Ponen fin a un enigma histórico: Luis XVII murió en Francia
Había 43 supuestos herederos de Luis XVI; uno de ellos vivió en la Argentina
PARIS.- Uno de los más grandes misterios de la historia europea y un embuste de cuño porteño acaban de ser esclarecidos al probarse el origen genuino de los restos de un niño considerado hasta ahora como Luis XVII, el hijo del ejecutado rey de Francia Luis XVI y su esposa, María Antonieta. Por una vez, la "historia oficial" resultó ser la verdadera. Un grupo de expertos de la Universidad de Louvain, liderado por el profesor de genética humana Jean-Jacques Cassiman, comparó el ADN de un tejido extraído del corazón del niño enterrado en la prisión de Temple con muestras del cabello de María Antonieta y dos de sus hermanas.
La serie de ADN conocida como "mitocondrial", transmitida por la vía femenina, resultó ser exactamente la misma. El resultado fue a su vez confirmado por un equipo de científicos de la universidad alemana de Munster dirigido por el doctor Ernst Brinckman.
Todo esto significa que Pierre Benoit, un francés que murió en Buenos Aires el 22 de agosto de 1852 asegurando ser el gran "delfín" francés, no era más que un impostor.
Este ex oficial de la marina imperial francesa llegó a las costas del Río de la Plata en 1818 y no tardó en ingresar de pleno en la alta sociedad porteña dando a entender que tenía vínculos con la nobleza. Se casó con una argentina, María Josefa de las Mercedes Leyes, y desarrolló una prestigiosa carrera como científico y naturalista.
Su lujoso hogar en la esquina de la avenida Independencia y Bolívar está siendo actualmente excavado por expertos del Centro de Arqueología Urbana de la Universidad de Buenos Aires, el Instituto Histórico porteño y el Proyecto Arqueológico Quilmes, como un ejemplo de la vida cotidiana de una familia franco-argentina a principios del siglo XIX.
No habrá sido Versalles, pero el inmueble tiene el mérito de haber sido el primero construido según principios neogóticos en nuestra ciudad. Pero hay que ser magnánimos con Benoit: él no fue el único en reivindicar un pasado monárquico. Cuarenta y tres pretendientes a la corona aparecieron en distintas partes del mundo sacando provecho del enigmático final del heredero de la corona.
En 1792, a la edad de ocho años, Luis Carlos de Francia fue capturado con toda su familia cuando se disponían a huir de los revolucionarios. Un año más tarde, su padre fue guillotinado ante una inmensa multitud congregada en el centro de París.
Esta tragedia lo convirtió automáticamente en Luis XVII. Pero el joven monarca jamás disfrutó de su corona. Durante dos años vio a su madre y a la mayoría de sus familiares y amigos salir de la cárcel sólo para caer bajo la guillotina. Hasta que, finalmente, el 8 de junio de 1795, a los 10 años, una tuberculosis lo condujo a la tumba. La muerte lo encontró detrás de los barrotes de Temple, un monasterio fortificado convertido en prisión por los revolucionarios.
El destino de un corazón
Y fue entonces cuando comenzó a gestarse el enigma, uno de los más grandes de la historia francesa. Un cirujano monarquista, Philippe-Jean Pelletan, encargado de realizar la autopsia, extrajo el corazón del niño y se encargó de preservarlo en alcohol. Pero la reliquia pasó por un gran número de manos. Primero por las de un estudiante de Pelletan que lo hurtó para devolverlo, en su lecho de muerte, a su viuda, quien, en 1828, la entregó al arzobispo de París, monseñor Hyacinthe Louis de Quélen.
En 1831, ladrones robaron el cofre donde el arzobispo tenía la reliquia y arrojaron el corazón en un basural. Un hijo del cirujano, el doctor Philippe-Gabriel Pelletan, logró encontrarlo y, tras momificarlo y registrar su procedencia con un notario, lo entregó al conde de Chambord, jefe de la Casa de los Borbones.
En 1895, el corazón fue trasladado a una iglesia, en Venecia. Allí sobrevivió dos guerras mundiales para terminar siendo enterrado en 1975 -y con debida pompa fúnebre- en una esfera de cristal en la cripta real de la basílica de Saint Denis, donde los monarcas franceses han tenido su sepultura desde el siglo VII.
Pero esa ceremonia hizo poco por callar a quienes aseguraban que el "delfín" había escapado de Temple. Para ello señalaban "incongruencias" tanto en la autopsia de Pelletan como en dos estudios realizados a huesos exhumados en 1846 y 1894 de la fosa común donde los prisioneros de Temple eran enterrados.
De acuerdo con éstos, el cadáver del supuesto "delfín" tenía una estatura de 1,47 metro, algo que contrasta con los registros realizados al pequeño en vida y que le daban no más de 1,20 metro de altura.
A esto se sumaban las declaraciones de su hermana, la duquesa de Angoulême, quien nunca aceptó la muerte del niño, probablemente alentada por relatos de monarquistas que daban detalles de su fuga. "El problema es que todo el mundo prefería creer en un "final feliz" _señaló ayer el historiador Philippe Delorme, propulsor de los estudios científicos_. Muchos se concentraron también en los huesos, cuyo origen nadie sabe explicar muy bien. Pero ahora no caben dudas: estamos frente al corazón de Luis XVII.
"Este es un gran día para un historiador _subrayó_. Es muy emocionante poner fin a uno de los mayores enigmas de la historia francesa y uno que ha dado origen a más de 800 libros."
A pesar de los vaivenes sufridos, el profesor Cassiman aseguró ayer que el corazón está "extraordinariamente bien conservado" y que "podían verse todas las arterias y compartimientos vasculares".
Sorpresa
El primer sorprendido con el hallazgo fue el actual heredero de la corona francesa, Henri d´Orléans, conde de París, quien había considerado los exámenes "una pérdida de tiempo".
El descendiente de Luis XVIII (hermano del guillotinado Luis XVI que asumió el trono tras la caída de Napoleón) se había opuesto a los análisis, enfrentándose así con el príncipe Charles Emmanuel de Bourbon de Parme, quien presidió, en diciembre último, la ceremonia en la que el corazón fue removido de la basílica de Saint Denis para ser transportado en una carroza negra hasta una clínica parisiense donde se extrajo el ADN.
Irónicamente, la confirmación del triste final de Luis XVII reafirma ahora definitivamente la ilustre herencia del conde de París.