De acuerdo con la Sociedad Estadounidense de Médicos Intervencionistas del Dolor, en Estados Unidos se consume el 80% de los analgésicos opiáceos producidos en el mundo
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En las primeras dos décadas del siglo XXI, cerca de 500.000 estadounidenses murieron a causa de una sobredosis relacionada con algún opioide, ya sea ilegal o recetado por un médico, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos (CDC, por sus siglas en inglés).
En el libro “El imperio del dolor”, publicado en 2021, el periodista estadounidense Patrick Radden Keefe destaca que hoy los opioides “son la principal causa de muertes accidentales en el país”.
“Se cobran más vidas que los accidentes de tráfico, e incluso que el más prototípicamente estadounidense de los factores contabilizados: las heridas por arma de fuego”, resalta.
Radden Keefe, quien participa en el Hay Festival de Medellín y Cartagena, analiza en su obra los orígenes de esta epidemia, que fue declarada una emergencia nacional de salud pública.
El periodista investigativo de la revista The New Yorker traza los inicios de la crisis a la aparición del primer analgésico opiáceo de uso general: OxyContin, en 1996.
Su obra se centra en la oscura trama detrás de la creación y comercialización de ese popular calmante por parte de la familia Sackler, una de las dinastías más ricas de EE.UU.
Y revela cómo las agresivas estrategias de marketing que emplearon para promocionar OxyContin -una droga más poderosa que la morfina y altamente adictiva- llevaron a lo que los CDC llaman la “primera ola” de la crisis: la de los opioides recetados.
La adicción al OxyContin y a otros analgésicos opiáceos como el Vicodin y el Percocet, llevaron a cientos de miles de estadounidenses a volcarse por otro opioide, esta vez ilegal: la heroína (la “segunda ola” de la crisis).
Finalmente, muchos adictos pasaron a los opioides sintéticos, en particular el fentanyl o fentanilo (la “tercera ola” que aún continúa, y mata a unas 136 personas por día, según los CDC).
Pero la investigación de Radden Keefe revela que el éxito masivo del OxyContin no solo se debió a las inescrupulosas tácticas de los Sackler, sino que también fue clave el contexto.
Los fabricantes del analgésico -señala- aprovecharon un fenómeno que se venía gestando en el establishment médico estadounidense en esos años: una creciente obsesión por encontrar maneras de aliviar el sufrimiento causado por afecciones crónicas o menores.
“Acabó resultando muy útil el que, por la época en que los Sackler comenzaban a desarrollar el OxyContin, se estaba reconsiderando a fondo entre los médicos el modo en que se planteaba el tratamiento del dolor”, cuenta en el libro.
“Entre 1990 y 1994, el consumo de morfina en EE.UU. había aumentado en un 75%”, relata, sobre los años previos al lanzamiento de OxyContin.
“Según las estimaciones de la empresa, 50 millones de estadounidenses sufrían de alguna forma de dolor crónico, y justo ahí residía el mercado al que querían llegar”.
Evitar el dolor
De acuerdo con la Sociedad Estadounidense de Médicos Intervencionistas del Dolor, en EE.UU. se consume el 80% de los analgésicos opiáceos producidos en el mundo.
Una comisión creada en 2017 por la revista científica The Lancet para monitorear el acceso global a los cuidados paliativos y el alivio del dolor, concluyó, por su parte, que los estadounidenses reciben 30 veces más analgésicos opiáceos de lo que necesitan.
La contracara de este exceso -señaló la comisión- es que, mientras EE.UU. acapara estos medicamentos, que son los más efectivos para tratar el dolor agudo, como el que causa el cáncer o los postoperatorios, en el resto del mundo hay graves faltantes.
México solo recibe el 36% de lo que necesita. China el 16%. E India apenas el 4%.
Algunos lo llaman “la otra crisis de opioides”.
Irónicamente, esta búsqueda por evitar el dolor ha traído enorme sufrimiento en EE.UU., con una quintuplicación de las muertes por sobredosis de opioides en las últimas dos décadas, según los CDC.
Pero a pesar de que los riesgos de consumir estos analgésicos altamente adictivos son muy conocidos, los organismos señalaron en un reporte que siguen siendo muy recetados: en 2017 había tres veces más órdenes médicas para utilizar opioides que a comienzos de siglo.
¿Por qué recetan los doctores en EE.UU. una droga que ha hecho tanto daño?
¿Y por qué siguen los estadounidenses consumiendo estos peligrosos analgésicos para aliviar dolores crónicos?
Un problema “estadounidense”
En una nota titulada “Por qué los opioides son un problema tan estadounidense”, el corresponsal de la BBC en Washington Owen Amos explicó la serie de factores que confluyeron para que EE.UU. se convirtiera en una nación adicta a los analgésicos.
Médicos “cortejados”
Amos señaló que uno de los grandes problemas es cómo las farmacéuticas en EE.UU. “cortejan” a los médicos para que receten sus productos, algo que Radden Keefe describe en detalle en su libro.
Allí cuenta, por ejemplo, cómo la empresa de los Sackler, Purdue Pharma, fabricante de OxyContin, gastó US$9 millones solamente en “invitar a comer a los profesionales a los que trataba de persuadir”.
Un estudio realizado en EE.UU. en 2016 analizó el vínculo entre los médicos, las comidas gratuitas que recibían de las compañías farmacéuticas y los medicamentos que recetaban.
Encontró que recibir comidas gratuitas estaba “asociado con una mayor tasa de recetas de la marca promocionada”.
El “quinto signo vital”
Amos también se refirió al movimiento dentro del establishment médico que, en la época cuando apareció OxyContin, hacía lobby para que se le de mayor atención al tratamiento del dolor.
Amos también se refirió al movimiento dentro del establishment médico que, en la época cuando apareció OxyContin, hacía lobby para que se le de mayor atención al tratamiento del dolor.
“A fines de la década de 1990, la Administración de Salud de los Veteranos, que administra la atención médica para los veteranos militares, presionó para que el dolor fuera reconocido como el ‘quinto signo vital’”, contó.
“Esto le dio al dolor el mismo estatus que la presión arterial, la frecuencia cardíaca, la frecuencia respiratoria y la temperatura”.
En una entrevista con BBC Mundo en junio pasado, la psiquiatra estadounidense especializada en adicciones Anna Lembke dijo que ese concepto de repensar el tratamiento del dolor -que consideró “el núcleo de la agenda de marketing de las farmacéuticas”- puso mucha presión sobre los doctores.
“Primero, difunde el mensaje de que el dolor está siendo ‘subtratado’. Luego, difunde el mensaje de que los opioides son un tratamiento efectivo para todo tipo de dolor”, señaló.
“Y difunde el mensaje de que cualquier médico que no recete opioides está “subtratando” el dolor, reservándose un remedio que evitaría el sufrimiento y por lo tanto, estaba indirectamente dañando a los pacientes”.
“Estos médicos eran avergonzados”, contó.
Las aseguradoras
La investigación de Amos apuntó a otro problema estructural del sistema de salud estadounidense que ha fomentado el uso de analgésicos opiáceos: los seguros médicos.
En EE.UU. no hay un sistema de atención médica universal y las personas deben contratar su propio seguro, señaló.
“La mayoría de los seguros, especialmente para las personas pobres, solo pagan por pastillas”, le explicó la médica experta en la crisis de opioides Judith Feinberg, profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de West Virginia.
“Digamos que tienes un paciente de 45 años. Tiene dolor lumbar, lo examinas y tiene un espasmo muscular. Realmente lo mejor es la fisioterapia, pero nadie pagará por eso. Así que los médicos se preparan para sacar el talonario de recetas”, afirmó.
“Incluso si el seguro cubre la fisioterapia, probablemente necesite una autorización previa (de la aseguradora), lo que implica mucho tiempo y papeleo”, añadió.
El médico experto en adicciones Phillip Coffin, profesor de la Universidad de California en San Francisco (UCSF), señaló que algo similar ocurre con las personas que, debido a un dolor crónico que les impide seguir trabajando, quieren cobrar una asistencia económica por discapacidad.
“Para que un paciente pueda acceder al beneficio de discapacidad hay dos cosas que el médico debe hacer: diagnosticarlo y tratar esa dolencia”.
“Como los HMO (seguros médicos) no quieren pagar por tratamientos complejos para tratar el dolor, que son caros, y lo único que están dispuestos a cubrir son opioides, el médico debe recetar estos analgésicos para que el paciente pueda acceder a la asistencia económica por discapacidad”, explicó durante una conferencia sobre la crisis de opioides en UCFS en 2019.
Mal entrenados
Pero ¿por qué tantos médicos recetan opiáceos y no otros analgésicos menos dañinos?
Una de las explicaciones que halló Amos, hablando con expertos, es que muchos profesionales de la salud simplemente están mal preparados.
“Los médicos casi no han recibido capacitación en el manejo del dolor”, aseguró Richard Frank, profesor de Economía de la salud en la Escuela de Negocios de Harvard, y exfuncionario del Departamento de Salud de EE.UU.
“Hasta hace poco, había algunos conceptos erróneos bastante importantes sobre lo adictivos que son varios productos”, señaló.
Radden Keefe da cuenta de esto en “El imperio del dolor”.
Allí explica que muchos de los médicos que empezaron a recetar OxyContin creían que la oxicodona, el principio activo de ese analgésico, era “más suave que la morfina”, cuando en realidad es “cerca de dos veces más poderoso”.
El libro también señala que Purdue Pharma se aprovechó de la ignorancia de muchos profesionales no solo reforzando ese concepto erróneo, sino también convenciéndolos de otras falsedades.
Por ejemplo, que “‘menos del 1%’ de los pacientes que habían tomado OxyContin había desarrollado adicción” o que era “casi imposible que las personas con dolor crónico o grave se vuelvan adictos”.
Un problema cultural
Pero el trasfondo de la crisis de opioides -concluye Amos- es “la cultura de la medicación” que impera en EE.UU.
Está basada en dos fenómenos paralelos.
Por un lado, el alto número de estadounidenses que reportan sentir dolor, una cifra que podría estar asociada con problemas de salud como la obesidad y el sedentarismo, pero que -para muchos expertos- también refleja una alta sensibilidad o baja tolerancia al dolor, que es una experiencia muy subjetiva.
En 2019, una encuesta del Centro Nacional de Estadísticas Sanitarias reveló que el 58,9% de los estadounidenses mayores de 18 años afirma padecer algún tipo de dolor.
Otro sondeo de 2011 del Programa de Encuesta Social Internacional mostró que EE.UU. es el país con mayor percepción de dolor del mundo, superando ampliamente a naciones como Rusia, China, Francia, Sudáfrica y Chile.
A esto se suma una segunda particularidad cultural, algo que el psicólogo Keith Humphreys de la Universidad de Stanford describió como la creencia de algunos estadounidenses de que todo en la vida es “arreglable”.
Según Humphreys, si un hombre como él, de más de 50 años, va a ver a su médico y le dice que corrió una maratón que solía correr cuando tenía 30 años, pero ahora está todo dolorido y quiere que el médico lo arregle, “probablemente mi médico tratará de arreglarme”.
“Si haces eso en Francia, el médico diría: ‘Es la vida, tómate una copa de vino, ¿qué quieres de mí?’”.
Esa actitud de los estadounidenses de querer curar cualquier dolencia está potenciada por una tercera característica cultural muy propia de ese país: los comerciales que promocionan medicamentos.
EE.UU. es uno de los pocos países en el mundo que permite avisos televisivos de medicamentos que se venden bajo receta, cuenta Amos.
Esto ha llevado a las compañías farmacéuticas a invertir más de US$6.000 millones cada año en promocionar sus productos, según la consultora Kantar.
Feinberg, que es médica clínica, dijo que el resultado es que las “las personas te van a ver y dicen: ‘Vi esto en la tele, ¿puedes darme esta droga?’”, lo que supone otra presión para los médicos.
Aunque la Asociación Médica Estadounidense ha pedido que se prohíban los anuncios de medicamentos recetados, hoy se siguen permitiendo.
“Es obvio que hay una inclinación y un hábito de aliviar el dolor con opioides que no se comparte en ninguna otra parte (del mundo)”, señaló la experta.
“Otros países lidian con el dolor de maneras mucho más saludables”.
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