Pobreza, presidencias fallidas y desencanto: los males de Colombia, la Argentina y toda la región
Los resultados de la primera vuelta en las elecciones colombianas, que dejaron a Petro y Hernández a un paso de la presidencia, confirman el presente conflictivo de la región y un futuro que amenaza con llevarse puesta la gobernabilidad
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Gustavo Petro tiene mucho de otros líderes de América Latina. Como Lula, viene de movimientos recelados por el establishment de sus respectivos países –el brasileño fue un combativo sindicalista; el colombiano, guerrillero- y, durante décadas, se preparó para llevar a la izquierda al poder por primera vez. Recién se acercó a la presidencia cuando hizo alianzas con rincones opuestos de la política, incluso de la derecha.
Como Gabriel Boric o Pedro Castillo, es la cara del cambio, el rostro de las demandas sociales que, sin respuesta pese a años de crecimiento económico, incendiaron, desde 2018 hasta hoy, las calles de Chile, Perú y la propia Colombia. En él descansan expectativas galácticas, esenciales para llegar a la presidencia pero peligrosas para ejercerla; una vez en el poder, no hay margen ni tiempo para cometer errores o demorar éxitos.
Esta Colombia también tiene algo de la Argentina de hoy. Ambas están gobernadas por presidentes aislados e incapaces de escuchar o empatizar con los reclamos sociales, que están convencidos de que podrían ser reelectos pese a que cuentan con índices de aprobación menores al 20%. Ambas están dominadas por antinomias –uribismo y antiuribismo; kirchnerismo y antikirchnerismo- y por líderes ultrapersonalistas que se acercan a su ocaso.
La tercera y la cuarta economía de la región son naciones con una considerable ventaja de recursos por sobre sus vecinos, pero con tasas de pobreza parecidas -37,3% para la Argentina y 39,3% para Colombia- y con Estados que, a pesar de sus enormes déficits fiscales, se muestran incapaces de atender las profundas deudas sociales. Colombia, por su parte, le suma una desigualdad que, entre las mayores de la región, erosiona los beneficios de una economía que hoy crece bastante más que otras.
Tiempos complejos
Todos esos fenómenos y similitudes hablan de una historia compartida por Colombia y la región, de un presente conflictivo y de un futuro que amenaza con llevarse puesta la gobernabilidad y, con ella, la (declinante) confianza de los latinoamericanos en su mayor logro del siglo pasado: la democracia.
“Una ola recorre América Latina consecuencia del egoísmo de las elites, es la ola de la escasez de mayorías. En este último ciclo electoral, los nuevos presidentes enfrentan una creciente atomización de los parlamentos, aumento de movimientos y partidos nuevos, y el fin de los viejos. La gobernabilidad se aleja, augurando tiempos complejos para la región. El año 2019 terminó en América Latina con el levantamiento violento de los pueblos de tres países –Ecuador, Colombia, Chile- como símbolo de sociedades que llegan al borde sus existencias”, dijo el último informe del Latinobarómetro, una de las radiografías más minuciosas sobre el estado de la región.
Publicado en octubre pasado, el reporte anticipaba acertadamente lo que acaba de suceder en las elecciones más determinantes de la historia reciente de Colombia, las que cambian la política como la conocían los colombianos, dominada hasta ahora y durante la mayor parte del siglo XX por dos partidos –el liberal y el conservador, en sus varias versiones- y por una guerrilla – las FARC-.
Ya no será así. Esta Colombia “al borde de su existencia”, agobiada por la pobreza y la desigualdad, la inseguridad, el crimen organizado y la volátil transición a la paz y la corrupción, será gobernada o por un exmiembro del M-19, una de las tres guerrillas que azotó al país en el siglo XX, o por un outsider de pocas propuestas y mucho discurso antisistema.
“Esta elección fue dos elecciones en una: una de ellas está dominada por la lógica de la era del desencanto; la otra por la lógica de la Guerra Fría”, describió, en diálogo con LA NACION desde Bogotá una fuente de mucho contacto tanto con la política colombiana como la argentina.
Esas dos lógicas determinaron que Petro, el exguerrillero que busca una izquierda ya más institucional y menos identificadas con la violencia de las FARC, el ELN o el M-19, se dispute la presidencia de la transformación con el Rodolfo Hernández, el ingeniero y exalcalde de Bucaramanga que promete erradicar la corrupción pero es, paradójicamente, el único candidato investigado por un escándalo de sobornos.
“Pronta desilusión”
¿Cuánto de cambio habrá verdaderamente para Colombia con ellos? ¿Serán la transformación o serán los próximos integrantes de una flamante camada de líderes regionales que prometen renovación e ilusión pero se empantanan en los problemas de siempre –falta de gestión, ausencia de capacidad legislativa ante un Congreso fragmentado, corrupción e inexperiencia-?
“El tema del cambio está totalmente desdibujado, completamente vaciado de contenidos. ¿Cambio de qué es Petro? La propuesta del Pacto Histórico [el partido de Petro] es acabar con el uribismo y el legado de [el expresidente conservador] Álvaro Uribe. Es más bien una campaña para no perder. Por otro lado, la única propuesta de Rodolfo Hernández es la agenda anticorrupción, no hay nada más. Por lo tanto, estaremos ante una pronta desilusión porque no hay cómo cumplir con tantas promesas electorales”, dice, en diálogo con LA NACION desde Colombia, la analista política Nury Astrid Gómez Serna.
Esa desilusión estará acompañada de enormes desafíos, de una economía que no responde a las necesidades de todos los colombianos, hoy movilizados como pocas veces, y de una inseguridad que, en lugar de diluirse con el proceso de paz, encontró nuevas formas de expresarse.
“Una de las razones que explican el resultado de las elecciones es que, como sucede en el resto de América Latina, después del boom de las materias primas, hay menos margen para gobernar y las clases medias están más ansiosas e impacientes”, dice a este medio desde Bogotá el analista político John Mario González.
Dueños de la promesa de cambio, Boric y Castillo no tuvieron luna de miel y hoy, apenas meses después de asumir, tropiezan entre los errores y la impopularidad. Ese será el margen de Petro o Hernández y su camino de la gran esperanza a las ilusiones perdidas puede ser rápido, tan veloz como será entonces el desgaste de la gobernabilidad en una región que navega en el círculo vicioso de la falta de crecimiento, las secuelas de la pandemia y de la guerra y de la desconfianza.
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