Por qué la abstención se convirtió en un fenómeno que arrasa en las elecciones de América Latina
La negativa de los ciudadanos a ejercer su derecho al voto responde a una desafección política y a una expresión de descontento hacia las ofertas en los comicios
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Obtuvo el mayor porcentaje en las presidenciales de Costa Rica. Protagonizó la última elección de gobernadores en Chile. Representa un mal crónico en los comicios de Colombia. Las contiendas electorales en América Latina se enfrentan a un adversario común que atemoriza a los gobiernos democráticos: la abstención electoral.
La negativa de los ciudadanos a ejercer su derecho al voto representa una constante en los países latinoamericanos y sorprende en muchos de ellos por sus elevadas cifras, ya sea en elecciones presidenciales, legislativas, locales o referéndums. El abstencionismo es una señal de alarma para los políticos de América Latina, ya que “formula el escepticismo respecto de las elecciones en tanto es uno de los pilares de la democracia representativa y enmarca un grado de consentimiento con el sistema político”, define la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
“La abstención significa no sólo desafección política – que es claramente uno de los problemas número uno de las democracias liberales actuales-, sino un claro descontento hacia la oferta electoral que se presenta”, indica a LA NACION Ann Ravel, miembro del Consejo Asesor y parte de las misiones de observación de Transparencia Electoral.
En la última década, la confianza de los latinoamericanos en las instituciones electorales cayó en picada: de un 51% en 2006 a un 28% en 2018, de acuerdo a los datos del último reporte del Latinobarómetro. Este descenso corresponde a una pérdida de credibilidad de las elecciones, que ya no son vistas como un proceso limpio debido a la corrupción.
El informe más reciente de la Unidad de Inteligencia de The Economist que evalúa la calidad democrática en todo el mundo, advierte sobre una tendencia preexistente, y potenciada tras la pandemia de coronavirus, de creciente escepticismo sobre la capacidad de los gobiernos democráticos para abordar los problemas de la región y un aumento de tolerancia hacia la gobernanza autoritaria, un mal que se ve reflejado, precisamente, en los compromisos “cada vez más débiles con una cultura política democrática”.
Voto opcional y obligatorio
En el mundo hay 27 países que establecen el voto obligatorio. Doce de ellos -entre los que se encuentra la Argentina- están América Latina. Aunque el abstencionismo suele ser mayor en los países en lo que votar es opcional, “la abstención cuando el voto es obligatorio es especialmente simbólica, ya que el votante asume las consecuencias de no votar para enviar un mensaje”, explica Ravel.
En la segunda vuelta electoral presidencial del año pasado en Perú, un país en donde el voto es obligatorio, que tuvo como ganador al maestro de izquierda Pedro Castillo frente a la candidata de derecha Keiko Fujimori, de los más de 24 millones de ciudadanos habilitados para votar, solo el 74,56% se presentó a las urnas. El promedio general suele ser de 81,22%. Más de un cuarto del electorado no expresó su voto, lo que marcó el mayor registro de abstención en los últimos 20 años en el país, según información de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE).
En el caso argentino, de acuerdo al relevamiento de datos históricos oficial, la participación en los actos electorales siempre estuvo por sobre el 70%, a excepción de las PASO de las legislativas de 2021, la elección con más baja participación en donde el 67,78% del padrón votó. El informe oficial advierte que la tendencia pudo verse afectada por la pandemia de coronavirus.
En la contienda electoral que llevó a la presidencia de Costa Rica a Rodrigo Chaves el pasado 4 de abril, el Tribunal Supremo Electoral advirtió sobre un porcentaje de abstencionismo que llegó al 43,23%, muy por encima del promedio general de 36,57%. Además, en las elecciones generales en primera ronda triunfó la abstención – que también superó el 40%-, ya que ninguno de los candidatos pudo alcanzar esa cifra. El país centroamericano es otro de los casos en los que se exige el voto obligatorio, pero esto no se implementa en la práctica.
Los casos de Chile y Colombia, dos países en los que sufragar no es el obligatorio, llaman la atención por sus bajas tasas de participación que, si bien fluctúan en cada elección, no dejan de marcar porcentajes de abstención altos.
El voto es voluntario en el país vecino desde que se renovó la ley Orgánica Constitucional sobre sistema de inscripciones electorales y Servicio Electoral en el año 2012, que permitió que quienes decidan no ejercer su derecho al voto queden exentos de cualquier penalización. Antes de que se reformara la ley, las últimas elecciones de 2009 acumulaban un porcentaje de participación del 88%. Pero tras la modificación de la norma, Chile padece una abstención crónica. La elección presidencial del 2013 rompió el marcador con un 58% de abstención; en 2017 fue del 53% en primera vuelta y de 51% en la segunda, un porcentaje que decayó nuevamente en la primera vuelta de 2021, donde el ausentismo superó el 47%. La baja histórica la obtuvo la elección de gobernadores regionales del año pasado, en la que participó apenas el 19,6% de los convocados.
Los históricos comicios para elegir a los representantes de la Asamblea Constituyente de 2021 también tuvieron como ganador al ausentismo, que fue casi del 60% según las cifras oficiales del Servicio Electoral de Chile (Servel). “Una razón [que explicó la baja participación] fue que la elección pasó al mismo tiempo que hubo una ola de Covid-19. Pero al mismo tiempo, parece que la mayoría de chilenos no tienen fe en el proceso o no pensaban que era una elección tan importante. Por esa razón, los votantes de la izquierda estaban más motivados y el resultado fue un constituyente mucho más a la izquierda del votante mediano”, profundiza en conversación con LA NACION Nicolás Saldías, experto en asuntos latinoamericanos de la unidad de inteligencia de The Economist.
“Esto ha creado un problema para la nueva constitución porque la mayoría de chilenos ahora expresan que tienen un bajo nivel de confianza en los constituyentes (porque son más a la izquierda del votante mediano) y las encuestas muestran que los chilenos seriamente piensan en rechazar la nueva constitución. Es importante señalar que el referéndum para aprobar o rechazar la nueva constitución es obligatorio y en la nueva constitución chilena el voto vuelve a ser obligatorio”, agrega Saldías.
Cambio de tendencia en Colombia
El caso colombiano se asemeja a la realidad chilena. Saldías señala que el bajo nivel de participación electoral responde a “décadas de violencia rural y exclusión social de gran parte de la sociedad gracias a la guerra civil y una escasa presencia del estado en partes del país”. La tendencia comenzó a cambiar tras los Acuerdos de Paz con la guerrilla colombiana – no menor, el ausentismo en aquel plebiscito de 2016 fue del 62%-. Desde entonces, la tasa de participación aumentó de 40% en primera vuelta de 2014 a un 54% en la misma contienda en 2018. “Sin duda ha mejorado la participación electoral, pero todavía está lejos de ser una situación saludable para la democracia colombiana”, aclara el analista.
La primera vuelta de este año en Colombia, que llevó al izquierdista Gustavo Petro a disputar la presidencia el próximo 19 de junio con el outsider Rodolfo Hernández, tuvo una participación del 54,91%, la más alta en una elección presidencial desde un pico en 1998.
Diego Alejandro Rubiano, subcoordinador del observatorio político electoral de la Misión de Observación Electoral (MOE), observa los registros de esta última elección como “un aspecto positivo”. Subraya que Colombia siempre ha sido un país abstencionista al carecer de un sistema de incentivos fuertes que logren llegar a la mayoría de la ciudadanía para generar una cultura de participación.
Además, indica Rubiano, “la abstención siempre ha sido una forma de muestra de apatía con el sistema político electoral del país” que responde a “una difusión de las ideologías partidistas que tampoco apoyan a una participación electoral amplia”.
En estas elecciones, algunas ciudades colombianas tuvieron participaciones históricas, como Medellín y Bucaramanga, que bordearon el 65%, explica el analista político Miguel Jaramillo. Otros municipios evidenciaron una participación del 70-75%. “Esto estaba en juego por los dos candidatos en contienda, que son de esas ciudades, Rodolfo Hernández en Bucaramanga y Fico Gutierrez en Medellín. Pero digamos que son incrementos variables, y en la lectura de fondo hablamos de un porcentaje similar [a los registros anteriores] y una abstención que sigue manteniéndose sobre el 45%”, señala Jaramillo.
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