Peter Frankopan: "Las decisiones que se toman en China le darán forma al mundo del siglo XXI"
"Hubo una vez en que todos los caminos llevaron a Roma. Ahora llevan a Pekín", planteó el historiador Peter Frankopan, hace ya unos años. Fue su forma de invitarnos a mirar más allá de nuestro ombligo occidental, observar qué ocurre en Eurasia, a la que define como el verdadero origen de nuestra civilización, y seguir, en particular, cómo se mueven Rusia y China . Y ahora, en plena pandemia de coronavirus , redobla la apuesta.
"Las decisiones que se toman en China le darán forma al mundo del siglo XXI", dice el genial autor de dos libros determinantes –El corazón del mundo y Las nuevas rutas de la seda–, que críticos de todo el mundo seleccionaron entre los mejores de la última década. Pero ¿acaso el cimbronazo que encarna el Covid-19 no debería debilitar a la potencia asiática? Todo lo contrario, replica Frankopan a LA NACION. "Los regímenes autoritarios prosperan cuando hay una crisis".
Profesor de "historia global" de la Universidad de Oxford, Frankopan concentra su mirada en las grandes tendencias globales para, desde esa "historia profunda", como él la califica, ahondar en lo esencial. Eso le permitió avizorar en 2019, por ejemplo, que afrontaríamos una pandemia a escala planetaria, del mismo modo que ahora lo lleva a alertar sobre riesgos tan disímiles como los laboratorios y el autoritarismo.
"Las pandemias, las guerras y el cambio climático son los tres principales disruptores de la historia", sintetiza Frankopan, mientras permanece confinado junto a su familia en Inglaterra . La pandemia es, hoy, una realidad, mientras que los otros dos disruptores son un riesgo cierto, claro y presente. Pero aun así, dice, "durante esta crisis también hay muchos motivos para la esperanza".
–¿La pandemia por el nuevo coronavirus reafirmó o alteró de algún modo su foco de análisis centrado en Eurasia y, en particular, en China?
–Haciendo un balance, reafirmo mis hipótesis. Mis intereses se centran en mirar los patrones de intercambio y en la historia profunda. Esto no me aporta una bola de cristal que me revele el futuro, pero me obliga a mirar lo esencial y observar la dirección en que se mueven los Estados, los pueblos y las culturas, como también las ideas abstractas. En este sentido, hace un tiempo planteé que las pandemias, las guerras y el cambio climático son los tres principales disruptores de la historia y todos deberíamos prestarles especial atención. Mientras avanzaba el Covid-19, la gente se obsesionó con cómo la pandemia debilitaría a China, cómo impulsaría los reclamos para que aumentara su rendición de cuentas y por mayores libertades. Pero en ese momento escribí que los regímenes autoritarios prosperan cuando hay una crisis y que no solo saldrían bien parados del desafío, sino que incluso lo harían fortalecidos. Y eso es, al parecer, lo que ha ocurrido. Lo mismo que alerté que todos deberíamos prepararnos para el impacto inevitable que esta enfermedad tendrá en la economía y en nuestras comunidades y, por cierto, también alerté sobre el daño que tendría sobre el concepto de democracia en una era en que los jóvenes en particular están perdiendo su confianza en los líderes políticos y en la democracia. En ese sentido, me parece que las grandes tendencias sobre las que he estado escribiendo desde hace un tiempo se están fortaleciendo más que debilitando. Y creo que esto es más cierto que nunca: las decisiones que se toman en China –las buenas y las malas– le darán forma al mundo del siglo XXI.
–En diciembre pasado usted publicó un artículo casi "profético" en Prospect Magazine, en el que planteó que vivimos en "la era de la pandemia", que deberíamos prepararnos a nivel nacional e internacional, y coordinar una respuesta conjunta. Y luego, en otro texto para la misma revista, que la próxima gran tormenta global podría comenzar en un laboratorio, como resultado de un accidente. ¿Tan seria es esa amenaza?
–Sí, escribí sobre eso hace muy poco. Muchas naciones desarrolladas tienen programas biológicos militares avanzados que se enfocan ostensiblemente en proveerles defensas contra patógenos que pueden ser usados para atacarlas. Pero los registros de seguridad de muchos laboratorios son terribles, en China y Rusia, pero en muchos otros lados también. Uno de los principales laboratorios de Estados Unidos fue cerrado el año pasado por serias vulnerabilidades en sus estándares de seguridad y solo se le permitió reabrir por completo en marzo. En el Reino Unido se ha registrado algún incidente de seguridad cada 20 días, en promedio. Y en Francia, donde se "perdieron" más de 2000 frascos del virus mortal SARS, nadie sabe hoy dónde están. Todo esto sumado me dice que patógenos altamente peligrosos no solo se desarrollan en la naturaleza y de manera fortuita –como parece que fue el caso del Covid-19–, sino que hay una probabilidad obvia de que algo salga realmente mal en un laboratorio. Y por encima de esto, por supuesto, está la posibilidad de que la próxima gran tormenta comience en un laboratorio, pero no por una fuga accidental, sino que sea diseminado a propósito. Esto podría ser hecho por un Estado por razones malignas o podría ser también por obra de actores no estatales. Recuerde que manufacturar agentes biológicos letales jamás ha sido tan fácil o barato. Así que necesitamos controles médicos mucho mejores y una coordinación internacional mucho más elevada para evitar que en el futuro nos ocurra algo que podría ser mucho peor que el Covid-19.
–En ciertas entrevistas, usted remarcó que el impacto de esta crisis no será el mismo en Occidente que en Asia. Pero déjeme plantearle una pregunta previa: ¿cuán grave es o puede ser esta crisis?
–Honestamente pienso que es demasiado pronto para decirlo. Si encontramos soluciones médicas pronto, entonces podremos retornar al casillero uno y bastante rápido. En estos momentos hay varias posibles vacunas que ya están siendo sometidas a testeos avanzados, aunque también dependerá no solo de si alguna o todas ellas resultan efectivas, sino de cuán rápido pueden producirse, distribuirse y aplicarse. Y en esto habrá también una fuerte distorsión: los países ricos serán los primeros en la fila para recibir las vacunas, por lo que podrán recuperarse rápido, mientras que los países pobres no tendrán tanta suerte, además de que están menos equipados para lidiar con la pandemia por su infraestructura médica y su realidad económica. Esta brecha entre países ricos y pobres existirá aun si las vacunas no funcionan y debamos apoyarnos en los antivirales, en el monitoreo digital o en cierres de emergencia regionales. Así que habrá una expansión de la brecha entre ricos y pobres a escala global, pero también dentro de cada país. En el peor de los escenarios, esta crisis podría ser catastrófica. Sin embargo, como optimista y pragmático, pienso que somos más resilientes de lo que creen otros analistas. Así que mi horizonte temporal sobre cuándo comenzarán las mejorías se mide en semanas y meses en vez de períodos más extensos. Y creo que, sumando y restando, tendremos buenas noticias.
–Después de leer su columna para el diario The Guardian del mes pasado, en la que plantea que el coronavirus representa para China una "oportunidad histórica", aunque la pregunta es si la aprovechará, la pregunta que me surge es la siguiente: ¿qué le preocupa más? ¿Una guerra entre China y Estados Unidos? ¿Una depresión económica planetaria? ¿La falta de cooperación global?
–Todo eso. Seríamos tontos si pensáramos que la guerra y la confrontación militar son cosas del pasado. Es perfectamente concebible imaginar un conflicto entre Estados Unidos y China, y de hecho ambos países han pasado un tiempo considerable conceptualizando cómo podría darse y con qué resultados. Un conflicto bélico a gran escala me preocupa porque es impredecible. En su momento dediqué mucho tiempo a pensar sobre las ciberinseguridades y otras formas de desestabilización en las que la competencia puede tornarse intensiva. Del mismo modo, la falta de cooperación global es un problema mayúsculo, claramente; en especial, en un mundo en el que Estados Unidos se está bajando del rol que jugó durante décadas para aunar pueblos y tejer alianzas, lazos y amistades que pueden ser muy efectivas. Dicho todo esto, lo que más me preocupa en este momento son las presiones sobre la democracia y el surgimiento del autoritarismo. Nos plantea preguntas muy significativas sobre nuestra forma de vida, sobre nuestras presunciones sobre las libertades y también acerca de la importancia de las igualdades que muchos pensaron que eran sagradas.
–Usted ha planteado en numerosas ocasiones que ya estamos viviendo el "siglo asiático". ¿Por qué muchos –acaso la mayoría– en Occidente no nos percatamos de eso?
–Creo que la mayoría de las sociedades de la era moderna son bastante introvertidas; en Occidente pasamos mucho tiempo pensando en nosotros mismos y que somos realmente importantes. Es una forma de narcisismo. Amamos mirar nuestro propio reflejo en el espejo y admirar (y criticar) lo que vemos. Pero hay un precio que pagar por esta autoindulgencia. Nos hemos acostumbrado a no prestar atención a la "gran foto" y, como resultado, nos sentimos perdidos en un mundo que simplemente no entendemos porque dedicamos muy poco tiempo a pensar sobre él. Las cosas han cambiado rápido en las últimas décadas, pero es recién ahora que nos estamos espabilando y pensando en plantear las preguntas que deberíamos habernos estado haciendo desde hace muchos, muchos años: cómo lidiar con China o Rusia, o Irán, o Arabia Saudita. Solo miremos a Indonesia, Filipinas, la India, Paquistán y Bangladesh. Creemos que esos países son periféricos, sin interés. Pero su población sumada es de casi 2000 millones. Lo que sale bien o mal en esos lugares tiene un impacto directo en el precio del pan en Buenos Aires, el costo del petróleo en Ushuaia y las perspectivas de los agricultores en las pampas.
–En esa línea, en la entrevista que le concedió a El Diario de España, usted ya esbozó esta idea de que no estamos planteándonos las preguntas que deberíamos habernos hecho hace mucho tiempo. ¿Cuáles?
–Pueden dividirse en dos categorías. La primera: ¿cuáles son todos estos otros pueblos en el mundo a los que hemos ignorado durante tanto tiempo? ¿Qué oportunidades y desafíos nos plantean, individual y colectivamente? ¿Cómo cambiará nuestro mundo en los próximos años? ¿Cómo podríamos entender y deberíamos conectarnos con esos pueblos? ¿Qué nos vincula con ellos? La segunda: ¿cuál es nuestro rol en este mundo cambiante? ¿Por qué cosas tan básicas como la movilidad social nos resultan tan difíciles? ¿Por qué tantas personas en Estados Unidos, el país más rico de la Tierra, no pueden acceder a una cobertura médica y por qué más del 20% de los chicos viven allí por debajo de la línea de la pobreza? ¿Por qué la polarización política es tan aguda en el mundo desarrollado? ¿Por qué a los Estados más ricos y desarrollados les resulta tan difícil trabajar juntos y cooperar entre sí? Pienso que no nos hacemos estas preguntas y mucho menos dedicamos tiempo a responderlas.
–Vamos al revés, entonces. ¿Encuentra algo esperanzador en todo esto que afrontamos?
–¡Sí, muchas, muchas cosas! Los seres humanos somos resilientes, somos amables, somos optimistas, somos inteligentes, curiosos y sensibles. Estas son cosas maravillosas que nos separan del resto de los animales. Y durante estos períodos de cierres forzosos de nuestros países, casi todas las personas en este planeta han destinado tiempo a pensar en sus familias, en las personas que aman y extrañan, y apartándose de la idea de que las cosas materiales nos hacen felices. Así que, de hecho, durante esta crisis también hay muchos motivos para la esperanza, aun si ha resultado un tiempo doloroso y difícil para muchos.
–¿Hay alguna pregunta que no le hice y quisiera abordar?
–No.
Biografía
Historiador por la Universidad de Cambridge y doctorado en Oxford, Frankopan escribió libros que cosecharon varios premios y reconocimientos. Nacido en 1971, en Inglaterra, estudió en Eton y se licenció en Historia en la Universidad de Cambridge, para luego completar su doctorado en la Universidad de Oxford.
Descendiente de un aristócrata croata, Frankopan jugó para el seleccionado croata de cricket y, años después, llegó a presidir la Federación Croata de ese deporte. Profesor de Historia Global e investigador en Oxford, también dirige el Centro de Estudios Bizantinos de esa universidad, abocado a los estudios sobre Asia Menor, Rusia y los Balcanes.
En 2015 publicó El corazón del mundo. Una nueva historia universal, elegido como uno de los libros de la década en varios países
La secuela de ese libro,Las nuevas rutas de la seda. Presente y futuro del mundo, también cosechó premios y reconocimientos; la obra de Frankopan se ha traducido a más de 45 idiomas.
El historiador escribe de manera habitual para el diario The New York Times, The Financial Times y el británico The Guardian, entre otros medios de comunicación de todo el mundo.
Recomendación para aprovechar el tiempo
–Dado que millones de argentinos deben permanecer en sus casas debido a la cuarentena, ¿qué libros o películas o música o cualquier otra actividad les sugiere para distraerse o, acaso, aprovechar el tiempo? ¿Qué hace usted con su tiempo libre?
–Hemos estado forzando a nuestros chicos a ver todos los grandes clásicos del cine, desde Hitchcock a westerns, y desde el El padrino a películas chinas que fueron éxitos de taquilla en su país. Esto les ayuda a ampliar su educación. También hicimos lo mismo con series de televisión, insistiéndoles en que miren las hechas en otros idiomas, como el español (Narcos), francés (Dix pour cent), hebreo (Fauda), danés (Borgen), ruso (Fartsa) y belga (Up in the Air). Eso no nos hizo muy populares con nuestros chicos todo el tiempo [risas], pero rápidamente aprendieron que nuestros gustos no son tan malos y que a veces es mejor apretar play que discutir. Lo mismo, más o menos, con la música, aunque somos bastante democráticos con quién escoge el listado de canciones. Y en cuanto a mí, como profesor de historia, afortunadamente tengo montañas de libros en mi oficina que quiero leer. Si el confinamiento continúa por cinco años, aún estaré leyendo y aún seré feliz.
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