El abrupto salto de la temperatura encendió las alarmas entre los científicos, que pronostican un aumento de 1,5° C para la próxima década; urge la implementación de políticas drásticas para reducir el impacto de la actividad humana en el planeta
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Acabábamos de disfrutar de nuestro primer fin de semana con nuestra nieta de 20 meses, Hazel, así que quizás estaba distraído.
O tal vez fue que el estar una semana desconectado de las noticias me oxidó la armadura de desapego emocional de la BBC ante la cuestión climática.
De cualquier manera, confieso que tuve un presentimiento estremecedor cuando Hazel se fue y me encontré con el “domo de calor” mortal de América del Norte en la televisión.
No se debió a que se establecieran nuevas temperaturas récord en el noroeste de Estados Unidos y Canadá. Eso sucede de tanto en tanto.
Y tampoco fue porque los récords fueron superados de forma espectacular.
El mayor récord de temperatura de todos los tiempos en Canadá era de 45º C, ocurrido en 1937 durante el fenómeno conocido como dust bowl. En ese año, el suelo reseco no logró mitigar las temperaturas.
Normalmente, máximas como estas se suelen superar por una fracción de grados centígrados. Pero este año, el récord anterior se pulverizó durante tres días consecutivos.
La última temperatura registrada en la ciudad de Lytton, el 1 de julio, fue 4,6º C más alta que el récord anterior. Las emisiones de las actividades humanas contribuyeron indiscutiblemente al aumento, incrementando la temperatura media global en aproximadamente 1,2 ° C desde finales del siglo XIX.
Y un estudio realizado la semana pasada por un equipo internacional de investigadores concluyó que sin cambio climático habría sido “prácticamente imposible” la ola de calor que abrazó el oeste de Canadá y Estados Unidos.
El grupo, que forma parte de la red World Weather Attribution, lo describió como un evento que ocurriría una vez cada 1.000 años y que sería 150 veces menos probable si no existiera la influencia humana sobre el clima.
Los climatólogos temen que se les acuse de alarmistas, aunque muchos llevan tiempo preocupados.
“El verdadero motivo de preocupación es la naturaleza extrema del registro”, dice el científico veterano Brian Hoskins. “Lo que los modelos climáticos proyectan para el futuro es lo que obtendríamos si tenemos suerte. El comportamiento de los modelos puede ser demasiado conservador”.
En otras palabras, en algunos lugares es probable que sea incluso peor de lo previsto.
Los científicos utilizan modelos informáticos para intentar adivinar el futuro comportamiento del clima de la Tierra. Pero suelen fijarse de forma general en las temperaturas globales y no de forma precisa en los récords específicos de lugares concretos.
Los científicos ahora se esfuerzan por predecir algunos de estos fenómenos meteorológicos que están tomando por sorpresa a los responsables políticos.
No son solo las olas de calor, sino también las torrenciales lluvias que provocan inundaciones devastadoras a nivel local. Los desagües se construyeron cuando nadie pensó que un gas natural e inofensivo como el CO2 podría causar estragos.
El Servicio Meteorológico Nacional del Reino Unido espera que una nueva y brillante megacomputadora sea capaz de hacer proyecciones en una escala mucho más definida, aunque algunos se muestran escépticos sobre su capacidad para hacerlo.
Mientras tanto, las temperaturas siguen subiendo y cambiando los objetivos científicos. Es más, la máxima de Canadá fue impulsada por un aumento de la temperatura global de solo 1,2° C desde los niveles previos a la era industrial.
El planeta probablemente se está dirigiendo a un aumento de margaret
en la temperatura para principios de la próxima década, y las temperaturas subirán a 2° C o más a menos que las políticas cambien radicalmente.
¿Cómo serán las cosas con un aumento de 2° C, que hasta hace poco se consideraba un nivel de cambio relativamente “seguro”?
Bryony Katherine Worthington, activista medioambiental británica y miembro vitalicio de la Cámara de los Lores, me dijo: “Los científicos ya no están preocupados, están aterrados”.
“Les preocupa que no haya un ‘aterrizaje seguro’. Estamos trabajando en base a la idea de presupuesto de carbono seguro (la cantidad de carbono que podemos emitir en la atmósfera sin alterar gravemente el clima). ¿Pero qué pasaría si no hay un presupuesto de carbono seguro?
“¿Y si el presupuesto de carbono ‘seguro’ es cero? No podemos endulzar los posibles escenarios”.
Los políticos están trabajando para evitar el peor de esos posibles escenarios, pero incluso la ex primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher, comentó a fines de la década de 1980 que hacer tal experimento con los presupuestos de carbono en nuestro único planeta era una locura.
En 1989, llamó la atención de la ONU con su advertencia de que los gases de efecto invernadero estaban “cambiando el medioambiente de nuestro planeta de manera dañina y peligrosa”.
Thatcher, quien fue investigadora química, dijo: “Es probable que el cambio en el futuro sea más fundamental y más generalizado que cualquier cosa que hayamos conocido hasta ahora. Las implicaciones son comparables al descubrimiento de la división del átomo. De hecho, sus resultados podrían ser incluso de mayor alcance”.
“No sirve de nada discutir sobre quién es el responsable o quién debe pagar. Solo lograremos resolver los problemas mediante un un enorme esfuerzo cooperativo internacional”.
Esto fue extraordinariamente profético, y sus palabras fueron aún más devastadoras al ser pronunciadas por una imponente líder mundial de derecha que no podía ser descartada como si fuese una incómoda hippy.
Si el mundo hubiera prestado atención a su advertencia en aquel entonces, ¿te imaginas dónde estaríamos ahora?
Pero la postura de Thatcher fue desafiada por los “escépticos del clima”, algunos de ellos financiados por una campaña de desinformación de décadas impulsada por parte de las empresas de combustibles fósiles.
Las naciones ricas se obsesionaron con el crecimiento económico en lugar de salvar al planeta de una amenaza hipotética, y las economías en desarrollo afianzaron su “derecho” a contaminar el aire tal como lo habían hecho las naciones ricas.
Los países ricos ahorraron el dinero en efectivo que ofrecieron a las naciones pobres para obtener tecnología limpia. Y las negociaciones internacionales fracasaron sistemáticamente en producir los cambios difíciles y radicales que Thatcher consideró necesarios.
Por fin, muchas naciones líderes están comenzando a diseñar políticas para reducir las emisiones en las próximas décadas.
No es solo el “domo de calor” lo que les preocupa. Recientemente hemos sabido de los extremos climáticos en la Antártida, el Himalaya y el Ártico.
Algunos científicos advierten que habrá áreas del mundo que se volverán inhabitables si continúan las tendencias actuales. Entonces ¿qué están haciendo nuestros líderes para mantenernos a salvo?
Los líderes están hablando de ello y, sin duda, algunos realmente tienen la intención de frenar el cambio climático. Pero las consecuencias del calentamiento global ya las hemos empezado a ver, al tiempoque las principales naciones están planeando eliminar gradualmente las emisiones para 2050.
El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dice que las emisiones de CO2 se reducirá a la mitad en esta década en comparación con los niveles de 2005. Pero los republicanos se oponen a sus inversiones propuestas en tecnología limpia.
General Motors y otras compañías han prometido vender solo vehículos de cero emisiones para 2035. Pero Biden no ha fijado una fecha para electrificar la flota de automóviles de Estados Unidos.
Además, su enviado para el clima, John Kerry, ha recibido críticas por insistir en que el estilo de vida de los estadounidenses no necesita cambiar, mientras que los expertos dicen que proteger el clima requiere de nueva tecnología y cambios de comportamiento como comer menos carne y conducir automóviles más pequeños.
E incluso hay brechas en las políticas de naciones líderes como el Reino Unido, donde el gobierno planea un programa de construcción de carreteras de £27.000 millones (unos US$37.400 millones).
Y, a pesar de que el uso del ferrocarril se ha desplomado durante la pandemia, el primero ministro Boris Johnson está destinando más de £100.000 millones al proyecto ferroviario HS2, del que nadie sabrá a ciencia cierta si será neutral en carbono sino hasta finales del siglo.
Los mundos de la tecnología y los negocios están mostrando algunos signos positivos. El costo de la energía solar y eólica, por ejemplo, está cayendo en picado. Pero estos todavía solo abastecen alrededor del 14% de la demanda total de energía del mundo, según la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA, en inglés).
Mientras tanto, una tubería de gas fracturada en el golfo de México el 2 de julio convirtió al océano en llamas. Y en Londres, un fideicomiso de inversión para industrias ecológicas no logró obtener su financiamiento mínimo y fue descartado.
En Asia está planeada la construcción de 600 nuevas centrales eléctricas de carbón, aunque es cierto que algunas los inversores se están retirando al darse cuenta por fin de que el carbón es una mala apuesta a largo plazo.
En este contexto, los multimillonarios del mundo están compitiendo para usar grandes cantidades de energía para llevar a los turistas al espacio; ese es el tipo de iniciativa que podría lidiar con el cambio climático.
Aquí está el problema: la política y los negocios están despertando frente a la crisis climática. Pero los cambios en nuestro planeta parecen ir más rápido que las respuestas de nuestra sociedad.
Parece que Thatcher tenía razón: hace décadas que necesitábamos una acción dramática.
Mañana volveré a analizar con frialdad cuestiones intrigantes de la política. Pero hoy, con Hazel en mi mente, por favor discúlpenme por esta breve visita a mi lado más emocional.
En mis más de 30 años cubriendo temas sobre el clima, siempre he tomado una perspectiva de riesgo en mis historias, porque Thatcher tenía razón al decir que planeta hay uno solo. Y quiero que Hazel y sus futuros nietos lo disfruten.
Por Roger Harrabin
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