Por qué el colapso sanitario de Brasil no moviliza al mundo como el de la India
La solidaridad con el país asiático no se replicó con el gigante sudamericano, debido en buena medida al destrato de Bolsonaro hacia la comunidad internacional
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RÍO DE JANEIRO.- Dos países en desarrollo, ambos con inmensa población y territorio, son presa de un brote devastador de coronavirus: hospitales sin suministros, pacientes rechazados por falta de camas, circulación de nuevas variantes por todas partes. La necesidad de ayuda internacional es desesperante.
Al llamado de la India, que bate récords de nuevos contagios, el mundo respondió. Esta semana, la Casa Blanca anunció a viva voz el envío a la India de más de 100 millones de dólares en suministros médicos. Singapur y Tailandia mandaron oxígeno, y el primer ministro Boris Johnson dijo que Gran Bretaña hará “todo lo que pueda”.
Pero a Brasil, que en apenas los últimos dos meses enterró a 140.000 víctimas del Covid-19, la comunidad internacional le respondió más bien con el silencio. En marzo, el presidente Jair Bolsonaro hizo un pedido de ayuda a las organizaciones internacionales. Un grupo de gobernadores de los estados brasileños solicitaron “ayuda humanitaria” a la ONU. Y hace dos semanas, el embajador de Brasil ante la Unión Europea (UE) imploró por ayuda: “En Brasil estamos corriendo una carrera contra el tiempo para salvar miles de vidas”.
Esos pedidos chocaron mayormente con indiferencia, con reproches y críticas por el desmanejo que hizo Brasil de la pandemia, pero hasta el momento, de ayuda poco y nada. “Lo que está pasando en Brasil es una tragedia que pudo evitarse”, le respondió este mes un parlamentario europeo al embajador brasileño, durante una audiencia. “Pero esa tragedia es fruto de decisiones políticas equivocadas”.
En su alocución, otro parlamentario europeo dijo que en “en vez de declararle la guerra al coronavirus, el presidente Bolsonaro le declaró la guerra a la ciencia, a la medicina, al sentido común y a la vida”.
Desde el martes, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, tuiteó tres veces sobre la ayuda que necesita la India. Pero nada parece haber dicho de Brasil.
Respuestas
El contraste entre el modo en que la comunidad internacional respondió a la crisis de la India y a la de Brasil muestra hasta qué punto los crecientes problemas diplomáticos de Brasilia complicaron la repuesta del país a la crisis sanitaria. La imagen internacional que Brasil tardó tantos años en cimentar —un país amistoso, multilateral, con agenda ambientalista— retrocedió décadas por un presidente que se ocupó de insultar a gran parte del mundo, y justo cuando Brasil más necesita de ayuda.
Bolsonaro, un nacionalista de ultraderecha que llegó al poder despotricando contra la globalización, acusó de colonialismo y deforestación ilegal a los países europeos de orientación ambientalista. Bolsonaro viralizó un posteo de las redes sociales que se burlaba del aspecto de la esposa del presidente de Francia, Emmanuel Macron, se hizo eco de las infundadas acusaciones de fraude electoral de Donald Trump, y fue el último mandatario del G20 en reconocer la victoria del presidente Joe Biden.
Durante meses, los miembros de su administración y sus seguidores fogonearon ataques racistas contra China y se burlaron de su vacuna. El martes, el ministro de Economía brasileño dijo que China “inventó el virus”.
Desde el comienzo de la pandemia, el gobierno federal minimizó la gravedad de un patógeno que sigue trastocando las vidas de los 210 millones de brasileños. Bolsonaro siempre le pidió a la gente que siga haciendo su vida con normalidad, y lo escucharon suficientes brasileños —ya sea por pobreza, afinidad política o cansancio—, como para socavar las desparejas medidas para frenar la pandemia. Más de 400.000 brasileños murieron a causa del Covid-19, el peor desastre humanitario en la historia del país y el segundo mayor número de víctimas del mundo, solo detrás de Estados Unidos.
Cooperación
Cuando se le preguntó por qué Estados Unidos no salió en ayuda de Brasil con la misma urgencia que mostró con la India, un vocero del Departamento de Estado proporcionó una lista de la ayuda estadounidense a Brasil —básicamente durante la primavera boreal pasada, antes del peor brote del país— por un total de más de 20 millones de dólares en asistencia. El mismo vocero señaló otros 75 millones “de apoyo del sector privado”. Esa ayuda, mayormente enviada cuando gobernaba Trump, incluyó 1000 respiradores y dos millones de pastillas de hidroxicloroquina.
“Seguimos colaborando activamente con el gobierno de Brasil para enfrentar sus necesidades y encontrar formas de seguir cooperando para ayudar a satisfacer esas necesidades”, dijo el vocero del Departamento de Estado.
Otros países también contribuyeron. Cuando colapsó el sistema de salud en la ciudad amazónica de Manaos, Alemania envió respiradores. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya empezó a enviar vacunas a través del Covax, el programa para enfrentar las desigualdades mundiales en la distribución de vacunas. La UE y sus Estados miembros desembolsaron unos 28 millones de dólares en subvenciones desde el inicio de la pandemia, según un vocero del bloque regional. En marzo, en respuesta a un pedido de Brasil, el bloque ayudó a enviar “80.000 unidades de medicamentos de necesidad crítica”.
Pero la falta de más ayuda internacional y hasta de manifestaciones de solidaridad durante los meses de mayor desesperación confirmaron lo que muchos brasileños temen: que Brasil pagaría un alto precio internacional por la política exterior confrontativa de Bolsonaro y su desdén por las medidas contra el coronavirus sobre las que hay consenso entre los líderes mundiales.
“El país perdió influencia en muchos niveles”, dice Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas, en San Pablo.
Brasil nunca fue un país problemático para el mundo. Inmenso, desigual y en desarrollo, Brasil siempre siguió lo que Stuenkel describe como una política exterior “predecible”, dependiente de la construcción de alianzas. Año tras año, venía intentando ampliar el alcance de su cuerpo diplomático, uno de los más importantes del mundo en desarrollo. Ir en contra de esa historia y esa tradición era una apuesta que Brasil no podía permitirse.
“Estados Unidos pudo salir adelante con un Trump porque no necesita tanto del resto del mundo”, dice Stuenkel. “Puede producir sus propias vacunas. Pero esa actitud de parte de Brasil es sumamente imprudente, porque es un país que depende de la comunidad internacional. No tenemos poder duro: necesitamos el multilateralismo.”
La administración de Bolsonaro, en cambio, socavó la fe en China y sus vacunas, mientras Brasil dependía de China para los insumos de fabricación de las vacunas. En abril pasado, el exministro de Educación de Bolsonaro tuiteó un mensaje racista, que mereció una airada respuesta de China y de la Corte Suprema de Brasil. El hijo del presidente, el congresista Eduardo Bolsonaro, culpó a China por la pandemia y luego la acusó de usar el 5G como arma de espionaje.
El gobierno chino advirtió que, de continuar, esa retórica tendría “consecuencias negativas”. En enero, el envío de China a Brasil de los suministros para las vacunas se retrasó mucho, generando especulaciones y algunos informes periodísticos sobre las “consecuencias” que efectivamente habían tenido las ofensas del gobierno.
Esta semana, justo cuando las autoridades de salud de Brasil salieron a rechazar la vacuna rusa Sputnik V, argumentando falta de transparencia, el ministro de Finanzas, Paulo Guedes, atacó directamente la vacuna china que sí aplica Brasil.
“Los chinos inventaron el virus”, dijo. “Y su vacuna es menos eficaz que la estadounidense”. El embajador chino retrucó sin perder el tiempo: “Por ahora, China es el principal proveedor de vacunas y materiales de Brasil.”
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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