Por qué la muerte de Al-Baghdadi no significa el fin de Estado Islámico
La eliminación del líder es un golpe significativo, pero no decisivo, para el grupo fundamentalista, que funciona de manera descentralizada y busca que los seguidores actúen por su cuenta
WASHINGTON.- La muerte de Abu Bakr al-Baghdadi, el líder de Estado Islámico (EI), durante una incursión de fuerzas estadounidenses revelada por el presidente Donald Trump, representa un golpe significativo para Estado Islámico (EI), la agrupación terrorista más temible del mundo. Pero los analistas sostienen que difícilmente esto paralice los intentos de EI de sembrar el miedo alrededor del mundo.
Incluso cuando Al-Baghdadi vivía, Estado Islámico funcionaba de manera autónoma. El líder exigía lealtad en torno al culto de su personalidad, pero, obsesionado por su seguridad, les había dado a sus subordinados grandes márgenes para actuar por su cuenta. De hecho, el material de propaganda de EI recalca que los líderes van y vienen, pero el movimiento permanece.
Al fin de cuentas, el fundador de EI y dos de sus sucesores fueron asesinados antes de que Al-Baghdadi tomara el liderazgo y expandiera el alcance del grupo a Medio Oriente y el resto del mundo.
En sus últimos años, el líder se aferraba a cuidados tan estrictos que al parecer no tenía contacto más que con un minúsculo grupo de personas cercanas. Sus comunicaciones con el mundo exterior eran muy limitadas, lo que según funcionarios de inteligencia norteamericanos significa que sus directivas eran esporádicas. Por lo tanto, su muerte tiene menos efectos prácticos de lo que podría parecer.
"Claro que es importante, pero la experiencia con otros grupos indica que deshacerse del líder no implica deshacerse de la organización", dice Hassan Abu Hanieh, experto jordano en grupos terroristas.
El anuncio triunfal de Trump sobre la muerte de Al-Baghdadi se produce justo cuando EI muestra signos de estar rearmando los fragmentos de su autoproclamado califato, que llegó a cubrir un gran sector de Siria e Irak, antes de ser avasallado por las fuerzas lideradas por Estados Unidos.
Pero por más que la campaña militar haya dinamitado el califato, el grupo siguió ramificándose, financiando y apoyando nuevas filiales en Afganistán, Libia, Filipinas, Nigeria, Egipto y más allá. Si bien esas ramificaciones seguían la misma ideología, operaban de forma independiente. La mayoría de esas filiales eran consideradas sobre todo como una amenaza para sus propios países, pero ahora los funcionarios norteamericanos temen que algunas, como las de Libia o Afganistán, estén evaluando atacar en Occidente.
Aunque actualmente EI pueda parecer una sombra de lo que fue, un informe reciente estimó que el grupo terrorista sigue teniendo entre 14.000 y 18.000 miembros en Irak y Siria, incluidos 3000 extranjeros. A medida que fue cambiando su estructura de mando centralizada por un modelo más difuso, también intensificó el llamado a que sus seguidores actuaran por su cuenta o en pequeños grupos, para planear y ejecutar sus propios atentados, que luego la organización se ocupaba de amplificar por las redes.
Según esa estrategia, cualquiera podía actuar en cualquier lugar en nombre de EI, lo que multiplicó la peligrosidad de la agrupación, que alentaba de manera remota los ataques realizados por seguidores que nunca habían pisado un campo de entrenamiento. Esos fueron los responsables, por ejemplo, de la matanza en una fiesta de trabajo en San Bernardino, California, y del ataque mortal del conductor de un camión en Barcelona, España.
La organización terrorista no hizo ningún comentario sobre el destino que corrió Al-Baghdadi. Los expertos sugieren que su muerte puede haber desencadenado una lucha por la sucesión entre sus subordinados. Los ataques con drones y las incursiones aéreas norteamericanas han diezmado a los altos rangos del grupo, así que no es evidente quién podría reemplazarlo. Menos de un día después de la muerte de Al-Baghdadi, uno de sus potenciales sucesores, Abu Hassan al-Muhajir, exvocero de EI, murió durante un ataque más hacia el este.
Cada vez que sus líderes perdieron la vida, en todo caso, EI logró rearmarse. En 2006, Estados Unidos mató a Abu Musab al-Zarqawi, líder de un grupo predecesor de EI, y en 2010, los norteamericanos colaboraron con Irak para asesinar al líder de EI en ese país, lo que allanó el camino para el ascenso de Al-Baghdadi y la creación de Estado Islámico, en 2013.
Los analistas advierten que si bien el grupo ha sido mayormente derrotado en Irak y Siria, pocos de los problemas que alimentaron su nacimiento han sido resueltos. Irak enfrenta una nueva oleada de protestas contra la corrupción del gobierno y la decisión de Trump de retirar a al menos parte de las tropas norteamericanas del noreste de Siria alimenta el temor de que queden liberados los seguidores de EI que están encerrados en cárceles improvisadas y en campos de prisioneros manejados por las fuerzas kurdas.
Traducción de Jaime Arrambide
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