En la década de los 70 un investigador convenció a la Armada de Estados Unidos de realizar un experimento; aseguró que modificar la tonalidad de las paredes en las cárceles calmaría la agitación de los detenidos
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Hace unos años, una extraña tendencia comenzó a recorrer las cárceles de Europa y Norteamérica. Empezaron a pintar algunas celdas de color rosa. Se convirtió en algo tan común que, en 2014, una de cada cinco prisiones y comisarías de Suiza tenía al menos una celda de detención pintada de color rosa chillón.
La decoración no pretendía ser una opción estética ni hacer que los delincuentes millennials se sintieran más cómodos, sino poner en práctica un conocido estudio científico de los años 70.
En esa década, el investigador Alexander Schauss convenció a un centro penitenciario de la Armada de Estados Unidos para que pintara algunas de sus celdas de color rosa, con la teoría -basada en sus propios experimentos- de que el color podría influir positivamente en el comportamiento de los detenidos, calmando su agitación.
Los resultados que obtuvo sugirieron que estaba en lo cierto: un memorando redactado por la Oficina de Personal Naval afirmaba que los reclusos sólo necesitaban 15 minutos de exposición a la celda rosa para que disminuyeran su comportamiento agresivo y su violencia potencial.
Las pruebas realizadas en otros centros de detención parecían respaldar sus conclusiones y una vez que estas fueron publicadas, en 1979 y 1981, el tono que utilizó en sus estudios para cambiar el estado de ánimo de los internos -473 ml. de pintura roja semibrillante para exteriores y 4.546 ml. de pintura de látex blanca pura para interiores- se esparció por cárceles de todo el mundo.
El tono rosa -denominado oficialmente P-618, pero llamado por Schauss rosa Baker-Miller en honor a los directores del centro de detención naval en el que lo probó por primera vez- pasó a ser conocido por diversos nombres en donde se utilizó, desde “rosa tanque de borracho” hasta “rosa refrescante”.
Pero hay un solo problema: los resultados de Schauss nunca fueron replicados con éxito. “Hubo un estudio en 2015, realizado de forma adecuada y en condiciones controladas, que no encontró ninguna evidencia de que el rosa reduzca la agresividad”, dice Domicele Jonauskaite, investigadora del color en la Universidad de Viena, en Austria.
Otro estudio realizado en el Justizvollzugsanstalt Poschwies, Suiza, en el que participaron 59 reclusos, reveló que no había diferencia entre las celdas blancas y las rosas en los niveles de agresividad de los presos.
Todo al rojo
Aunque el aparente efecto tranquilizador del rosa del “tanque de borracho” es dudoso, la velocidad con la que se adoptó habla de algo profundo en la psique humana sobre el poder del color. Y, tal vez, tampoco esté tan fuera de lugar: hay pruebas de que el color puede influir en nuestro comportamiento de formas sorprendentes sin que nos demos cuenta.
Por ejemplo, algunos colores pueden servir para obligarnos a actuar: véase la investigación que compara el número de veces que una autoestopista, cuyo vehículo se averió, era recogido por los coches que pasaban. Cuando la viajera averiada -en realidad interpretada por uno de los miembros del equipo de investigación- llevaba una camiseta roja, era recogida con más frecuencia que si llevaba otros colores.
Se demostró que el rojo genera respuestas emocionales más inmediatas, aunque quizás esto se deba a lo que se conoce como la teoría de Berlín-Kay, derivada del trabajo de un par de académicos estadounidenses en la década de 1960.
En pocas palabras, descubrieron que el rojo era siempre el tercer término de color en evolucionar en los casi 100 idiomas que estudiaron, después del blanco y el negro. Cuanto más tiempo se utiliza una palabra para un color, mayor es el número de asociaciones, significados y matices que puede adquirir. De este modo, el color en sí mismo gana en impacto.
Sin embargo, muchas de las investigaciones sobre cómo el color puede afectar al comportamiento humano son contradictorias. Algunos estudios sugieren que puede influir en todo, desde el estado de ánimo y las emociones hasta la velocidad de los latidos del corazón, e incluso la fuerza física.
Se comprobó que los tonos rojos brillantes, por ejemplo, provocan un mayor estado de excitación e incluso pueden evitar la somnolencia. Los experimentos también sugirieron que las tareas monótonas, como la corrección de pruebas, pueden realizarse mejor en oficinas rojas, mientras que las tareas creativas, como la redacción de ensayos, se realizan mejor en salas azules.
Pero otros trabajos demostraron que el rojo y el azul también pueden distraer al intentar realizar tareas. Estas contradicciones llevaron a algunos investigadores a advertir que no se debe dar demasiada importancia a las afirmaciones sobre los beneficios terapéuticos y psicológicos de los distintos colores, ya que no hay pruebas suficientes que las respalden.
Pero hay algunas áreas en las que se descubrió que el color tiene una clara influencia en nuestro cerebro. Por ejemplo, puede influir en la forma en que experimentamos nuestros otros sentidos, como el gusto y el sabor.
Rojo dulce
Una cosa que el rojo parece transmitir, de forma bastante constante, es la dulzura. Un estudio realizado con más de 5300 personas de todo el mundo descubrió que las bebidas de color rojo eran las que con mayor probabilidad se consideraban más dulces, independientemente de la procedencia de los participantes.
Marie Wright, jefa de aromatización global de ADM Nutrition, una multinacional dedicada a la elaboración de alimentos y bebidas, recuerda una prueba de producto particular para un sabor a frutilla que la empresa había ideado. Los voluntarios se esforzaban por detectar los cambios de dulzor cuando probaban el producto, pero cuando Wright y sus colegas aumentaron el color rojo del líquido en lugar de aumentar su contenido de azúcar, los participantes empezaron a decir que sabía más dulce.
“Descubrimos que podés hacer que algo parezca más dulce si tiene un color más brillante”, dice Wright. “Es como una manzana roja brillante: antes de morderla, esperas que sea más dulce”.
Añade que el hecho de que el color sea más brillante puede engañar tanto al cerebro que les permitió reducir los niveles de azúcar en algunas recetas entre un 10% y un 20%, aunque los resultados de estas pruebas no se publicaron en ninguna revista académica hasta la fecha.
Sin embargo, es importante ser cauteloso en lo que respecta a los colores y la nutrición: hay algunas pruebas de que el color puede alterar la forma en que experimentamos los alimentos, pero no necesariamente repercute en nuestros niveles de consumo a largo plazo.
Charles Spence, psicólogo de la Universidad de Oxford, estudia cómo interactúan nuestros sentidos y es autor de un libro sobre la ciencia de la alimentación. Él afirma que gran parte de las influencias comunes entre el color, el sabor y la sensación en la boca provienen de asociaciones sociales arraigadas que construimos durante nuestra vida cotidiana. La mayor parte de ellas proceden del mercadeo y del envasado, pero también de nuestras experiencias con los alimentos que comemos a diario.
Clara suavidad
Curiosamente, el color también puede transmitir otro tipo de información a los sentidos. Imagínese que aparece un anuncio de una toalla en esta página: inmediatamente, la suavidad es palpable, casi como si se pudiera sentir a través de la pantalla. Pero esa suavidad percibida podría no deberse al elevado número de hilos que se ve en la pantalla, sino a su color pastel, al menos según el trabajo de Atefeh Yazdanparast Ardestani, profesora asociada de la escuela de gestión de la Universidad Clark de Worcester, Massachusetts, Estados Unidos.
“Cuando cierro los ojos y pienso en la suavidad, me vienen a la cabeza ciertos colores; suelen ser los más claros, rosa claro, azul claro”, dice. “Esa era la pregunta que tenía en mente: ¿Cuál es la correspondencia entre nuestro sentido de la visión y nuestro sentido del tacto?”.
Así que Ardestani hizo algunas pruebas. Pidió a los voluntarios que escribieran los colores que imaginaban al pensar en suavidad y, efectivamente, reflejaban los suyos, inclinándose por los tonos pálidos. A continuación, pidió a los voluntarios que observaran diferentes colores, tres a la vez: cada uno tenía la misma saturación, o intensidad, pero variaba de claro a oscuro. Cuando se les dieron adjetivos para describirlos, en el 91,2% de los casos el tono más claro fue seleccionado como el más suave.
Oscuro es más
Pero, mientras que los tonos pálidos pueden sugerir suavidad, la intensidad del color sugiere cantidad; según Karen Schloss, psicóloga de la Universidad de Wisconsin-Madison, Estados Unidos, y una de las principales investigadoras del color del mundo. Ella advierte de que en los gráficos de datos, o los mapas, los colores elegidos -más concretamente, su intensidad- podrían manipular cómo se interpreta esa información.
“La gente deduce que los colores más oscuros representan cantidades mayores, lo que se utilizó muy bien en la mayoría de los mapas de pandemias que vi: más casos o víctimas mortales, representados con colores más oscuros”, dice, citando su propio trabajo y el de otros sobre cómo estamos condicionados conductualmente para hacer ese vínculo.
Schloss advierte de que este tipo de asociaciones puede acarrear problemas. Si los datos se presentan con colores más claros para las cantidades más grandes, se puede malinterpretar lo que se está viendo.
Si un mapa aparece en una pantalla durante una fracción de segundo, “se va a interpretar que lo oscuro es más, no que lo claro es más”, incluso si eso no es lo que muestran realmente los datos. “Todo esto sugiere que el color es mucho más poderoso de lo que pensábamos”, concluye Schloss.
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