El gobierno de Duque ha logrado que, según algunas estimaciones, los cultivos de hoja de coca se hayan disminuido de manera sostenida por tres años
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Aunque sea ilegal, la cocaína en Colombia ya no parece un negocio informal: muchos trabajadores reciben bono en diciembre, hay inversionistas que pagan por adelantado y los precios no fluctúan de manera dramática, entre otras cosas.
Atrás quedaron los monopolios de Pablo Escobar o de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Hoy, al contrario, hay una multiplicidad de actores especializados en cada etapa de la cadena productiva. El mercado se regula a sí mismo y hay competencia.
Lo que no ha cambiado es que la industria de la cocaína sigue siendo uno de los principales enemigos del gobierno colombiano, ahora al mando de Iván Duque. El mandatario de centroderecha ha afianzado la alianza con Estados Unidos, que solo en Colombia ha gastado más de US$11.000 millones en la guerra contra las drogas.
El gobierno de Duque ha logrado que, según algunas estimaciones, los cultivos de hoja de coca se hayan disminuido de manera sostenida por tres años.
Pero eso no ha impedido que la producción de cocaína aumente. De hecho, nunca en la historia de Colombia, por décadas el mayor exportador del mundo, se había producido tanta cocaína de manera tan eficiente y tan poco violenta.
Y para Daniel Rico, economista experto en narcotráfico, esta no es una paradoja: “La coca hoy cuenta con mano de obra calificada, y cuando hay mejoras de producción es porque hay una estabilidad estructural en las dinámicas del mercado, es decir, de la siembra, la producción y la distribución”.
¿Cómo se llegó a esto?
Menos coca, pero más cocaína
En junio se presentó el reporte anual de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), que se basa en informes oficiales.
El reporte indicó que en 2020 los cultivos de hoja de coca se redujeron 7%; en 2019 bajaron un 9% y en 2018, un 2,1%.
“Las reducciones de los últimos dos años han sido las más altas en prácticamente 6 o 7 años”, presumió Duque en la presentación del informe, celebrando una de sus apuestas más importantes: la erradicación voluntaria o forzada de cultivos.
Además, el gobierno ha logrado cifras récord de incautación de coca y cocaína.
Y espera este año sumar a su estrategia la fumigación aérea con glifosato, que fue suspendida en 2015 en parte por sus efectos sobre la salud de la población local.
El reporte de la Unodc, sin embargo, arrojó datos que según algunos expertos evidencian más un “fracaso” que un logro en la estrategia estatal de acabar con el narcotráfico.
Porque con menos coca se produce más cocaína que antes: por cada tonelada de hoja de coca, hoy se extraen 2,14 kilos de pasta base de cocaína. En 2016, comparaba el informe, se extraían 1,87 kilos.
No es solo es una cuestión de eficiencia, sino de cantidad: la Unodc estima que en 2020 se produjeron 1.010 toneladas métricas de cocaína pura, lo que comparado a las 936 toneladas de 2019 da un aumento del 8%.
Duque ha reconocido este aumento en la producción: “Los criminales del narcotráfico siempre han buscado su profesionalización, ellos han ido adaptando muchas de sus prácticas para tratar de aumentar la productividad”, señaló en junio pasado.
“Han tratado de ubicar sus centros de producción en resguardos y parques naturales (…), donde saben que le queda más limitada la acción, si se quiere, a las autoridades”.
El mandatario aseguró que, si bien Colombia mantendrá su esfuerzo de llegar a laboratorios en zonas remotas, “es importante que los países consumidores también hagan su labor y que en esa corresponsabilidad asuman una mayor capacidad pedagógica y policiva para enfrentar este fenómeno”.
Los factores externos
Para explicar el fenómeno de menos coca pero más cocaína los expertos sugieren una serie de eventos externos a la industria.
No solo la salida de las FARC, que se desmovilizó en 2016, sino los cuatro años de negociaciones entre el Estado y la guerrilla generaron cambios estructurales en el mercado.
La erradicación de un monopolio que influía en cada etapa de la producción abrió el mercado para más innovación, diversidad y competencia. Además, entre de 2012 y 2016, cientos de campesinos decidieron volver a sembrar coca porque pensaron que el acuerdo de paz daría beneficios a los cocaleros.
Esto se añadió a la entrada de narcotraficantes mexicanos al país, que llegaron con grandes inversiones que se pagan por adelantando y sistemas de organización del trabajo casi corporativos que potenciaron la eficiencia.
Un tercer elemento externo, añaden los expertos, fue la caída del precio internacional del oro, depreciado entre 2013 y 2019. Miles de mineros fueron a buscar otras formas de ingreso ilegal.
Los factores internos
Este contexto exterior generó cambios al interior de la industria cocalera.
“Sin las FARC, se abrieron espacios para que los campesinos entraran a la cadena e intentaran añadir valor agregado a su producción”, dice Elizabeth Dickinson, investigadora de Crisis Group, un centro de estudios, y reciente autora de un amplio informe sobre el tema.
A diferencia de otros productos agrícolas, la coca se puede convertir en algo más costoso sin mucho esfuerzo: con técnicas de maceramiento con gasolina, cemento o amonio, el mismo campesino que cultiva la hoja puede transformar su producción en pasta base de cocaína y venderla por cinco o seis veces más.
Durante los últimos 30 años la producción de coca se ha ido concentrando en sectores remotos de Colombia, donde la aspersión y la erradicación de cultivos son difíciles para el ejército. Ese proceso permitió que los cultivos se asentaran en lugares propicios para la coca, con alta radiación solar y una altitud media, y que los cultivos se tecnificaran y recibieran mejores semillas y fertilizantes.
Estos “enclaves productivos” son rara vez intervenidos por el Estado, razón por la cual la hoja alcanza su nivel óptimo para ser cosechada y el proceso de producción se lleva a cabo a gran escala y de manera tecnificada.
Allí, dice Rico, “opera una suerte de paz mafiosa, donde cada uno hace su labor en favor de la industria, y el costo en violencia es reducido, porque nunca se había producido tanta coca con tan pocos muertos”.
Todo lo anterior se añade a que Colombia, con uno de los índices de producción agrícola más bajos de la región, sigue siendo un país donde vivir del campo es poco rentable.
En el informe de Crisis Group, un cocalero dice: “La coca es el único producto que se puede sacar de la zona donde se cultiva. Con otros productos se pueden tener cosechas creíbles, pero el transporte al mercado es tan costoso que se pierde”.
La coca, si bien ilegal, sigue siendo el único sustento posible para miles de familias colombianas.
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