Plazas, libertad y un futuro incierto
La mayoría de las revoluciones árabes enfrenta finales abiertos; el régimen sirio, en la mira
MILAN.- Ayer fue probablemente la primera vez en la que los líderes árabes, por lo menos aquellos que siguieron al timón después de las diversas "primaveras", ahora teñidas con los colores de un frío otoño, se conmovieron por Muammar Khadafy .
Ninguno de ellos lo quería. La mayoría desconfiaba de él, y la minoría lo odiaba y consideraba un provocador peligroso.
No obstante, las imágenes del líder muerto , con el rostro ensangrentado, no sólo provocaron verdadera compasión, sino que revivieron todas las teorías conspirativas que el mundo árabe siempre ha seguido y alimentado con obstinada pasión.
De Beirut al Cairo, de Damasco a Bagdad, de Dubai a Sanaa, son muchos los que sospechan que el líder libio fue eliminado deliberadamente para evitar que se divulgasen los entretelones de 42 años de poder. Secretos, tal vez inconfesables, que ahora seguirán sin ser revelados.
En el imaginario de muchos líderes árabes, que siguen en situación de riesgo, se recomponen las desenfocadas fotos de la ejecución del dictador rumano Nicolas Ceausescu.
La muerte de Khadafy, después de casi un año de insurrecciones, marca, de todos modos, un giro. Porque todo ocurrió de improviso, después de las graves turbulencias en el Egipto pos-Mubarak y en vísperas de las elecciones tunecinas, se podría decir, por primera vez, cuál será el desarrollo político de una "revolución" que no parece terminada del todo. Resulta claro que cada país de esta gran región tiene una historia y que siempre es inadecuado simplificar.
La revuelta tunecina estalló por el pan y por el insoportable nivel de corrupción; razones análogas suscitaron la insurrección egipcia, pero no se puede decir lo mismo de Libia, que en comparación es un país mucho más rico, en el que el motivo impulsor de la rebelión ha sido el deseo de reconquistar la libertad y la dignidad.
Ahora, incluso más que antes, todas las miradas se enfocan en Damasco, en la Siria de Bashar al-Assad, que enfrenta a opositores y cuestionadores de su régimen con la fuerza bruta de la violencia: 2000 muertos, según las estimaciones más moderadas; 3000, según otras. Todo con un corolario de brutalidad, como el tiro al blanco sobre los manifestantes, incluidos niños, como ocurrió recientemente.
Tambalea Damasco
Assad, rehén de su propio círculo familiar, es decir la secta alawi, no escucha sugerencias ni consejos. Estados Unidos reaccionó con prudencia porque no tiene intenciones de empantanarse en un nuevo conflicto. Pero ahora Washington alzó la voz y el volumen de las sanciones. Lo mismo hizo Europa. Turquía abandonó a Damasco a su suerte, y casi todos los embajadores árabes de la capital fueron llamados a sus respectivos países.
La dura admonición del secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, y de la misma Liga Arabe, que podrían congelar las relaciones con Siria, son signos, y también pruebas, de que el régimen se desmorona.
Esa es la razón por la que Assad parece pegado como hiedra a Rusia y China, ambos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU: en el caso de China, se juegan intereses comerciales y energéticos; Moscú es el amigo de siempre. Lo era en la época de la URSS, cuando Damasco era el satélite del imperio soviético en Medio Oriente, y los es ahora, con Vladimir Putin.
Jordania y Marruecos, aunque atravesados por la turbulencia, están reaccionando con el propósito de evitar el contagio. Mohammed I, en Rabat, ha lanzado una nueva Constitución; Abdullah II, en Amman, la está preparando. Sin embargo, ambos pueden contar con una indudable ventaja: nadie cuestiona realmente la legitimidad de los dos soberanos. Los problemas, para marroquíes y jordanos, son el costo de la vida, la desocupación, la corrupción, la demanda de mayor libertad y de respeto de los derechos humanos.
Mucho más grave, y con pocas vías de salida, es la situación en Yemen, uno de los países más pobres y expuestos de la región. La guerra contra el presidente Alí Abdullah Saleh corre el riesgo de contar entre sus protagonistas a los líderes de las tribus nómades que tienen ideas muy discutibles sobre el respeto de los derechos humanos.
Y después está el rico gigante saudita. Riad, que goza de su alianza con Estados Unidos, dio algunos tímidos pasos hacia la democracia. Pero sus medidas están aún a años luz de las reformas necesarias. Por todo esto es difícil imaginar quiénes serán los nuevos vencedores y si el mundo árabe de mañana será verdaderamente mejor que el de ayer.
Traduccion de Mirta Rosenberg
Antonio Ferrari
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