Por qué Donald Trump tiene menos margen que antes para lograr un acuerdo en Medio Oriente
La agenda del presidente electo para la región todavía no está clara, pero los cambios geopolíticos que heredará son muy distintos a las condiciones de su primer mandato
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WASHINGTON.- La política del primer gobierno de Donald Trump hacia Medio Oriente tenía dos elementos centrales: castigar la economía de Irán e intentar aislar al país fortaleciendo los vínculos entre Israel y los grandes enemigos de Irán en el mundo árabe.
En cuanto a ese segundo objetivo, en los últimos meses de aquel gobierno se produjo un avance significativo: la normalización de las relaciones entre Israel, los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Sudán y Marruecos, con la firma de los así llamados Acuerdos de Abraham. El tratado venía acompañado de la promesa norteamericana de firmar importantes tratados de armas con algunos de los países signatarios.
En aquel momento, el gobierno de Washington manifestó su esperanza de que Arabia Saudita, el país geopolíticamente más influyente del mundo árabe, eventualmente se sumara al acuerdo y reconociera al Estado de Israel, un objetivo que el presidente Biden también procuró sin éxito.
"Las prioridades cambiaron, las alianzas se dieron vuelta. En algunos lugares, las tensiones históricas se agudizaron y en otro se aplacaron"
La agenda para Medio Oriente del presidente electo Donald Trump en su segundo mandato todavía no está clara, pero de lo que no hay duda es de que heredará un panorama geopolítico totalmente diferente al de hace cuatro años.
Las prioridades cambiaron, las alianzas se dieron vuelta. En algunos lugares, las tensiones históricas se agudizaron y en otro se aplacaron, mientras que la guerra en Gaza, consecuencia del ataque de Hamas contra Israel del 7 de octubre de 2023, tal vez mantenga convulsionada la región durante años…
La semana pasada, Trump nombró enviado especial para Medio Oriente al magnate inmobiliario y aportante de campaña Steve Witcoff, un acérrimo defensor de Israel que se encontraba entre los presentes cuando el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, se dirigió al pleno del Congreso norteamericano, en julio de este año. Y los elegidos como secretario de Estado, el senador Marco Rubio, y como embajador en Israel, Mike Huckabee, también han manifestado un inquebrantable apoyo a Israel en la guerra de Gaza.
El mantra de Trump es que la política exterior es como los negocios: siempre se puede “llegar a un acuerdo”. Para muchos países de Medio Oriente, la política exterior transaccional es moneda corriente, y de hecho, la semana pasada el megamillonario Elon Musk, ahora asesor informal de Trump, se reunió en privado con el embajador de Irán ante las Naciones Unidas.
"‘Si el equipo de Trump 2.0 piensa que va a retomar las cosas donde las dejó en 2020, está malinterpretando por completo la situación’, señala Kristian Ulrichsen, experto en Medio Oriente"
Pero en comparación con hace cuatro años, el margen de negociación de cualquier tipo de acuerdo se ha reducido, y por numerosas razones.
“Si el equipo de Trump 2.0 piensa que va a retomar las cosas donde las dejó en 2020, está malinterpretando por completo la situación”, señala Kristian Ulrichsen, experto en Medio Oriente del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad Rice. “La realidad se les va a imponer rápidamente.”
Los palestinos no pueden seguir siendo ignorados
Los palestinos fueron básicamente ignorados cuando Jared Kushner lideró los intentos de la Casa Blanca durante el primer gobierno de su suegro para normalizar las relaciones entre Israel y los países árabes.
Y los países árabes tampoco exigieron pasos concretos hacia la creación de un Estado palestino como requisito para la firma de un pacto diplomático con Israel. Como resultado, Netanyahu no tuvo que conceder casi nada para alzarse con esa victoria diplomática: varios de los históricos adversarios de Israel reconocieron oficialmente su derecho a existir.
El gobierno de Biden siguió una estrategia similar cuando intentó lograr un pacto diplomático entre Israel y Arabia Saudita en 2023, pero los ataques del 7 de octubre y la guerra en Gaza dinamitaron cualquier perspectiva de un acuerdo inmediato. En pocas palabras, para Arabia Saudita el precio de un acuerdo subió, dada la indignación de la población del reino y de otros países árabes por el derramamiento de sangre en Gaza. El príncipe heredero saudí, Mohammed bin Salman, ha manifestado públicamente que antes de que Arabia Saudita reconozca a Israel como Estado, Israel debe comprometerse con la creación de un Estado palestino.
“El reino no cesará en sus incansables esfuerzos por establecer un Estado palestino independiente con Jerusalén Oriental como su capital, y hasta que así no sea, nuestro reino no establecerá relaciones diplomáticas con Israel”, dijo el príncipe heredero en septiembre, en un discurso público ante sus asesores.
Siempre existe la posibilidad de que el príncipe Mohammed matice su exigencia o la abandone a cambio de un precio adecuado. Estamos hablando de un líder que durante las negociaciones previas a los ataques del 7 de octubre les dijo a los funcionarios norteamericanos que para él un Estado palestino no era una prioridad, y los expertos en Medio Oriente saben que para el príncipe heredero la prioridad número uno es fomentar la inversión occidental en Arabia Saudita para modernizar la economía del país.
Pero en el clima actual, una jugada de ese tipo lo dejaría muy expuesto, tanto en su país como en el resto del mundo árabe.
Es poco probable que el gobierno ultraderechista de Israel esté dispuesto a negociar.
Puede ser que los saudíes ahora quieran obtener más a cambio de un acuerdo con Israel, pero Israel está cada vez menos dispuesto a ceder nada.
Desde la última vez que Trump ocupó la presidencia, Netanyahu volvió al poder al frente del gobierno más derechista de la historia de Israel. Hace dos años que los ministros ultranacionalistas de la coalición gobernante vienen reclamando más asentamientos en Cisjordania y fogoneando la violencia de los colonos israelíes contra los palestinos de esa región. Desde los ataques del 7 de octubre, políticos como Bezalel Smotrich, el ministro de Finanzas, o Itamar Ben-Gvir, ministro de Seguridad Nacional, reclamaron públicamente la expulsión de todos los palestinos de la Franja de Gaza y la anexión del territorio para los israelíes.
Para mantener unida a su coalición de gobierno y retrasar elecciones que podrían sacarlo del poder y ponerlo en situación de rendir cuentas por lo ocurrido el 7 de octubre, Netanyahu está en deuda y encadenado a la extrema derecha de Israel, y por lo tanto no tiene margen para hacer concesiones a los palestinos como parte de un gran acuerdo en Medio Oriente.
De hecho, la semana pasada Smotrich se jactó públicamente de que la elección de Trump allana el camino para que ocurra precisamente lo contrario: el año que viene, dijo, Israel recuperará Cisjordania y llevará “soberanía” a los judíos instalados ahí.
Medio Oriente se está realineando, sin pensar en Estados Unidos ni en Israel.
Para el anterior gobierno de Trump, los acuerdos entre Israel y los estados árabes eran parte de una estrategia a largo plazo contra Irán, que desde hace años libra guerras sangrientas a través de sus fuerzas delegadas para disputarle la supremacía regional a países árabes del Golfo como Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos.
Pero ahora Irán y los Estados del Golfo se están acercando, con reuniones directas de diplomáticos iraníes con funcionarios de Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y otras naciones del Golfo. El mes pasado, el canciller de Irán hizo una gira por varios países del Golfo para intentar detener los “crímenes” de Israel en Gaza y el Líbano, según los medios de prensa estatales iraníes.
Se trata, en el mejor de los casos, de una leve distensión, pero que para esos estados árabes responde a una cuestión pragmática: han constatado que Estados Unidos lleva años intentando desvincularse de Oriente Medio, al menos militarmente.
Por lo tanto, lo más probable es que Arabia Saudita y otros países del Golfo sigan cubriendo sus apuestas. “Los líderes del Golfo hacen cálculos a 10 a 15 años, en función de los cambios en el equilibrio de poder que implica el progresivo retiro de Estados Unidos de la región”, señala Ulrichsen, de la Universidad Rice.
“Esa es la realidad con la que tendrá que vivir el equipo de Trump.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
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