Ponerle freno al calentamiento será aún más cuesta arriba
NUEVA YORK.- Con su pasión por los grandes autos, las mansiones enormes y los acondicionadores de aire superpoderosos, Estados Unidos es el país que más ha contribuido con las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera que arrasan el planeta.
"En términos acumulativos, no hay duda de que este problema es más nuestro que de ningún otro país", dice David G. Victor, de la Universidad de California, experto en políticas climáticas. Según afirman muchos especialistas, esto obliga a Estados Unidos a actuar de forma decisiva para que el calentamiento global ralentice su avance.
Ése es el trasfondo de un debate acalorado entre distintas facciones dentro del gobierno de Trump. Finalmente ganó la que cree que el país no debe seguir integrando el grupo de las 195 naciones firmantes del Acuerdo de París. La salida del acuerdo es un fuerte revés, tanto en términos prácticos como políticos, para quienes luchan contra el cambio climático.
El gobierno del presidente Trump ya dejó en claro que dejará el problema mayormente en manos de otros países. La retirada norteamericana tentaría a otros países a hacer lo mismo o repensar sus compromisos de emisiones de gases de efecto invernadero, lo que dificultaría aún más el objetivo de reducir el calentamiento global a niveles manejables, una meta de por sí ya difícil. La decisión implica un serio cuestionamiento al mecanismo propiciado por la ONU para que unos 200 países converjan para enfrentar una amenaza común. Es un modo de decirles a todos, aliados y adversarios de Trump, que todo está en juego y es negociable.
También es una clara señal de que Estados Unidos, la economía más grande y dinámica del mundo, abandona su rol de liderazgo a la hora de buscar soluciones para el cambio climático.
"Es inmoral", dice Mohammed Adow, que creció pastoreando ganado en Kenya y ahora trabaja en Londres como líder en temas climáticos para Christian Aid, una asociación para el desarrollo sustentable. "Los países que menos han contribuido al problema son los primeros en padecerlo y los que más lo padecen."
Quienes apoyan el acuerdo sostienen que la gran incidencia de Estados Unidos en el cambio climático es justamente lo que lo hace enormemente responsable, no sólo de evitar que avance, sino incluso de enviar miles de millones de dólares de asistencia a los países más pobres.
El gobierno de Obama prometió invertir 3000 millones de dólares en un fondo internacional destinado a los países más afectados. Al momento de asumir Trump, sólo se había transferido la tercera parte de esos fondos, y ahora el nuevo presidente se niega a cumplir con el saldo restante.
Si bien históricamente Estados Unidos es responsable de más emisiones que ningún otro país, ya no es el país emisor más grande de gases de efecto invernadero. China lo superó hace diez años y sus emisiones actuales son casi el doble que las de Estados Unidos. Algunas de las emisiones chinas se deben a la producción de bienes para Estados Unidos y otros países ricos.
Hace meses que el gobierno de Trump dejó en claro que abandonaría los objetivos de emisión establecidos por Obama, no cumpliría con los compromisos de dinero destinados a los países más pobres en su lucha contra el calentamiento global y buscaría recortar el presupuesto de investigación para la búsqueda de soluciones frente al cambio climático.
Según los expertos, la crisis climática es tan acuciante que cada país debe contribuir a solucionarla, y ya no hay margen para que los países en desarrollo alcancen los altos niveles de emisión antes alcanzados por los países ricos.
Uno de los logros políticos que permitió el pacto fue que las naciones del mundo aceptaran esa realidad y que todas acordaran hacer lo posible para solucionar el problema. El pacto reconoció que los países más pobres no pueden afrontar el costo por su cuenta, y por esa razón se les prometió una amplia ayuda técnica y financiera.
Trump y muchos de sus funcionarios se dejan llevar por los negacionistas del cambio climático, una corriente de considerable influencia política dentro del Partido Republicano. En sus escritos, los líderes de esa corriente suelen defender la postura de que la mejor manera de ayudar a los países pobres sería permitir que se desarrollaran mediante la explotación de combustibles fósiles.
"Un ambiente limpio, saludable y hermoso es un artículo de lujo -afirmó E. Calvin Beisner, vocero de un grupo evangélico llamado Cornwall Alliance for the Stewardship of Creation-. Y, como con todo artículo de lujo, los ricos pueden tener acceso y los pobres, no siempre."
Los especialistas en energía y sustentabilidad señalan que es posible que los países más pobres puedan desarrollar sus economías sin depender exclusivamente de los combustibles fósiles gracias a las nuevas tecnologías, como la energía renovable y los autos eléctricos, que permiten reducir muchísimo los costos y abren la posibilidad de un enorme saneamiento del sistema energético mundial.
"Nadie quiere barriles de petróleo ni toneladas de carbón -afirma John Sterman, profesor del MIT y fundador del comité de expertos conocido como Climate Interactive-. Los países necesitan que los lugares donde viven sus habitantes sean cálidos, secos y seguros, y que les den acceso a alimentos sanos y a iluminación artificial de noche."
Si resulta que esos bienes pueden realmente proveerse mediante energías limpias, puede ser la oportunidad económica del siglo XXI, y países como China e India parecen entenderlo. Los análisis recientes de la asociación Climate Action Tracker, que reúne varios grupos especializados europeos, considera que ambos países van camino de mejorar los objetivos planteados en el acuerdo, incluso con el retiro de Estados Unidos.
Traducción de Jaime Arrambide
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