lo cierto es que el 28 de julio de 1945, luego que un bombardero B-25 chocara accidentalmente contra el Empire State Building, haciendo arder en combustible al que entonces era el edificio más alto de Nueva York, no solo no se derrumbó, sino que no sufrió mayores daños y dos días más tarde volvió a ser abierto al público.
“Hacía poco más de dos meses que los nazis habían sido derrotados en Europa y la Segunda Guerra continuaba en Asia. Por eso, la primera reacción en 1945 fue pensar en una represalia de los alemanes o de los japoneses”, recordó a LA NACION el historiador John Tauranac, autor del libro The Empire State Building.
En la misma línea, el profesor Kenneth Jackson, de la Universidad de Columbia, explicó a LA NACION que “en aquel momento, la mayoría de la gente esperaba que en pocos meses las fuerzas estadounidenses invadieran las islas japonesas, y que la resistencia fuera feroz con bajas de cientos de miles de soldados. Por eso toda la atención y las sospechas estaban en ese conflicto”.
La tragedia de aquel sábado por la mañana que dejó 14 muertos (tres miembros de la tripulación del avión y 11 personas en el edificio), guarda muchos paralelismos y algunas diferencias claves con el ataque terrorista de 2001. Ambos edificios eran en su momento los más altos de la ciudad, el Empire State con 381 metros, y la torre más alta del WTC, con 417 metros, más la antena. En julio de 1945 el B-45 se estrelló a las 9.40 entre los pisos 78 y 80. En 2001 el impacto fue a las 8.45 entre el 93 y 99 de la Torre Norte, y a las 9.03 entre el 77 y el 85 de la Torre Sur. También en ambos casos el combustible de los aviones jugó un rol fundamental en los incendios posteriores y en el daño que provocaron las llamas.
Pero las disparidades explican la magnitud de las consecuencias. El B-25 es un avión militar que tiene 16 metros de largo, pesa 9210 kilos y en sus tanques llenos caben 2500 litros de combustible. Chocó el edificio a unos 300 km/h. Mientras que el Boeing 767 mide 48 metros, pesa casi diez veces más que el B-25, y lleva una carga de unos 40.000 litros de combustible. Al momento del impacto iba a unos 790 km/h. Además, mientras el Empire State cuenta con antiguas paredes exteriores e internas de pesados ladrillos, las Torres Gemelas eran de cristal y acero, gran parte de su peso se sostenía en las columnas exteriores destruidas por los aviones, y sus divisiones internas no evitaron la expansión de las llamas.
Ambas tragedias coinciden sin embargo en haber despertado numerosas muestras de heroísmo, supervivencia y en los cambios que trajeron en la vida de la Gran Manzana.
El origen de una tragedia
La mañana del 28 de julio de 1945 amaneció con una densa niebla sobre la ciudad de Nueva York. Y aunque el teniente coronal William Smith, de 37 años, era un eximio aviador, héroe de la Segunda Guerra, nunca había piloteado un B-25. Siempre había volado el bombardero B-17 que es mucho más grande y complejo, por lo que conducir el B-25 se presentaba como una tarea más sencilla.
Esa mañana debía transportar algunos oficiales desde la base militar de Bedford, Massachusetts a Newark, New Jersey, un breve recorrido de unos 300 kilómetros. Pero toda la ciudad de Nueva York que debía sobrevolar estaba cubierta por la niebla. “El controlador de vuelo del aeropuerto de La Guardia le dio a Smith la siguiente orden: ‘Si usted pierde de vista la torre de televisión del edificio Empire State, tiene que aterrizar de inmediato’. Y, aunque la visibilidad no era buena, Smith recibió una contraorden de las autoridades militares de continuar con el vuelo, con la recomendación de observar ese edificio”, recordó Tauranac.
Totalmente desorientado por la niebla y desobedeciendo la orden de mantener la vista en el edificio más alto de la ciudad, se presume además que Smith cometió un último error fatal confundiendo ríos y referencias en tierra sobre la isla de Manhattan. En lugar de esquivar la altísima torre, se dirigió a estrellarse directamente contra ella y cuando quiso evitarla, ya fue demasiado tarde.
En el punto de impacto, donde el bombardero abrió un enorme boquete, funcionaban dos organizaciones católicas de ayuda a las víctimas de la Segunda Guerra, el National Catholic Welfare Council y la War Relief Services. El combustible quemó instantáneamente a muchos voluntarios de esas oficinas y se derramó por las escaleras y huecos de los ascensores como si fuera lava. Todos los fallecidos trabajaban en esas organizaciones. Además, uno de los motores se precipitó por el hueco del ascensor y el otro fue lanzado hacia adelante, y cayó a 270 metros del Empire State.
“Quedé aturdida”
En los relatos de ese día, Catherine O’Connor, una trabajadora del War Relief Services, recordó el horror: “El avión explotó dentro del edificio a los cinco o seis segundos. Yo quedé aturdida, tambaleándome y tratando de mantener el equilibrio. La mayor parte de la oficina se consumió instantáneamente. Recuerdo un compañero de trabajo, Joe Fountain, parado en medio de las llamas. Todo su cuerpo estaba envuelto en fuego, y yo lo alentaba a escapar: ‘Vamos, ¡Joe! ¡Vamos, Joe!”. Aunque Fountain logró salir del fuego por sus medios y abandonar el edificio, sus quemaduras fueron demasiado graves y sucumbió a sus heridas unos días después.
Al igual que lo que ocurriría 56 años después en las Torres Gemelas, al Empire State comenzaron a llegar los rescatistas del Departamento de Bomberos de Nueva York, que recorrieron heroicamente el edificio escaleras arriba, mientras la gente trataba de escapar escaleras abajo.
Tauranac, que vivía a unos 600 metros del lugar, todavía recuerda cuando a sus 6 años su madre lo subió a la azotea de su edificio, para ver el rascacielos humeante. “Una de las historias de supervivencia que más me impactó fue la de Betty Lou Oliver, una ascensorista de 20 años. Ella sobrevivió dos veces aquel día”, señaló el historiador. En el momento del impacto del B-25, Oliver estaba dentro del ascensor en el piso 80, y la explosión del avión la arrojó fuera de la cabina con graves quemaduras. Cuando llegaron los bomberos, la subieron a otro ascensor para sacarla fuera del edificio, pero el calor del incendio derritió los cables del elevador y Oliver se precipitó en caída libre hasta el sótano. “Este hecho sigue vigente como el récord Guinness de quien sobrevivió a la caída desde mayor altura dentro de un ascensor”, señaló Tauranac. Aunque sufrió heridas graves, Oliver logró sobreponerse y murió en 1999, a los 74 años.
Betty Lou Oliver,cayó 75 pisos en ascensor,desde el Empire State Building de New York(USA),en 1945.
— Rodrigo (@sociopate82) September 9, 2015
¡¡Y SOBREVIVIÓ!!😮 pic.twitter.com/PXxAg1pnq1
La tragedia del Empire State tuvo consecuencias en la vida de la ciudad de Nueva York y en todo el país.
A partir de aquel momento se subió el límite de altura para sobrevolar la ciudad, de 304 metros de altura (1000 pies) a 304 metros por encima de los edificios o puentes más altos.
El accidente también impulsó la aprobación de la Ley Federal de Reclamaciones por Agravios, que por primera vez permitió a las personas demandar al gobierno por un accidente, como si se tratase de un privado. Eso permitió indemnizar a las víctimas y sus familiares.
“No muchos neoyorquinos recuerdan hoy este episodio porque la mayor parte del edificio fue rehabilitada dos días más tarde”, señaló el profesor Jackson. “Además, en aquel momento había miles de soldados y marines en el mar rumbo al Lejano Oriente para asaltar las playas japonesas, y poco menos de un mes después estallaría la bomba nuclear sobre Hiroshima. Todo eso fue dejando la tragedia del Empire State en el olvido”, concluyó Jackson.
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