Por qué la ola de protestas no hace mella en el eje Venezuela-Cuba-Nicaragua
Los regímenes autoritarios de la región son inmunes a los cambios gracias a la violencia y a las estrategias que imponen contra las sociedades que se rebelaron
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CARACAS.– Una cadena de protestas masivas durante cuatro años ha confirmado que América Latina es el mayor foco de inestabilidad social y política del planeta, con diez países que enfrentaron, y lo siguen haciendo, sus propias revueltas. La caja de las truenos la abrió Venezuela en 2017, y Cuba todavía vive hoy los coletazos de la suya, que ya ha cambiado su historia.
El hartazgo ante los políticos corruptos, el desencanto ante la desigualdad y la pobreza (10% antes de la aparición del Covid-19), la desaceleración económica y los efectos colaterales de la pandemia han conspirado junto a la profundización del autoritarismo de las revoluciones, que comparten un denominador común: son “inmunes” a los cambios gracias a la represión y al terror que imponen contra las sociedades que se rebelaron.
Gracias a un plan moldeado durante medio siglo y mejorado tras los precedentes de Venezuela y Nicaragua, el gobierno cubano prosiguió con los juicios sumarísimos y ejemplares contra quienes protestaron o simplemente las fogonearon. Entre ellos figura el fotógrafo Anyelo Troya, condenado a un año de cárcel sin abogado y en sentencia conjunto con otra decena de jóvenes. El principal pecado de Anyelo es haber grabado parte del vídeo de Patria y Vida en una casa abandonada de La Habana Vieja.
“La jueza nos dictó la sentencia a todos por igual, nos dio un año de privación de libertad. Mi hijo levantó la mano, pidió permiso muy correctamente, se expresó y dijo que tenía derecho a un abogado y a ser defendido, y que no le habían dado oportunidad a nada. Vinieron enseguida arriba de él y yo dije por favor que se callara. Le pusieron las esposas y se fue caminando”, reveló su madre, Raisa González, a la agencia Reuters en un documento dramático.
Negación
Ninguna de las tres revoluciones reconocen los estallidos sociales y han trabajado a fondo para disfrazarlos, algo que todavía ocurre a diario en la isla. “En Cuba, el Estado es el dueño de la economía y de la política y por lo tanto su máximo responsable. Todo reclamo económico es directamente político. Y por si fuera poco, los lemas más empleados por la gente fueron ‘libertad’, ‘no tenemos miedo’ y ‘patria y vida’”, desmiente el historiador Armando Chaguaceda.
En el país petrolero, el paulatino derrumbe nacional provocó el primer gran estallido en 2017. “Se trató de estallidos aspiracionales, manifestaciones estrepitosas buscando el cambio político, con la población llenando las calles del país”, dice a la nacion el politólogo Luis Salamanca, que contabilizó 6729 protestas entre abril y julio de 2017, “la mayoría políticas, exigiendo la salida del régimen y elecciones democráticas”.
De nada sirvió. “El régimen se cerró en banda y reprimió brutalmente”, añade Salamanca. Dos años más tarde, el estallido era político, con Juan Guaidó a la cabeza. La represión, por supuesto, prosigue hoy.
En Nicaragua, la reforma de la seguridad social y el consiguiente estallido social, encabezado por jóvenes y estudiantes, escondía una crisis mucho más profunda. “Cuando la gente se va a la calle en un régimen autoritario lo hace porque la está pasando muy mal. Estaban angustiados por el incremento de las dificultades cotidianas, cansados de vivir en la informalidad y el desempleo, frustrados por la falta de perspectivas y la corrupción de “los de arriba”, enojados por la represión y la falta de libertades”, resume para la nacion el analista Óscar René Vargas. Tres años después, la brutal represión continúa, con cárceles llenas de prisioneros políticos.
El eje revolucionario, Venezuela-Nicaragua-Cuba, sofocó sus protestas a base de represión, algo que no consiguió el gobierno boliviano en 2019. El contagio llegó a Bolivia tras el intento de fraude electoral realizado por la revolución indígena y descubierto por la OEA. El resultado ya es historia: la caída de Evo Morales –renuncia mediante– y su exilio facilitaron el acceso al poder de parte de la oposición. Poder temporal, ya que cayeron derrotados en las elecciones de 2020 tras un año de pandemia y errores, muy parecidos a sus predecesores: arbitrariedad y corrupción (ver aparte).
Cambios en las democracias
En el resto, los estallidos trajeron grandes cambios. En Puerto Rico cayó el gobernador Ricardo Roselló, aunque las condiciones críticas persisten ante el deterioro de la situación financiera y la deuda pública. En Haití, las protestas desde 2018 lograron que ayer la oposición alcanzase el poder en el gobierno, pero con el magnicidio de Jovenel Moïse pendiente de resolución.
En Perú, el izquierdista Pedro Castillo ya es presidente electo después de que la gente enfrentara en la calle en 2019 al Parlamento y en 2020 al presidente Manuel Merino, cesado por la presión popular. “Los ciudadanos se sienten menos inclinados a votar por los candidatos del establishment, lo que amplía la brecha de representación”, sintetiza el profesor John Polga-Hecimovich.
En Ecuador, la pandemia salvó al gobierno del progresista Lenín Moreno, contra las cuerdas tras las marchas indígenas de 2019. El cambio llegó finalmente con las elecciones: el conservador Guillermo Lasso convenció al país de que había llegado la hora de unir esfuerzos y dejar atrás la “revolución ciudadana” de Rafael Correa. Y en Colombia, las protestas prosiguen tras décadas de demandas sociales olvidadas entre la guerra y la paz con la guerrilla y la enorme desigualdad. Las presidenciales del año que viene dictarán sentencia, cuando ya el país cuenta con un partido nacido directamente de las protestas, Primera Línea. Todo apunta a que apoyará al izquierdista Gustavo Petro.
Pero si hay un país donde las protestas sí han conseguido cambios sustanciales, con la puesta en marcha de un proceso constitucional, ese es Chile. Las presidenciales de fin de año completarán su nuevo rompecabezas político, tras la victoria de los candidatos moderados en las primarias.
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