Por ignorar las advertencias, Dilma tiene sus "idus de marzo"
"¡Cuídate de los idus de marzo!" Como fanática de la literatura y la historia clásica, la presidenta Dilma Rousseff debe de haber recordado ayer la frase que el vidente en Julio César, de Shakespeare, le dice al célebre general romano devenido dictador cuando le advierte del complot en el Senado para asesinarlo un 15 de marzo.
La muerte de Julio César representó un punto de inflexión en la Antigua Roma, con la crisis de la república y el advenimiento del imperio. Las masivas marchas de ayer en Brasil, con más de un millón de personas en las calles en rechazo del gobierno de Dilma, también marcan un antes y un después para la presidenta, apenas dos meses y medio de iniciado su segundo mandato. Necesita urgentemente introducir cambios, antes de que la hasta ahora incierta amenaza del juicio político (impeachment) se convierta en una realidad inevitable que ponga fin a su gobierno.
Como César, igualmente alertado por las premoniciones de su esposa, la mandataria brasileña recibió varias advertencias antes de estos idus de marzo. Durante los últimos dos años, los analistas del mercado la previnieron sobre los problemas económicos en el horizonte, y el año pasado todos los candidatos presidenciales opositores resaltaron los efectos políticos que tendría su inacción frente al enorme esquema de corrupción de Petrobras. Aun así, durante la campaña para las elecciones de octubre último, Rousseff defendió empecinadamente el relato oficial: la economía está pasando por contratiempos coyunturales, Brasil no está en crisis, nadie ha hecho más que ella en la lucha contra la corrupción y la oposición exagera el escándalo en Petrobras.
La verdad comenzó a mostrarse poco después de su victoria, la más apretada en la historia brasileña. El desalentador panorama económico se volvió pesimista con una esperada contracción del PBI para este año; se reconocieron el agujero fiscal, el déficit comercial y la caída en la producción; la inflación subió a 7,7%, y las tarifas de servicios básicos como la electricidad y el transporte se dispararon, mientras el real se devaluó un 30%. Antes de asumir su segundo mandato, convocó a un economista ortodoxo, Joaquim Levy, para poner en marcha un draconiano ajuste.
Las ya difíciles relaciones entre el oficialista Partido de los Trabajadores (PT) y su principal aliado, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), por la falta de diálogo, se tensaron aún más, lo que inició una revuelta en la coalición, y el PMDB se adueñó de las presidencias de ambas cámaras del Congreso, desde donde monitorea los vientos antes de lanzarse al complot.
En tanto, el valor de Petrobras cayó en picada con cada nueva revelación en torno a la red de sobornos y desvíos que se enquistó en la compañía estatal desde 2003, cuando el PT llegó al poder con Lula. El escándalo adquirió su más completa dimensión dos semanas atrás, cuando el Supremo Tribunal Federal aceptó abrir investigaciones sobre 47 políticos, casi todos del PT y sus aliados.
Ante los cacerolazos, abucheos e insultos de estos últimos días, el gobierno siguió haciendo oídos sordos y acusó a una "elite golpista" de estar detrás de este repudio. Las masivas marchas de ayer hacen evidente que la insatisfacción con el estado de las cosas es generalizada. Si el gobierno acusaba al movimiento de falto de "pueblo", ayer quedó demostrado que estaba equivocado.
La multitudinaria movilización de estos "idus de marzo" sólo puede ser comparada con las protestas de junio de 2013 en contra de un alza en el transporte, en rechazo del gran gasto para el Mundial de fútbol de 2014 y en reclamo de mayores inversiones en servicios públicos. Como consecuencia, la popularidad de Dilma cayó de 57% a 30%.
A diferencia de 2013, hoy el escenario es peor, la alianza gobernante está debilitada y la popularidad de la presidenta (23%) se encuentra en su nivel más bajo desde que asumió por primera vez, en 2011.
La presidenta debe tomar nota con urgencia de la situación y generar cambios, dicen los analistas, que a la vez recomiendan tres vías de acción. Una reforma ministerial radical con la designación de funcionarios respetados y competentes podría inyectar credibilidad en el gobierno. Así como hizo al inicio de su primer mandato, cuando despidió a varios ministros acusados de corrupción, Dilma debería despejar cualquier duda de protección a los acusados por el escándalo de Petrobras. Recomponer las relaciones con la base aliada y la oposición en el Congreso ayudaría a la aprobación del programa de ajuste tan necesario para recuperar la economía. Y una actitud menos soberbia y más abierta al diálogo contribuiría a calmar los ánimos de la sociedad.
Si la presidenta no inicia ya mismo un período de transición para fortalecer la república, muchos brasileños temen que su gobierno pueda acabar incluso antes de un remoto juicio político por la traición del PT y de su propio padrino político, Lula. Después de todo, según Shakespeare, las últimas palabras de Julio César, dirigiéndose a uno de sus principales aliados, fueron: "¿Tú también, Bruto?".
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