Si bien existen tecnologías digitales de comunicación más eficientes, nada puede rivalizar con la insuperable combinación de simplicidad y eficiencia que ha permitido este invento surgido hace ya tres lustros
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La guerra moderna está repleta de tecnología de vanguardia –desde inteligencia artificial hasta drones y misiles hipersónicos–, pero una tecnología que tiene más de un siglo todavía está demostrando su valor: el código morse.
Las corrientes de tonos entrecortados, que un ferroviario de hace más de 150 años reconocería al instante, son utilizadas todavía por el ejército ruso en la guerra de Ucrania. Incluso hoy muchas personas podrían identificar el sonido característico del código morse, especialmente el conocido patrón tres cortos, tres largos, tres cortos (… - - - …), que forma la señal de emergencia SOS.
Hoy en día se envían mensajes en código morse desde bombarderos rusos a sus centros de control, o desde barcos de la Flota del Báltico a sus cuarteles generales en tierra.
Las bandas de onda corta utilizadas por radioaficionados están igualmente llenas de pitidos que los entusiastas conocen como “dits” (.) y “dahs” (-), o como puntos y rayas por el público en general. Incluso los espías todavía sintonizan las bandas de onda corta para escuchar estaciones clandestinas que transmiten en código morse.
Inventado en el siglo XIX
Entonces, ¿por qué una tecnología creada en la primera mitad del siglo XIX todavía se utiliza hoy en día? En primer lugar, el código morse no fue concebido por un ingeniero o un mago tecnológico, sino por un hombre que se ganaba la vida pintando retratos. Samuel Morse diseñó inicialmente lo que hoy llamaríamos una teleimpresora, un dispositivo que recibe e imprime texto en papel.
Morse contó con la ayuda de Alfred Vail, un maquinista más interesado por la mecánica, para resolver los detalles. Fue este último quien creó los puntos y rayas para representar el código y se le ocurrió la idea de utilizar el sonido para transmitir información.
Al principio, el sonido estaba destinado únicamente a probar una conexión. Al poco tiempo, Morse y Vail se dieron cuenta de que la idea de imprimir no era práctica. Sin embargo, al añadir sonido, se toparon con un concepto más brillante y útil de lo que podían imaginar. La característica notable del código morse es que, en forma sonora, forma un ritmo. Por tanto, tiene puntos en común con la música. De hecho, se ha observado que las personas con talento musical pueden aprender morse más rápidamente.
Al estimular el sentido humano innato del ritmo, el código morse también activa nuestro sentido de reconocimiento de patrones. Esta es una habilidad profundamente arraigada en el cerebro y que tiene un gran potencial para descifrar mensajes incluso si están incompletos.
Un operador experimentado en código morse puede completar los espacios en blanco causados por interferencias, mala recepción, ruido o mal funcionamiento del equipo. En un sentido neurológico, el morse habita en un nicho muy peculiar, que se ha comparado con “leer con los oídos”, pero donde transmitir y recibir se asemeja más al acto de hablar que a escribir.
El otro aspecto destacable del código morse es su simplicidad tecnológica. Cualquier persona con conocimientos tecnológicos básicos puede construir su propio transmisor utilizando componentes estándar.
La señal generada por un transmisor morse es igualmente minimalista y utiliza un ancho de banda muy estrecho de sólo 100-150 hercios (las comunicaciones de voz estándar utilizan 2500-3000 hercios). Esto también significa que los receptores pueden utilizar filtros muy estrechos y así eliminar gran parte del ruido ambiental generado por diversas formas de interferencia.
Al ser tan eficaz, Morse sólo necesita un mínimo de potencia para recorrer distancias importantes. Radioaficionados demostraron en 1956 que tan solo 78 milivatios puede ser energía suficiente para transmitir desde Massachusetts a Dinamarca. Esto es menos de la décima parte de lo que utiliza una sola bombilla LED. Cuando una cafetera estándar prepara la bebida matutina favorita de la mayoría de la gente, utiliza más de mil veces esa energía.
Esta combinación de simplicidad tecnológica y eficiencia resultó útil durante la Segunda Guerra Mundial, cuando miembros de la resistencia y comandos aliados utilizaron sus transceptores Morse portátiles para mantener contacto con Londres desde el interior del territorio ocupado por los alemanes.
Era una empresa muy arriesgada, ya que los alemanes escuchaban constantemente las ondas. El código Morse, si bien es ininteligible para el oído inexperto, no ofrece seguridad en sí mismo. Hoy en día, incluso aquellos sin formación pueden utilizar software para descifrar el contenido de un mensaje enviado mediante código morse. Sin embargo, cualquier mensaje puede hacerse seguro cifrándolo antes de enviarlo, como propuso Vail en 1845.
De hecho, una de las formas más seguras de cifrado, la “libreta de un solo uso”, no requiere más que lápiz y papel. Básicamente, una libreta de un solo uso es una cadena aleatoria de caracteres, al menos tan larga como el mensaje que se va a cifrar.
El remitente usa su bloc para encriptar, mientras que el destinatario usa una copia del mismo bloc para decodificar el mensaje (solo debe haber dos copias y cada una debe destruirse inmediatamente después de su uso). Mientras una libreta nunca se reutilice, sigue siendo en teoría irrompible, incluso con la tecnología más moderna (aunque es difícil producir secuencias de caracteres verdaderamente aleatorias).
Si bien hoy existen tecnologías digitales de comunicación más eficientes, nada puede rivalizar con la insuperable combinación de simplicidad y eficiencia que ha permitido que el código morse sobreviva durante más de 150 años.
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